Pablo Perantuono y lo ordinario de lo extraordinario

El periodista busca captar “la dualidad de la vida” de los iconos de la cultura argentina, una labor que recopila en ‘Nada sucede dos veces’.

El periodista argentino Pablo Perantuono. ELENA CANTÓN/FOTO: GIO ALMA
El periodista argentino Pablo Perantuono. ELENA CANTÓN/FOTO: GIO ALMA

Para un periodista no siempre es sencillo entrevistar a otro periodista. Es lo más cercano a dar un examen. Qué preguntas hacer, qué lenguaje físico usar, cuándo hacer la repregunta ingeniosa, cuándo dar lugar al otro sin dejarse llevar por entusiasmo. Es mucho menos sencillo si la persona que se sienta del otro lado de la mesa de este café, a pocas cuadras de la avenida General Paz, en el borde entre la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires, es Pablo Perantuono, uno de los periodistas con mayor experiencia y hoja de ruta recorrida que hay en la Argentina.

Por suerte, Perantuono (Buenos Aires, 1971) facilita el trabajo. No se regodea en sus increíbles credenciales y habla de su historia con palabras rápidas, aunque busca detenerse en cada detalle, como si en la demora pudiera encontrar una pequeña puerta para teletransportarse al momento exacto en que empezó a escribir. El momento exacto en que decidió que su vida estaría signada por el periodismo gráfico. Sus recuerdos reaparecen en su cabeza mientras una ola eterna de calor porteño insiste en cultivar una cultura tropical en una ciudad gris. Lleva el pelo negro azabache peinado hacia atrás y gafas oscuras. Termina de un trago su café y lo deja sobre la mesa, al lado de su último libro.

Nada sucede dos veces, editado por La Crujía, compila más de una década de trabajo; perfiles en su gran mayoría, textos breves, semblanzas y crónicas que fueron publicados en los más diversos medios de la Argentina y del exterior, como Rolling Stone, Brando, Diario Crítica, Gatopardo, La Agenda Revista (de la cual es uno de sus editores fundadores) y en este mismo medio, COOLT. En el prólogo, la periodista Josefina Licitra, con quien se conocieron en la revista Orsai, comandada por el escritor Hernán Casciari, dice que Perantuono es “un interlocutor que puede sostener con aparente naturalidad una conversación sobre política, música, fútbol, libros o cine, y que logra que las palabras del otro brillen y se expandan cruzando las infinitas puertas que Pablo abre cuando pregunta”.

—Había una fantasía mía, para qué negarlo, por supuesto, de hacer un libro —dice Pablo—. Yo sabía que lo que estaba produciendo desde hacía un tiempo formaba algo que estaba bueno.

Matías Bauso le escribió con la idea de armar una compilación. Y luego hubo un largo trabajo de edición con Sabrina Sosa, quien afinó la selección y la corrección.

Además de una introducción a cargo de Perantuono, en donde repasa y reflexiona sobre el quehacer periodístico, cada uno de los textos se encuentra precedido por uno más breve en donde el autor explica las condiciones de escritura; cómo llegó a la idea, por qué le pareció importante entrevistar a determinado personaje, qué enfoque le pareció el más adecuado. Esos textos ofrecen también una puerta de entrada a una biografía camuflada, un largo recorrido que el periodista inició a mediados de los años noventa, cuando decidió que su vida estaría atravesada por la escritura, los viajes y el ruido ensordecedor de las redacciones. 

Portada del libro 'Nada sucede dos veces', de Pablo Perantuono. LA CRUJÍA

La primera redacción que Perantuono pisó fue la de La Razón. Fundado en 1905, este diario fue uno de los más antiguos de Argentina. Allí entró en 1994, con apenas 24 años. Tenía un título de la escuela de periodismo DeporTEA bajo el brazo, un enorme bagaje cultural relacionado con el cine y los deportes, la experiencia de haber trabajado en el canal TyC y varias materias aprobadas de la carrera de Historia en la Universidad de Buenos Aires. No se olvida más la sensación que tuvo en su primer día de trabajo.

