Olivia Gallo y el sabor de la vida adulta recién estrenada

La escritora argentina habla de ‘Las chicas no lloran’, una colección de 12 cuentos que capturan los primeros pasos en la mayoría de edad.

La escritora argentina Olivia Gallo, autora de 'Las chicas no lloran'. DOMINIQUE BESANSON
La escritora argentina Olivia Gallo, autora de 'Las chicas no lloran'. DOMINIQUE BESANSON

Imagina que alguien hubiera capturado el paso a la edad adulta, incluyendo aquella textura del tiempo escolar que se convierte en nostalgia y los primeros pasos estrenando la mayoría de edad, en el interior de uno de aquellos envases de plástico que conservan fruta en los supermercados. Podrías llevarlo a tu casa y abrir la tapa lentamente para paladear el aroma de aquellas sensaciones enterradas diez, veinte o treinta años atrás.

Esa es la metáfora del ejercicio literario de la joven argentina Olivia Gallo (Buenos Aires, 1995) en Las chicas no lloran, una selección de 12 cuentos que capturan el coming of age contemporáneo con finura, sensibilidad femenina y precisión. El texto no se limita al ejercicio de nostalgia, también sirve para dar una voz rabiosamente contemporánea, una especie de Ben Brooks porteña de adolescencias con escapadas a telos, amor efímero, redes sociales, ambigua construcción del deseo y curiosidad infinita por la otredad.

Gallo debutó en Argentina en 2019 con esta selección de cuentos que ahora llega a España de la mano de Alpha Decay y que en su país fue editada por el sello Tenemos las Máquinas. En este lapso de tiempo, la escritora ha publicado Intranquilas y venenosas, un intercambio epistolar en contexto pandémico junto a Tamara Talesnik publicado por Odelia.

Tras la lectura de los cuentos, concretamos una videollamada con Olivia para que nos explique un poco más. Ella nos atiende desde su luminoso salón con mucha vitalidad: lo primero que le confieso es que, aunque solo nos separen tres años de edad, su texto me ha hecho darme cuenta de lo muy enterradas que estaban algunas de mis percepciones de la edad adulta cuando justo la estrenaba. Entonces ella me cuenta cómo, pese al baile de fechas, la realidad es que la mayoría de esos cuentos los escribió de los 17 a los 23 años.

Portada del libro 'Las chicas no lloran', de Olivia Gallo. ALPHA DECAY

Muchos de esos textos fueron retocados en un taller de escritura en el que Olivia conoció a su editora Julieta Mortati, quien supo captar la sensibilidad de los textos y le pidió reunir las historias para hacer el libro actual. Fue posteriormente, nos explica, cuando se dio cuenta de la similitud de temas, voces y personajes, y completó su texto con dos cuentos más. Así pues, no sería imprudente afirmar que esa precisión en la descripción del paso a la edad adulta tiene correlación con más de cinco años de atención a esas mutaciones.

Comentamos que la gente cree detectar cierto patrón de similitud entre las protagonistas y señalo que a mí me ha parecido que había diferencias de clase importantes. Para Olivia, lo que tienen en común “es que les cuesta expresar sus sentimientos y por ello lo hacen de otras formas, fijándose en otros detalles que dan esa sensación de lejanía en el texto”. Efectivamente, hay un tono similar a las frías descripciones de Ryu Murakami que oscilan entre la precisión y la poética.

Dicho de otro modo, lo que tienen en común es “una voz en lucha interna por la gestión de las emociones” que en el fondo es un modo de Olivia para “contenerse en ese aspecto”. Le pregunto de nuevo si se trata de contención o poética, y ella señala el modo tan literario en el que sus protagonistas parecen estar hablando de una primera cosa (una foto o un dulce) y en realidad estar evocando un segunda o tercera cosa más profunda (la nostalgia o el deseo) así que sí, podría hablarse de subterfugios para canalizar las energías de cada cuento.

Durante estos minutos de charla, Olivia menciona muchos cuentistas. Entre todos los nombres que aparecen, la escritora establece dos distinciones: una escuela de influencias estadounidenses que van de Raymond Carver a J.D Salinger y otra escuela argentina que pasa por Fabián Casas —también publicado por Alpha Decay— o Magalí Etchebarne. Con los norteamericanos, comparte la intención de alejarse de la estructura formal de los cuentos. Con sus compatriotas, la sensibilidad para tomar el pulso a los presentes emocionales empleando técnicas del realismo y la poesía.

Comparto con Olivia que antes de una entrevista suelo mirarme los comentarios que han dejado lectores en Goodreads, y que me ha sorprendido encontrar el mismo tipo de comentario que en los libros de la colección Caballo de Troya en los que alguien, normalmente un señor mayor, protesta porque haya títulos centrados en la experiencia de los que tienen menos experiencia con esto de la adultez, los que van de los dieciocho a los veintipocos. A Olivia no le importa en absoluto: de algún modo, esos comentarios vienen a admitir que ha logrado lo que pretendía, y ella reivindica que se escriba desde esa franja.

Es por ello que de algún modo en sus textos crecer duele un poquito, el amor aparece como un territorio de experimentación, existen dimensiones ocultas de las emociones, el deseo puede ser pegajoso o denso, el tiempo en verano transcurre distinto, se puede descubrir el mundo en una conversación intrascendente y los viajes tienen recovecos o finales inesperados. Hay también, por supuesto, drogas suaves y redes sociales, el pan nuestro de cada día.

En Argentina, el libro funcionó muy bien, pero está por ver qué sucederá con el libro ahora que ha llegado a España. Olivia se muestra “pesimista”.  “No espero demasiado”, dice, pero, al mismo tiempo, se da cuenta de que ha aparecido en un muy buen catálogo, con grandes escritoras. No se le pasa por alto que en muchos sentidos es un libro muy argentino, pero, la verdad, que eso no ha sido jamás un impedimento en ese mercado.

La última pregunta pasa por sus planes de futuro literarios: ¿es una cuentista nata, o más bien recorre un sendero que empieza por los cuentos para coger carrerilla antes de ser novelista? Olivia dice que se contempla “cultivando el género con las décadas”, aunque eso no impide que lo próximo que prepare sea, efectivamente, una novela. “Quiero que conserve el factor brevedad, a lo mejor es así como muy fragmentaria”.

El sendero para recorrer es largo, pero la autora porteña ha empezado con un golpe en la mesa. Y la verdad es que resulta fascinante la idea de esa misma sensibilidad —a lo mejor muy milenial— acompañándonos a través de las décadas, como una lupa artística sobre el pasado que recién se desvaneció.

Periodista, traductor y guionista. Autor del ensayo Panero y la antipsiquiatría (2017) y de las novelas Samskara (2019) y Díptico Espiritista (2022).

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