Definir a Osvaldo Baigorria (Buenos Aires, 1948) es, de algún modo, ir en contra de su propia obra. Es cierto que en las últimas décadas parece haberse instalado con comodidad en la literatura: entre ensayo, narrativa y poesía, lleva publicados 15 libros; y el año pasado dio el discurso inaugural del FILBA. Baigorria es, a esta altura, uno de los grandes escritores argentinos, pero el título parece quedarle no del todo cómodo, porque su recorrido vital ha sido más amplio y diverso e incluye muchos otros oficios: fue artesano en cuero y en metal, trabajador golondrina en diversas plantaciones, miembro fundador de una comunidad rural en los bosques de las Montañas Rocosas donde vivió por ocho años, bombero forestal, repartidor de diarios, cuidador de personas parapléjicas, profesor de inglés o español, según correspondiera; además de algunos trabajos más tradicionalmente vinculados a la escritura, como el periodismo o la docencia universitaria. Y Baigorria fue, sobre todo, un nómade que vivió gran parte de su juventud fuera de Argentina, trazando diversas rutas que, como líneas de colores furiosos, rayan la superficie terrestre: entre 1974 y 1993 vivió en Perú, Costa Rica, México, Estados Unidos, Canadá, España e Italia. En su retorno definitivo al país, se instaló en el Delta del Tigre, un paisaje bello y pantanoso, desde el que iba y venía a la gran ciudad. Y donde, imaginamos, empezó a escribir con más frecuencia.
Antes de iniciar su largo periplo, Baigorria había formado parte del Grupo de Estudio y Práctica Política Sexual, que a principios de los años setenta, además de leer autores como Bataille, Marx, y Freud, pintaba en las paredes consignas del tipo “LSD: Libere Sus Deseos”; frases que Baigorria se llevó y continuó enalteciendo. Allí conoció y se hizo amigo del gran agitador y poeta del neobarroco Néstor Perlongher. Con la vuelta a Argentina, Baigorria se hizo un asiduo colaborador de algunas redacciones míticas de la primavera democrática como El Porteño, Crisis y Cerdos y Peces, donde se ocupó de cubrir, por supuesto, escenas de contracultura. Tiempo más tarde, se afincó en la carrera de Comunicación de la UBA, donde hasta no hace mucho dictó un taller de periodismo. Sus libros, que empezaron a aparecer como perlas extrañas, fueron procesando la experiencia de todos aquellos años. Viajes internos y externos de un escritor que parece ser el último en su especie. La de los vitalistas, libertarios, díscolos y viajeros, casi como un último beatnik sudamericano.
Pero su singularidad no radica solo en haberse movido por largo tiempo por fuera del ámbito de la cultura, sino también en que sus textos parecen venir siempre de un lugar nuevo, un abordaje singular de cada género que se reinventa con cada apuesta. En los últimos años, ha escrito novelas, ensayos, poesía, biografía, crónica periodística y cuentos; y también ha compilado textos de otros y publicado obras inclasificables.
Así llegamos a Según. Una autobibiografía, su libro más reciente, publicado en 2023 por Caja Negra. Un texto polifónico, íntegramente armado con citas de otros autores y autoras, enlistadas en un estricto orden alfabético en el que se van cruzando los discursos, las estéticas, discutiéndose o reafirmándose. De este proyecto, su relación con la narrativa, la filosofía, el pensamiento político y su largo recorrido —tan largo que arranca en la infancia—, habla en esta conversación.
- No sé si aparecen o no en este libro, pero te pregunto: ¿cuáles fueron tus lecturas iniciáticas de la adolescencia?
- En la adolescencia pude ampliar mis lecturas gracias a que tenía la Biblioteca Nacional cerca de mi primer empleo fijo, como cadete en una oficina céntrica. Me escapaba de los trámites que debía hacer para encerrarme en esa biblioteca que por entonces dirigía Borges, o también a la hora del almuerzo, una hora que estiraba lo más que podía para robarle tiempo al trabajo, a leer a poetas como Artaud, Baudelaire, Michaux, Ginsberg y Pessoa, entre otros de mis héroes de los años sesenta.