—Fue como entrar a un paraíso, a un lugar mitológico —dice—. La atmósfera, la gente en sus puestos de trabajo, el ritmo frenético, la adrenalina, el Colorado Ferreyra con su barba llena de nicotina. Fue maravilloso. Forma parte del pintoresquismo que tenía el hecho de abrazar la profesión. En ese sentido, siempre me empapé de la épica y de la mística de las redacciones. Llegué tarde a ese pintoresquismo, pero llegué.

Perantuono nació en San Isidro, al norte del Conurbano Bonaerense. Un lugar en donde el rugby es santo y seña. Él lo había practicado un tiempo (fue medio apertura) y conocía algunos detalles del juego, así que le asignaron una columna para que escribiera sobre los entretelones del deporte. Como en las primeras crónicas deportivas de Gay Talese o de John McPhee, el rugby era una excusa, un mcguffin. Lo que le importaba era la escritura.

—A veces pasaba que de lo que menos hablaba era del partido.

Al poco tiempo, Perantuono inició un recorrido por varias redacciones. Estuvo un tiempo en la revista El Gráfico, una de sus favoritas de la infancia, y luego, en 1998, durante la segunda presidencia del justicialista Carlos Menem, en la revista Noticias. Esta cabecera se caracterizaba por ser una de las más críticas con el Gobierno peronista, publicaba largas investigaciones políticas y económicas, y sus portadas bordeaban la provocación. El director era Héctor D´Amico. En el staff estaban Eduardo Zunino, Marcelo Larraquy, Emilio Fernández Cicco, José Antonio Díaz: periodistas de muchos años de experiencia. El escritor Daniel Guebel cumplía horario y el periodista Maximiliano Tomas trabajaba en la sección de cultura.

Para Perantuono, Noticias fue una escuela.

—Pude depurar la escritura —dice—. Mi estilo era arbóreo, barroco. Era joven. Ahí me bajaron de un hondazo, ¿quién te creés que sos? Me coartaron. Como mucho podía usar un adjetivo por párrafo. Había que poner un dato por línea. Y siempre tenía la obligación de producir buenos textos, que buscaran conmover.

Empezó con investigaciones sociales y deportivas. Su jefe era el historiador Marcelo Larraquy. Cada tanto tocaba un tema importante o hacía una entrevista. Lo mandaron a cubrir temporadas en la costa. Era capaz de entrevistar desde un político hasta una modelo, pasando por un actor. Tuvo mucho roce y se la pasaba en la calle. Ahí, de alguna manera, se empezó a filtrar una de sus pasiones: la música. La primera nota musical que se publicó en la revista fue sobre la banda argentina liderada por el Indio Solari y Skay Beillinson, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. La firma era la de Pablo Perantuono. El año, 1999.

Estuvo en la revista hasta marzo de 2003, cuando leyó el anuncio de un periódico: se buscaba un jefe de redacción para un diario en General Roca, una ciudad situada en la Patagonia, en una zona conocida como el Valle. El diario, llamado Río Negro, cubría varias provincias y tenía dos señales de radio y una de televisión. Para Perantuono, fue un desafío. De un día para el otro cambió su vida: dejó su puesto en Noticias, se casó y se instaló, a los 31 años, en General Roca.

—Imaginate lo que debían pensar, ¿quién es este pibe que ni siquiera tiene una prosapia de periodista deportivo aprobada, sino que venía de la revista Noticias? —dice Perantuono—. Era un desafío. Pensar en las resistencias internas, en tener gente a cargo, gente de ahí; con sus modismos, sus idiosincrasias de ciudad chica.

La experiencia la recuerda con afecto. Conoció personajes literarios y vivió una vida como la que narra Sherwood Anderson en la novela Williamsburg, Ohio. Hasta que dos noticias lo hicieron repensar su condición de porteño perdido al fin del fin del mundo: la muerte de su padre y la enfermedad de su hermana. De un día para el otro, Perantuono se divorció, sacó un pasaje y volvió a Buenos Aires.

