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Odette Alonso, de Santiago de Cuba a Mixcoac

La autora cree que “será en otra vida” cuando vuelva a leer poesía en su país natal. Mientras, en México la reconocen como un referente de la literatura lésbica.

La escritora cubana radicada en México Odette Alonso. CORTESÍA

Entre el olor a tamales frescos y a tacos al pastor que inunda la Ciudad de México; entre el ruido de los cientos de carros que colapsan sus calles anchas y el retumbar que causa el metro en algunas aceras; entre los parques de sombras profundas, donde descansan perritos abandonados y se besan siempre algunos nuevos amores; entre los relojes de piedras y arenas y el paso de decenas de tranvías rojos, la escritora cubana Odette Alonso (Santiago de Cuba, 1964) prefiere la luz que se cuela por las ventanas de su pequeño departamento, hasta iluminar sus libreros y su vida. Dice que es el nido de amor que comparte con su esposa, la también poeta Paulina Rojas, y ese departamento es, sobre todo, espacio de creación. Juntas, Odette y Paulina coordinaron la imprescindible antología Versas y diversas. Muestra de poesía lésbica contemporánea (Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2020), y juntas impulsan la obra de amigas y colegas, imparten talleres, coordinan espacios de lectura, escriben nuevos versos.

Alonso es una de esas escritoras incansables, con más de veinte libros publicados en cuatro países. Su obra abarca desde relatos (Con la boca abierta, Hotel Pánico) hasta novela (Espejo de tres cuerpos), pasando por un amplísimo corpus poético que inició en La Habana de la década de los ochenta y que llega hasta Los días sin fe, Old Music Island, Últimos días de un país y Lo que transcurre, algunos de sus poemarios publicados más recientemente en México y Estados Unidos.

Con su sonrisa amable, Odette es también una comprometida promotora de los libros y la lectura. Por eso asegura que, después de su departamento, su segundo espacio favorito en la Ciudad de México sería la casa antigua de la colonia Mixcoac en la que tiene su sede la librería El Último Encuentro, donde la autora coordina un encuentro literario conocido como La Peña de Pau y Odette.

“Eso ocurre en un patio arbolado, si no llueve, o en los salones de la planta baja, con un ambiente que me recuerda a Santiago de Cuba (tal vez es el espíritu que le imponemos), y arriba está la librería, que es un lugar mágico, bueno para el chisme, la chelita y el mezcal. Pero, en general, me gusta mucho la ciudad. Desde los primeros tiempos acá, cuando caminaba por Reforma o Insurgentes, la Roma o Polanco, sentía que algo indescriptible, telúrico, me unía a esta tierra. En cierta ocasión, una amiga medio bruja, en una sesión medio espiritual, me dijo: ‘Tú tienes más que ver con México de lo que imaginas’… Va a ser que tenía razón”.

- ¿Cuál es tu primera memoria de esa Ciudad de México a la que resulta que estabas conectada por un cordón umbilical invisible?

- Eran los primeros días de junio de 1992. Venía de Bacalar, donde había conocido a unos escritores jóvenes que me invitaron a visitar la Ciudad de México. Llegué a la terminal de autobuses conocida como TAPO y nos metimos al metro para trasladarnos al centro. Imagínate: línea 1 a la hora pico con una maleta (que entonces no tenían ruedas), cambio en Pino Suárez, pasillo larguísimo a línea 2, llegada a Zócalo. Salimos de la estación por la escalera de junto a la catedral y llovía. Cuando levanté la vista, las potentes luces iluminaban la fachada barroquísima del templo, pero lo veía a través de la copiosa cortina de agua. Es una imagen imborrable.

Días después me invitaron a comer a casa de uno de esos amigos. La mamá hizo una sopa de elote que me pareció lo más glorioso que hubiera probado en la vida; ellos se reían, sorprendidos, y me decían: “Pero si es una sopa de lata…”. En esa casa escuché por primera vez a Alice Cooper y King Crimson, que jamás los había oído mencionar en Cuba, ¡hasta pensé que eran señoras!

- Ese mismo año de 1992, elegiste a México como tu país, y lo hiciste a toda costa. ¿Por qué México, y cómo fue ese “volverte emigrante”?

