Hay talentos que tardan en cristalizar. Pero, cuando lo hacen, no hay marcha atrás. Es el caso de Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962). Publicó su primera novela, El Gran Arcarno (2006), cuando tenía 43 años, y desde entonces se ha labrado una sólida carrera en la industria literaria, con éxitos como La sonata del silencio (2015), Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido (2016) —finalista del premio Fernando Lara de Novela— y La sospecha de Sofía (2019), de la que lleva ya 16 ediciones y que está en proceso de adaptación cinematográfica.
Ahora, Sánchez-Garnica suma un nuevo triunfo: ser finalista del Premio Planeta por Últimos días en Berlín, novela ambientada en la Rusia estalinista y la Alemania nazi protagonizada por un joven que intenta reencontrarse con su madre y su hermano.
- ¿Ser finalista del Premio Planeta añade presión a la hora de escribir?
- Tengo 59 años, y la vida te enseña que hay que disfrutar del momento. Cuando escribo, no me presiona ni mi editorial, ni mi agente, ni yo misma. Yo no elijo las historias, ellas me eligen a mí. Se me ilumina una idea, un momento sobre el que quiero indagar, aprender, entender, y entonces me documento. A partir de ahí, empiezan a aparecer personajes, los voy conociendo… empiezo a escribir y todo ya va rodado.
- En el caso de Últimos días en Berlín, ¿cómo surge esa curiosidad por el nazismo y el estalinismo?
- Primero, por lecturas. Me leí Las benévolas de Jonathan Littell y me pareció fascinante. Cómo personas normales, no violentas, no especialmente fanáticas, pudieron dejarse llevar de esa manera y de forma tan entusiasta por un loco al que se endiosó. Empecé a tener curiosidad por entender ese periodo desde el punto de vista de la sociedad de a pie de calle: cómo fueron asimilando ese veneno letal del odio, cómo fueron asimilando ese aterrador aumento del fanatismo… En esa misma época también leí La octava vida, en la que Nino Haratischwili narra la historia real de su familia, de varias generaciones, y la Revolución rusa a través de la mirada de las mujeres. Eso me llevó a otras lecturas, luego a otras… Pensé durante un tiempo cómo aunar esas dos caras de la misma moneda, en crear un personaje que pudiera ser testigo de esas dos situaciones en la misma época: el estalinismo y el ascenso nazismo. Ese fue el origen. Y luego llegó la pandemia y leí muchos diarios personales y novelas de la época que me sirvieron para entender el momento.
- Leíste muchísimo antes de escribir, entonces.
- Muchísimo. La base documental es la lectura, sobre todo de novelas escritas por los autores de la época, ahí es donde está la intrahistoria que yo quiero contar. Dicen que a la historia le preocupan los hechos y a la literatura los sentimientos. Mis novelas son literatura, narrativa. Yo no concibo mi trabajo como novela histórica. No me interesa contar los grandes acontecimientos históricos: en mi caso, hay unos personajes con un contexto determinado, con unas costumbres y prejuicios determinados, y me centro en cómo gestionan sus sentimientos, su vida, en ese mundo en ese momento concreto.
- La época en la que se ambienta Últimos días en Berlín tiene mucho interés, pero es muy recurrente…
- Las historias son las que son y espero llegar a los lectores con la pasión y la emoción con la que yo la he escrito. Espero que formen un vínculo con los personajes de la historia. En algunos pasajes me ha llegado a estremecer la relectura, el sentimiento de los personajes. Hay momentos muy duros, muy tiernos, muy entrañables. Es una historia muy humana, muy cierta.
- Supongo que, siendo finalista del Planeta, tu público crecerá. Ya lo debiste notar cuando fuiste finalista del Fernando Lara, ¿no?
- Sí. Y con mi último libro, La sospecha de Sofía, noté que atrapé a muchos lectores hombres. Todavía existe ese prejuicio que tienen los hombres con las escritoras: “Yo es que literatura de mujeres, no leo”, me han dicho. Pero los prejuicios van cayendo, porque las mujeres somos las que más vendemos y también las que más leemos. Y muchos hombres leen lo que sus mujeres leen.
- ¿Cómo encaras ahora tu futuro?
- ¡¡Pues ganando el Planeta, que es un millón de euros!! No es la primera vez que me presento al Planeta, yo soy muy consciente de lo que me ha costado llegar hasta aquí. Ha sido un camino de mucho trabajo, de mucha disciplina, en el que he tenido que aprender a tener paciencia, humildad, y, sobre todo, a tener la confianza de que lo que estaba haciendo nos merecía la pena a mí y a mi marido, que es mi compañero en este camino, así como a los posibles lectores. Y soy muy consciente de que hay que disfrutar el camino. A veces un éxito puede ser demasiado rápido, demasiado contundente, y muy pronto te quita eso… Es como una novia que cuando se quita el vestido dice: “¿Ya? ¿Tanto tiempo para esto?”. Yo no. Yo estoy en ese momento en que me pongo el vestido de novia y disfruto de ponerme el vestido.
- Porque has ido construyendo tu éxito poco a poco…
- Ni me lo planteo… Cuando el jurado del Planeta hizo público mi nombre dije: a disfrutarlo, a vivirlo con intensidad. Con todo lo que hemos pasado, con tanta gente que se ha quedado por el camino y todo lo que hemos padecido, hay que disfrutar cada instante que la vida nos brinda. Y ese para mí fue el momentazo, y lo disfruté y lo sigo disfrutando.