- Estuviste muchos años de viaje. ¿Qué se puede leer en ruta? ¿Es posible hacer coincidir la trashumancia y la concentración que pide la lectura? ¿Como recordás esos años de movimiento?
- No llevaba libros en la mochila porque ya era bastante la carga de materiales y herramientas para hacer artesanías que vendíamos en cada ciudad, además de carpa y elementos para acampar donde hiciera falta. Si compré algún libro, lo habré abandonado por ahí, ya que no me quedaba más de dos o tres meses en cada lugar. Me acostumbré a leer en las casas particulares en las que paraba y en las bibliotecas públicas. En México, donde viví un año entero, cada vez que íbamos a vender artesanías al campus de la UNAM, me hacía una escapada a la biblioteca universitaria para leer. Anotaba párrafos que me interesaban en una libretita diminuta, con una letra que también era pequeñísima, porque no podía darme el lujo de cargar demasiado papel a la espalda. Ahí leía a Octavio Paz, a Juan Rulfo, a Alejo Carpentier, a José Lezama Lima y a todo lo que podía de la generación beat.
- Pensaba en los años que pasaste en la comunidad rural en los bosques de las Montañas Rocosas, y que se retoman en diversos de tus libros a través de procedimientos igualmente diversos. En Sobre Sánchez (2012), como la contracara de la biografía del escritor Néstor Sánchez. Y en Postales de la contracultura (2018), como un ejercicio de memoria y evocación. ¿Cuán presente estaba en ese momento la vocación literaria? ¿Esas experiencias nutrieron la escritura, la demoraron, la dispersaron, la complejizaron...?
- Estaba más presente el aprendizaje de saberes para la supervivencia en contacto con la vida salvaje, originaria: saber pescar, cazar, cultivar el huerto, construir el albergue. Tal vez esos años demoraron o hicieron tardía mi escritura en castellano, porque la lengua que hablaba y leía allí era la inglesa, en la que escribí muy poco en ese tiempo: algunas notas sueltas en un boletín rural ecologista que se distribuía por suscripción en la zona, más algunos poemas y cuentos que pude traducir al inglés con esfuerzo gracias a amigos que ni siquiera podían leer los originales. Pero, más que una “vocación literaria”, tenía la fantasía algo vanidosa de que podía convertirme en un cronista de esas formas de vida asilvestradas, fantasía que por supuesto nunca resistió el encuentro con la realidad. Aunque sí escribí en castellano una larga serie de crónicas inéditas sobre gente urbana que se había radicado en los bosques.
- Un autor que aparece mencionado en Según es David Cooper, figura medular de la contracultura de los años sesenta. La cita, que también aparecía en la novela Llevátela amigo por el bien de los tres, es: “Hacer el amor es algo bueno en sí mismo, y tanto mejor cuando más veces ocurre, de cualquier manera concebible, entre el mayor número de personas y durante el mayor tiempo posible”. Hay una preocupación que recorre tus libros, que tiene que ver con poner en discusión la propiedad de los cuerpos y afirmar la potencia disruptiva del deseo. ¿Hasta qué punto llevaste estas ideas a la práctica en los años setenta y en lo sucesivo?
- Hasta el punto en que me lo permitiera la relación de cuidado a otros, a otras. Ese límite que te impone el vínculo bipersonal o grupal. Es una cuestión delicada, porque cuando uno se lanza al océano de la experimentación sexual se pueden cruzar límites no previstos. Hoy no suscribiría a ciegas la declaración “de cualquier manera concebible” si se trata del sexo, pero ante todo discutiría si “hacer el amor” es lo mismo que “tener una relación sexual”. En la comunidad en la que viví, en Canadá, y también antes, en Argentina, me uní a algunos experimentos de amor plural que luego podrían llamarse poliamorosos, o sea, formas grupales de camaradería afectiva que tenían la intención de ser duraderas, no simples fiestas de una noche. Igual no duraron mucho.
- Practicaste el periodismo tanto antes como después de irte de Argentina, pero a la vuelta entiendo que fue un periodo más fuerte, con las crónicas para El Porteño y Cerdos y Peces, que después compilaste en el libro Cerdos y porteños (2014). ¿Qué tipo de periodismo querías hacer, y cómo es tu relación con el género hoy?