Se quita los anteojos por primera vez en toda la charla. Los deja sobre la mesa. 

—Volví —dice, y sonríe—. Y volví sin laburo.

* * * *

¿Cuánto pagan? ¿Quién es el editor? ¿Te contestan los mails? ¿Puedo mandar un sumario? Son preguntas que los periodistas intercambian a los pocos minutos de ganar la confianza con otro periodista. Son el salvoconducto de una profesión que se encuentra desde hace unos años, desde siempre, en jaque. Al poco tiempo de instalarse nuevamente en Buenos Aires, en 2005, Perantuono se enteró de que el editor Jorge Fontevecchia estaba armando el reinicio del diario Perfil.  Hizo las preguntas pertinentes a las personas adecuadas y consiguió entrar:

—Ahí se produjo mi primer gran cambio. Y ocurrió algo que no siempre te pasa en la vida. Me dijeron: adonde quieras estar, vas. Me decidí por Cultura y Espectáculos con Maximiliano Tomas.

Por momentos es difícil seguirle el rastro a Perantuono. Las redacciones, los jefes, los colegas, las vueltas que toma su carrera. Nombra varios medios que aparecen y desaparecen a los pocos años en su extensa carrera. En ese camino rizomático, cuenta que al cabo de tres meses de trabajar en Perfil recibió una propuesta por parte de Víctor Hugo Ghitta para entrar en la revista Brando. Buscaban un jefe de redacción. La revista tenía un perfil literario; largas notas, buenas firmas, viajes prometidos. La referencia era Esquire y el presupuesto que se manejaba estaba a la altura de la referencia, al menos durante los primeros años.

—En Brando se escribían perfiles propiamente dichos, con toda la polenta de ese momento. Fue una gran apuesta.

Brando compartía espacio físico con otras revistas como Rolling Stone, Lugares y Cinemanía. La redacción quedaba en el barrio de Palermo y se había formado una comunidad entre los periodistas de las distintas publicaciones. Las firmas pasaban de un lugar a otro. Perantuono empezó a colaborar con Rolling Stone con perfiles y notas sobre música. Al mismo tiempo, logró colaborar con la revista colombiana Gatopardo con un perfil sobre el escritor maldito Enrique Symns, quien había sido revalorado durante los primeros dosmiles. Y ahí fue cuando a Perantuono se le encendió la lamparita: ¿qué pasaba si además de escribir podía viajar para escribir, y cumplir así el “sueño del pibe”?

—Toda mi vida había sentido la misma pulsión por escribir que por viajar. Siempre había querido viajar y sabía que el periodismo era un salvoconducto para lograrlo. Me las tenía que ingeniar.

En otra de esas “carambolas” que abundan en su carrera, cuando todavía vivía en General Roca, Perantuono logró estar en la final del Roland Garros de 2004. Fue un año único para el deporte nacional, con un duelo entre los argentinos Guillermo Coria y Gastón Gaudio. Cuando Pablo entró al estadio para cubrir el partido, tuvo la misma sensación que experimentó cuando ingresó por primera vez a una redacción. La de estar presenciando algo único e irrepetible en su vida. La diferencia en este caso era la de estar tocando un pedazo de la Historia con las palabras que él eligiera para contar su historia.

* * * *

De la revista Brando, Perantuono pasó al suplemento cultural del diario Crítica, un sueño creado por el periodista Jorge Lanata que al poco tiempo se convirtió en una pesadilla, con despidos masivos y falta de presupuesto hasta su cierre definitivo. De ahí, pasó al diario Clarín, a la sección de sociales. Mientras trabajaba en la planta del periódico, conoció a Hernán Casciari, con quien trabó una amistad. Surgió la posibilidad de hacerle una nota en la revista Orsai al Indio Solari, uno de los ídolos de su adolescencia y una de las figuras máximas del rock argentino.