- A toda costa, así es. En aquellos primeros noventa, la nacionalidad cubana fue declarada restringida por la Secretaría de Gobernación ante la avalancha de compatriotas que llegábamos, huyendo del Período Especial. En Migración me dieron un ultimátum: tenía 15 días para abandonar México. Mis primas de Miami ofrecieron venir por mí a la frontera y preferí quedarme indocumentada. En el fondo, creo que siempre le he tenido miedo a Estados Unidos, aunque infinidad de veces me haya preguntado qué hubiera sido de mi vida de haber cruzado en algún momento de estos 32 años. Pero entonces estaba fascinada conociendo un país donde a veces tenía sólo un peso en la cartera, donde mi primer salario fue de 700 mensuales —que, aun en aquellos años, era una miseria—, donde vivía con el miedo de que me deportaran y en las noches, entre sueños, creía oír botas militares que subían la escalera de caracol que llevaba al cuartito de azotea donde vivía, pero donde también estaba aprendiendo una nueva lengua, un nuevo modo de comer, de vivir y de relacionarme. Porque eso que dijo Martí de que del [Río] Bravo a la Patagonia hay un solo pueblo es una ilusión sin mucho fundamento. Estaba empezando una nueva vida desde cero, y creo que ha valido todas las penas y todas las alegrías.

- Después de tantos años y tantas penas y alegrías, ¿escritora mexicana o cubana?

- Cubanomexicana, dirían los correctos. Pero la verdad es que, cuando una sale de su lugar de origen, será extranjera en todas partes para siempre. En Cuba me dicen mexicana y en México, cubanita. La gran mayoría de mi obra ha sido escrita y publicada aquí, pero se mueve entre esas dos aguas, como mismo me sucede a mí. Los libros de cuentos tienen escenarios y personajes de ambas orillas y en la poesía me invento un lugar —según yo, neutral— donde todo el mundo ve a Cuba. Una especie de Frankenstein hecho de pedazos de ambos lados: eso soy.

- En tu extensa lista de publicaciones aparece Palabra del que vuelve como el último libro que publicaste en La Habana, con la Editora Abril, y fue en 1996. ¿Has vuelto a publicar en Cuba después? ¿Has hecho vida intelectual o cultural allá?

- Me han incluido en algunas antologías. Recuerdo el Álbum de poetisas cubanas que compiló Mirtha Yáñez; o Catedral sumergida, coordinada por Ileana Álvarez y Maylén Domínguez; y también Té con limón, una reunión de cuentos que preparó Amir Valle; y La eterna danza, de Víctor Fowler. Pero, aparte de eso, es como si no existiera para las instituciones culturales cubanas. Y tampoco me esmero mucho en hacerme notar. Hace un par de años, aprovechando que estaba en La Habana visitando a mi familia, una poeta me invitó a una lectura privada que organizaría con unas amigas. Yo estaba emocionadísima porque volvería a leer en Cuba después de casi 30 años, pero a la mera hora, se suspendió… o eso me dijeron. Ni modo, será en otra vida.

Odette Alonso, una autora que cambió Cuba por México. PAULINA ROJAS

- ¿Cómo se ve el futuro de Cuba desde donde estás, desde tu relación con tu país natal?

- El presente es fatal y el futuro, aterrador. Un país hundido en la más profunda miseria y sin que se vean posibilidades de salir de ahí. Un país del que huyen los jóvenes en masa y van quedando sólo los viejos y los enfermos, desamparados, muertos de hambre y de necesidad, hechos leña. Un país que se cae a pedazos, literalmente, sin que nada ni nadie pueda apuntalarlo.

- Eres una poeta y narradora muy prolífica. Además, tienes una presencia constante en el espacio público (peñas, presentaciones, encuentros literarios). ¿Te consideras también una promotora cultural o de la lectura?

- Sí, es un trabajo que me encanta casi tanto como escribir. Organicé durante 14 años —de 2007 a 2020— un ciclo que se llamó Escritoras latinoamericanas en el marco de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería; vinieron más de 100 escritoras de 14 países, era una referencia. Después de la pandemia, regresamos a Minería con otro ciclo, Bulevar Arcoíris, que intenta visibilizar la literatura de la diversidad sexogenérica; llevamos dos años con ese. Desde el proyecto cultural Bulevar Arcoíris, que realmente somos Paulina y yo, organizamos, con el apoyo de los amigos de la librería El Último Encuentro, La Peña de Pau y Odette, espacio no institucional que en un año ha realizado 11 lecturas con la participación de 38 escritores y cinco músicos. Todos los días del mundo me cuestiono: “Ven acá, chica, ¿yo para qué invento tanta cosa que, para colmo, no me dejan ni un peso?”, pero al final de cada peña ya estoy planeando la siguiente.

