Libros

Palabra de agente (literario)

Son poco conocidos, pero cada vez tienen más influencia. Hablamos de los intermediarios entre escritores y editoriales, una figura clave en el mundo del libro.

Buenos Aires
Los agentes literarios ayudan a los autores a acercar sus libros al mayor número de lectores posible. FREEPIK/BESTSTUDIO

Son pocas las personas que, con el tiempo, se transforman en sinónimo de un oficio. Si en Latinoamérica y España, en una librería o en un bar donde se presenta un libro, alguien dice “agente literario”, enseguida, como si fuese un conjuro, en el imaginario de los interlocutores se empieza a formar un nombre: Carmen Balcells. No fue la primera en crear la figura ni la más influyente y poderosa —estatus que se le atribuye a Andrew Wylie, apodado ‘El Chacal’ por sus métodos expeditivos—. Sin embargo, su lugar como madrina del boom latinoamericano en los años sesenta y, a la vez, hacedora de Barcelona como ciudad literaria, en reflejo a la París de la primera mitad del siglo XX, la convirtieron en referente del oficio.

A casi 10 años de la muerte de Carmen Balcells y a más de dos décadas de caminado el siglo XXI, la figura del agente literario viene multiplicando su protagonismo. Una figura aún ajena a los lectores, pero que influye en sus lecturas solitarias y en los universos que decide habitar.

¿Quiénes son estos profesionales que se ocultan detrás de cada libro? ¿A qué se dedican? ¿De qué está hecho su trabajo?

Desde COOLT nos propusimos hablar con agentes, escritores y editores para tratar de entender de qué está hecho ese cable soterrado que atraviesa la computadora del escritor, la pantalla del editor, el diccionario del traductor y las elecciones de lectura de hombres y mujeres en distintas partes del mundo. Allá vamos.

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Laura Palomares nació en el corazón del corazón del oficio. Desde pequeña vio a su abuela Carmen Balcells, con quién se formó en sus inicios, y a su padre, Lluís Miquel Palomares, actual director de la Agencia Balcells, continuar en su casa el trabajo que no finalizaban en la oficina. Criada en un paisaje dominado por libros, la lectura fue su modo de estar y ampliar el mundo que pisaba.

—Tenía claro que quería dedicarme a un oficio que me acercara a la literatura —cuenta, vía mail, desde la ciudad de Barcelona—. Es un trabajo en el que no hay dos días iguales, que te permite acercarte al proceso de creación de grandes obras, estar en contacto con editores de todo el mundo, y en que vives rodeada de talento y leyendo muchísimo. No se me ocurre un trabajo mejor.

La literatura, como actividad artística, sabemos, está dentro de una industria y de un sistema de producción, en donde se mercantilizan creaciones individuales y colectivas. El trabajo que celebra Laura se ocupa de representar los intereses de escritores y escritoras en el barro y la arena de la industria del libro. En otras palabras, se encargan de despejar la ruta para que no haya obstáculos al momento de dedicarse a escribir. Trabajan de mediadores entre autores y editores, con un objetivo fundamental: acercar la obra a la mayor cantidad de manos y ojos de lectores posibles. El camino no es lineal, ni hay una fórmula única para hacerlo.

La interlocución literaria, en palabras de Laura, tiene varios frentes: búsqueda de editores en el mundo entero, negociación y la gestión de los derechos de propiedad intelectual de la obra en distintas lenguas y formatos —no solo el libro impreso, también en ebook, audiolibro, adaptaciones de teatro, cine, TV, etc.—, redacción de los contratos, seguimiento de los pagos, renovaciones, y todo un proceso de gestiones y supervisión.

—Y, sobre todo, escuchar mucho a los autores y atenderlos en todo lo posible —dice Laura. 

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La importancia del vínculo entre el agente y el autor es el acorde que más suena en los testimonios consultados. La escucha y la conversación permanente son virtudes propias del oficio, tanto para acompañar el proceso de construcción de obra, como para alentar la circulación.

—Escuchamos, interpretamos, leemos, asesoramos, negociamos, defendemos, resolvemos, facilitamos y promocionamos incansablemente a los autores que llevamos y los libros que escriben —dice la agente catalana Marina Penalva—. En lo práctico, eso implica horas de conversaciones, de lecturas, de viajes, reuniones. Uno nunca se aburre y aprende algo nuevo cada día.