La crónica sobre el Indio Solari abre Nada sucede dos veces y le hace honor al título del libro: fue la única vez que se sentó delante de su ídolo. Las circunstancias fueron anómalas y Perantuono las cuenta en el texto, tomando como referencia el estilo de uno de sus escritores cabecera, el español Javier Cercas. Revela un cruce de mails y las respuestas previas al encuentro. Solari no daba entrevistas, mucho menos a medios como La Nación o Clarín. Pero la propuesta por parte de una publicación independiente y autogestionada como Orsai le resultó atractiva. Había una condición. El encuentro tendría que hacerse en Nueva York. Perantuono no lo pensó dos veces. A las pocas semanas, se encontraba tocando la puerta de un hotel cinco estrellas en medio de la Gran Manzana.

—Se armó quilombo por la nota. Al día siguiente, después de salir a la calle, el Indio Solari sacó un comunicado en Redonditos de Abajo, un blog que usaba para escribir sus cosas. Ahí refuta lo que había escrito sobre él.

¿Qué le había molestado a Solari? Es difícil saberlo. Según Perantuono, fue la forma en la que lo describió. Como un hombre en cierto modo sencillo, que gusta de caminar por las calles de Nueva York junto con su hijo, una de sus ciudades favoritas en el mundo. ¿No era esa una situación extraordinaria?, dice Perantuono. ¿Cómo no usarla para una nota? Pero la imagen de un Indio Solari sencillo contrastaba con la otra. La que se sube a un escenario delante de 25.000 personas y entona canciones con letras surrealistas que se inyectan en el corazón de sus oyentes (“sus amantes”) como balas de plata.

—Me interesan los personajes que son iceberg —dice Pablo—. Vemos algo que es brillante, pero hay un continente por debajo que podemos ir a buscar. 

La crónica sobre Indio generó un estallido. Salieron notas en la televisión, opiniones varias, refutaciones y un sinfín de “ricoteros” (como se llama a los seguidores del grupo del Indio, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota) se indignaron por una crónica que no deja de ser cálida y respetuosa, aunque no por esa razón Perantuono abandonó su manera de mirar y de escribir. No hay mala publicidad: Orsai agotó varias tiradas, incluso llegó a un público ajeno al literario. Poco tiempo después, junto al periodista Mariano del Mazo, Perantuono publicó en la editorial Planeta Fuimos Reyes: la historia completa de los Redonditos de Ricota. Entonces recibió un mail del Indio en un tono críptico que podía interpretarse como unas disculpas.

Pablo Perantuono con el Indio Solari y portada de la revista 'Orsai'. E.C.
Pablo Perantuono con el Indio Solari y el número de 'Orsai' en el que apareció la entrevista. ARCHIVO

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Con el cambio del periodismo gráfico a las plataformas digitales Perantuono se convirtió a los 40 años en freelancer. Fue convocado para dirigir y editar, junto a otros periodistas y escritores, La Agenda Revista, un proyecto que se mantiene hasta el día de hoy con una propuesta singular, a tono con la escritura de época: relatos en primera persona, ubicados en un borde, entre la literatura y el periodismo. En paralelo a la aparición de la revista, Perantuono pensó en escribir una novela que hablara sobre el clima de época, el kirchnerismo y una masculinidad que se enfrentaba, en términos morales y culturales, a los cambios indeclinables propuestos por el feminismo. 

En Teoría del derrape (Emecé, 2019), Perantuono narra la vida de Diego, un abogado que a los cuarenta años enfrenta una crisis desde diversos flancos; un matrimonio que se hunde, una paternidad desequilibrada, una súbita adicción a la cocaína. La novela juega con el título: teoriza sobre una era y una zona frágil de la clase media porteña.