- Al principio me interesaba informar y explorar todo lo que estaba ocurriendo en la transformación de las costumbres, los movimientos contraculturales, las minorías disidentes y los procesos microscópicos y moleculares de subjetivación. Por lo menos hasta los años ochenta y parte de los noventa, el periodismo todavía gozaba del prestigio de ser oposición a sistemas que controlaban e impedían que circulara información perturbadora para el orden social. Y también hasta se podía sobrevivir con un ingreso digno dentro de ese campo. Después, las formas tradicionales de censura y control se relajaron, mucho de lo que era disidente se institucionalizó o se mercantilizó como objeto exótico, el infoentretenimiento se volvió hegemónico, el periodismo entró en un devenir ficción y las tecnologías de la comunicación hicieron estallar las fronteras entre verdad y mentira, como bien sabemos.
De todas maneras, creo que se sigue haciendo buen periodismo de investigación en algunos lugares, en especial allí donde la información es tergiversada, manipulada por poderes oscuros y anacrónicos, cerrados en sí mismos. Pero hoy tengo poca relación con ese periodismo que podríamos llamar “serio”, el que se ocupa de la actualidad, y solo algunas veces, cada tanto, me inclino a escribir sobre algún tema o autor/a que me interesa, dentro de lo que suele llamarse “periodismo cultural”. Además, con lo que hoy pagan, sería inútil revivir aquella figura clásica del periodismo como profesión secundaria del escritor que de alguna manera tenía que ganarse la vida.
- En los últimos años fuiste sacando libros muy distintos, experimentando con la forma y los géneros. Cuentos, poemas, una novela casi policial, hasta un libro de dibujos. ¿Cómo es tu practica de escritura, qué te mueve a iniciar un proyecto?
- Generalmente me aburro de lo que estuve haciendo y trato de hacer algo que merezca la palabra “nuevo”. Me mueven lecturas, experiencias, fantasías. Pero tengo un problema de distracción ante las líneas y los puntos de fuga, no me resulta fácil concentrarme. Son esas fugas y esa dispersión las que me llevan a direcciones diferentes. De todas maneras, veo que me repito.
- Quería hablarte de Según. ¿Cómo se te ocurrió? Está armado integramente con citas, que dialogan entre sí y también con quien lee, casi como una nueva modulación de los libros escritos por Walter Benjamin y por David Markson en esa línea. Al mismo tiempo, las restricciones aplicadas logran que el conjunto no se vuelva de “citas de autoridad” sino puntos de vista, hilos posibles para pensar la literatura, la vida, la muerte, el amor, ¡e incluso las citas mismas!
- Esto empezó cuando reuní todos mis libros en un solo lugar, ya que por muchos años tuve las bibliotecas dispersas en dos o tres casas diferentes. En una etapa más sedentaria de mi vida, cuando me dispuse a ordenar alfabéticamente esos libros en estantes, se me ocurrió transcribir, copiar citas de autores que había subrayado en distintas épocas, con la ilusión de que estaba haciendo un ejercicio mnemotécnico, una especie de ayuda memoria para recordar frases que había leído en algún momento. Y no solo de mis libros, porque también hay citas de libros que tomé prestados de bibliotecas ajenas. Tampoco están todos los autores que he leído, pero sí aquellos que, por orden alfabético, pudieran coincidir en una conversación o discusión involuntaria en cada página.
- ¿Sentís que Según es un condensado de tus preocupaciones a lo largo de tu recorrido? ¿Una biblioteca es como un Aleph personal?
- Supongo que un Aleph personal podría condensarse en todas las lecturas que se hacen a lo largo de un recorrido vital y que no necesariamente se encuentran reunidas en una sola biblioteca. De todas las analogías que Borges enumera, me parece que la más apropiada a la acumulación de lecturas sería la del Aleph como esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna. Desde mi experiencia, dado que he leído libros en distintos tiempos y lugares sin llegar a atesorarlos todos en estantes propios entre cuatro paredes, puedo imaginar que un posible condensado de lecturas se seguiría expandiendo a medida que siga vivo y sea capaz de leer, en papel, en pantalla y en todos los soportes imaginables.