Marina es agente literaria desde hace veinte años. Empezó en los laberintos del oficio cuando aún era estudiante en la universidad. Su formación formal incluye un título de Comunicación Audiovisual en la Universidad Autónoma de Barcelona y otro en Ciencias Políticas en la Universidad de Copenhague. Desde 2018 trabaja en la agencia Casanovas & Lynch. Vía correo electrónico, añade:

—Me gusta pensar en mi trabajo como el de un jardinero, donde los árboles y las plantas son las obras de un autor que, bien cuidadas, se convierten en un jardín robusto y armonioso. Un agente, además de un lector experimentado e intuitivo, debe ser también proactivo, apasionado, sociable, creativo, buen negociador y buen estratega.

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—Podés preguntar a qué se dedica una agente literaria a diez agentes y obtendrás diez respuestas —dice Nicole Witt, directora de la Agencia Literaria Martin-Witt, con sede en Fráncfort, y ganadora del premio a mejor agente literaria en la Feria del Libro de Londres de 2015.

Nicole estudió Filología Románica y Germánica en Münster (Alemania) y Sevilla (España), y desde el inicio de la carrera se fascinó con la literatura escrita en español y portugués. Hizo prácticas en el sector editorial y en 1998 empezó a trabajar con Ray-Güde Mertin, la fundadora de la agencia que en la actualidad dirige. Por mail, nos cuenta:

—Descubrí que ser agente significa mergullar en estas culturas, tener un contacto muy directo con los autorxs que nacen de este humus pero también marcan las expresiones actuales y generan tendencias nuevas. Descubrirlos, ayudarlxs a la máxima divulgación posible en tiempos de la predominancia de la cultura anglosajona (con aproximadamente el 65% de las traducciones literarias realizadas del inglés), y ayudar así a mantener un poco de diversidad y los horizontes menos estrechos es muy gratificante. Conocer la profesión fue, aunque suene muy cursi, un amor a primera vista, que sigue nutriendo nuestro lema: pasión y paciencia.

Nicole también explica que, en los últimos años, muchas editoriales han reducido, o no han ampliado, sus capacidades de filtrar la producción de textos. La cantidad de manuscritos que reciben es inmensa. Por lo tanto, les sirve contar con otros profesionales que asuman estas tareas, como los scouts o agencias literarias.

La feria española del libro Liber, a la que cada año acuden agentes literarios para cerrar acuerdos. IFEMA MADRID

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Paola Lucantis es editora del sello Tusquets Argentina desde 2016. Ha publicado hitazos como Las malas de Camila Sosa y Como si existiese el perdón de Mariana Travacio; libros que ha acompañado en ferias internacionales y están siendo editados y leídos en varios países. Los autores y autoras con los que ha trabajado reconocen su cercanía, sus intromisiones no invasivas, su escucha atenta y, también, la planificación a largo plazo, tanto para pensar la obra del autor como el cuerpo de títulos de una colección. Rasgos que, de a poco, han sido asimilados por los agentes literarios.

—El rol del agente puede ganar mucho espacio porque el rol del editor está disminuyendo —dice Paola por audio de WhatsApp, mientras ordena una fila de libros en la librería Te llamaré Viernes, que ha montado en Buenos Aires con Paulina Cossi—. Las grandes editoriales están desdibujando el rol del editor como compañía y guía del escritor, entonces va a quedar un hueco ahí que no se cubre con cualquier persona. Tampoco con personas rotativas. Es un vínculo muy personal, tiene que ver con una guía de construcción de obra; que piensa los tiempos de publicación, en las redes y asociaciones de otros países, en otras lenguas, editoriales, ferias, encuentros; es un trabajo más global. No hay que tomar al agente como una transacción económica, nada más. El rol que antes lo cumplía con mucha más importancia el editor, hoy se puede estar trasladando al agente. Y tiene que ver con la cercanía con el autor, en la construcción de la obra.