—Quise contar la época, la historia de un chico más joven que yo en esa época. Sentía que estábamos en plena transformación social. Vivíamos algo que no sabíamos cómo acomodar a los cambios de época. Yo veía a mis amigos separándose y sufriendo, todo lo que rodea a una cultura patriarcal que estaba en jaque.

La novela traza puentes literarios con autores que también han conjugado la experiencia entre periodismo y literatura, como Roberto Arlt, Osvaldo Soriano y Jorge Asís. Esa es la tradición literaria que a Perantuono le interesa (de hecho, Asís tiene un perfil en Nada sucede dos veces). Escritores urbanos que diseñan personajes desencajados y sin épica, al borde de lo border.

—Totalmente —dice Pablo—. Me gustan los antihéroes literarios. Incluso los que son a pesar de ellos, los que son autodestructivos.

En los perfiles periodísticos busca otra cosa. Hay una idea de bajar a los ídolos, de tenerlos cerca, de mirarlos en situaciones cotidianas como una caminata por la playa junto a Jorge Serrano, el compositor y cantante de Los Auténticos Decadentes, o los encuentros en diversos bares con Enrique Syms. 

—Es la vida ordinaria de los tipos extraordinarios. Buscás la dualidad de la vida. Nadie deja de ser del todo una persona. Me gusta transmitir que son como nosotros: sufren si la milanesa está cruda, porque la hija está enferma o se quejan porque la factura de movistar vino triplicada. La paradoja es que son tipos o minas se suben después a un escenario y hay 30.000 personas cantando con sus canciones. Eso es maravilloso.

¿Cómo hacés para bajarte de un escenario y ser normal? Es la pregunta que atraviesa gran parte de Nada sucede dos veces. ¿Cómo hace el cantante popular Palito Ortega para no cansarse de cantar siempre las mismas canciones? ¿Cómo hace Leonardo Favio para convivir con su mito? ¿Cómo hizo Daniel Hadad para convertirse en un empresario de los medios? ¿Qué tiene de singular Camila Sosa Villada, cuya escritura despertó el interés de tanta gente? ¿Cómo se convive con el aura de ser un distinto y al mismo tiempo tener los mismos problemas que el resto?

—¿Cuántos sucumben ante el malentendido? —se pregunta Perantuono—. El último fue el Pity Alvarez. No podés mantener esa intensidad en la semana. Te volvés loco. Tenés que ser un ser humano. Ese viaje, ese puente, es lo que voy a buscar con los textos.

Pablo paga el café. El calor no da tregua a pesar de las dos horas que duró la charla.

Nada sucede dos veces está dividido en dos partes. La última contiene textos personales. El luto por su hermana o el paro cardíaco de un amigo durante un partido de fútbol. Según Perantuono la primera parte festeja la vida, y la segunda, la enaltece, pero lo hace desde la muerte, o del peligro o la inminencia de la muerte.

—Parece ambicioso, pero eso fue lo que intenté. Hay un poder que te da esa inminencia con  la muerte que no te da otras situaciones. En algunos de esos lugares encuentro una voz propia. Creo que en el libro hay una unicidad, pero hacia el final aparece algo más personal, en carne viva. Un tipo de emoción que quizás no me permito en otros lugares. Cuando llego a un texto así, me gusta. Aun cuando es algo descarnado, doloso, pesado. Y de ninguna manera salgo indemne. Son situaciones difíciles que me tocó atravesar, pero pude atravesarlas gracias a la escritura. Lo único que sé hacer es escribir, y creo que sin la escritura no hubiera llegado a esos lugares a donde no sabía que podía llegar.

Cineasta, periodista y escritor. Ha dirigido los documentales, Beatriz Portinari. Un documental sobre Aurora Venturini (2014, Premio Argentores) y El volcán adorado (2018). Es autor del libro de cuentos Bailando con los osos (2013) y del ensayo Una isla artificial: crónicas sobre japoneses en la Argentina (2019). Su último libro, coescrito con Damián Huergo, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), premiado por el Fondo Nacional de las Artes de Argentina.

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