- Hay una tendencia a repetir que esta o aquella narradora o poeta está tocando un tema por primera vez, como las disidencias sexuales, las identidades de género. Sin embargo, la extensa tradición latinoamericana y tu propia obra dentro de esa tradición demuestran que, en cada momento, las mujeres han tratado los temas que les son importantes, sean cuales sean. ¿Qué piensas de esta forma de hacernos parecer siempre “pioneras”?

- Diría mi amigo Luis Aguilar, que en paz descanse, que eso lo único que denota es falta de lecturas y de cultura general. Recuerdo un incidente con unas chicas muy jóvenes que afirmaban rotundamente una ausencia de referentes lésbicos en la literatura mexicana. Les dije: “Pero mijas, ¿y Sor Juana?”... Y luego les recité una lista de obras y autoras, que ahí están de toda la vida.

En los ambientes en que me formé, había una curiosidad insaciable, una necesidad ingente de información, una aspiración de saberlo y de leerlo todo (o, al menos, lo más posible), pero ahora me topo con jóvenes que niegan la importancia de los clásicos o de la tradición literaria y proclaman como clásico lo que apenas va ocurriendo. Cosas veredes, dicen que no dijo el Quijote, sino don Rodrigo Díaz de Vivar.

- ¿Dirías que existe entonces algo como la poesía lésbica y que tiene una tradición?

- Por supuesto que existe. Es la poesía que tiene como tema o como tono las relaciones amorosas entre mujeres. Sus autoras pueden o no ser lesbianas, pero el tema es ese. El susto y los reclamos al oír esa definición vienen de los prejuicios. Nunca he oído a nadie inquietarse ni protestar cuando se habla de poesía religiosa o social, poesía amorosa, filosófica, antipoesía o, incluso, erótica… Ah, pero no menciones poesía lésbica, porque entonces dirán: “La poesía es poesía, no necesita adjetivos”… ¡Ok! (aquí iría el emoji de los ojitos p’arriba).

- Naciste en Santiago de Cuba, en el extremo oriente de la isla. ¿Cómo marcó esto todas estas visiones que tienes sobre la creación artística? 

- “Santiago de Cuba, policromada estampa criolla que derrite el sol”, cantaba el Benny; “tierra soberana”, decía el son de Matamoros. Cuna de ya sabes qué. No sé cómo habría sido crecer en otro sitio, pero allí se fundaron mi rebeldía y mi tozudez. En Santiago viví mis primeros 25 años; los que siguieron a mi graduación en la Universidad de Oriente fueron los más intensos: estuve en un taller literario con los mejores escritores jóvenes de la ciudad; en 1987 organizamos un festival nacional de poesía del que todavía se habla, fundamos revistas y colecciones editoriales, tuve columnas de opinión en los suplementos culturales, pertenecí a los consejos de redacción de algunos de ellos, me gané algunos concursos, publiqué mi primer libro de poemas. Eran tiempos épicos, sólo que entonces no lo sabíamos. O tal vez algo intuíamos en lo que íbamos de un tiro de cerveza a un encuentro de talleres literarios, del café caro del Parque del Ajedrez a la escalera del Museo del Carnaval o a las noches culturales de la calle Heredia, de las verbenas del carnaval a la noche en que firmamos una carta pidiendo que se aclarara el “caso Matanzas”.

¿El “caso Matanzas”?

- Aquella violenta irrupción de un comando policial en la librería El Pensamiento, durante una lectura de poetas jóvenes en diciembre de 1988. Demasiada vida que, en un suspiro, se quedó atrás.

- Con tanto hecho y vivido, con tanto visto, ¿qué sigue literaria y profesionalmente para ti?

- Espero que la jubilación [laboral]; lo espero con ansias y con miles de proyectos. Pero te doy una primicia: está por salir de las prensas de la Universidad Autónoma del Estado de México una antología personal: De humo y miel, 35 años de poesía (1989-2024), que celebra la publicación de mis dos primeros libros, allá en Cuba, y todo lo que ha sucedido después. Y mientras, escribo dos libros: un poemario que me tiene loca y destanteada y que va a ser un batazo si algún día veo llegar la bola a home, y un largo ensayo sobre la literatura lésbica mexicana, por cuyo proyecto me otorgaron la beca del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Así que no me aburro y aquí sigo.

Escritora, periodista e investigadora literaria. Autora de los libros de cuentos Las noventa Habanas (2019) y Retratos de la orilla (2022) y del ensayo El estruendo de Ciclón (2021). Ha colaborado en medios como Cuadernos Americanos, Hemisférica y Decimonónica, Revista Horizontum y La Gaceta de Cuba. En 2021 la revista Granta la incluyó en su número dedicado a Los mejores narradores jóvenes en español.