Lucantis, además, subraya que la influencia de los agentes en el mercado ha crecido. Y, en particular, se nota más en Latinoamérica, porque ahí las editoriales están lejos de los centros de distribución de contenidos: las grandes ferias internacionales quedan a varios kilómetros y divisas de distancia. En ese sentido, aclara que, si bien hay autores que se las arreglan muy bien solos, “a los escritores latinoamericanos les sirven los agentes para hacerse conocidos en otros lados del mundo”.

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Las palabras de Lucantis resuenan al dialogar con Camila Fabbri y Horacio Convertini, dos escritores argentinos de generaciones y estilos diferentes que son representados por agentes con sede en Barcelona.

Fabbri es un caso raro en la literatura de su país. Con un muy buen primer libro de cuentos, Los accidentes, publicado por la editorial Notanpuan, se le abrieron las puertas de las grandes ligas. Con solo 25 años la llamaron de Indent Agency. Ocho años y dos libros después, pasó a ser representada por la agencia Casanovas & Lynch.

—María Lynch es quien me representa —dice por teléfono—. Me ayuda a tomar decisiones, me aconseja, lee mis manuscritos. Ella es una gran lectora. Confío mucho en su interpretación. La lectura no tiene que ver solamente si se escribió un libro bueno o malo. Tampoco existe tal determinación respecto de un libro. Tiene que ver con muchas cosas. Si el mercado está buscando que seas joven, de mediana edad, o escribas más corto o más largo. Una buena agente literaria lo que hace es leer el mapa completo.

A diferencia de Fabbri, a Convertini no lo fueron a buscar. Consiguió el contacto de la argentina Claudia Bernaldo de Quirós, de la agencia CBQ, que vive desde hace muchos años en España, y le escribió. Hasta ese momento, 2013, había publicado bastante en poco tiempo gracias a premios literarios.

—Mi conocimiento de la industria editorial era escaso y la industria editorial no tenía la menor idea de quién era yo —cuenta por correo electrónico—. No tenía tiempo ni ganas de romper yo solo esa pared. Claudia es muy buena lectora de originales (¡muy buena!) y sé que, si ella detecta algo que no le cierra, le tengo que prestar atención. También me evita el trago amargo de negociar condiciones de contrato, algo que no sé hacer (ni me interesa). Y siempre está atenta a darles un buen destino a mis trabajos.   

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¿Hasta dónde llega la influencia de los agentes en el mercado del libro? ¿Pueden crear tendencias? ¿Enaltecen a autores por encima de sus cualidades literarias? ¿Dejan afuera del circuito obra valiosa?

—Las tendencias las crea el mercado: hoy, libros con temáticas de género; mañana, historias de marginales; pasado, qué sé yo... —dice Horacio Convertini—. Y a veces las crea un autor que justo toca un nervio vivo de la sociedad que nadie había visto antes y ¡pum! Permitime una metáfora futbolera: Guillote Coppola era un notable agente de jugadores, pero él no inventó a Maradona. En todo caso potenció el negocio que Diego generaba, lo protegió de malos contratos, negoció, golpeó puertas, las cerró. La idea de que el agente es un mago todopoderoso me parece exagerada. Cuando te cuentan historias de Carmen Balcells, acordate de esto: ella era la agente excepcional de autores excepcionales en un tiempo probablemente excepcional. Lo común y corriente es otra cosa.

Laura Palomares también le resta valores superpoderosos a su oficio. Dice:

—Los agentes literarios detectan tendencias y corrientes estéticas más que crearlas. En todo caso, estoy convencida de que quienes las crean son los escritores, a menudo sin proponérselo, y nuestra apuesta suele ir siempre en esa dirección, en la detección del talento creativo. Me gustaría decir que los agentes influyen decisivamente en las estéticas contemporáneas, pero no, el mérito nace siempre del escritor. Palabra de agente.

Escritor. Colaborador en medios como Página/12, Gatopardo, Revista Anfibia, Iowa Literaria y El malpensante, entre otros. Autor de las novelas Un verano (2015) y La ley primera (2022) y del libro de cuentos Biografía y Ficción (2017), que fue merecedor del primer premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina (FNA). Su último libro, coescrito con Fernando Krapp, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), también premiado por el FNA.