No se decide así como así dedicarle veinte años de tu vida a investigar tal o cual cosa, a este autor o aquella poeta… Siempre hay un componente de azar en lo que luego se llama vocación o destino. La profesora, escritora, editora y traductora estadounidense Elizabeth Horan se encontró con un título de Gabriela Mistral que le llamó la atención: Lecturas para mujeres. ¿Cómo, Lecturas para mujeres? ¿Eran esas lecturas solo para ellas? ¿Se trataba de un libro feminista? Lo tomó y allí encontró “una extraña mezcla de pensamiento conservador y radical a la vez”, una antología de textos de autores de América Latina, alguno de España, Francia y Estados Unidos, “donde la autora cuenta lo que fue a hacer, junto a Palma Guillem, al México posrevolucionario”.
Hemos empezado por el final, pues la partida de Gabriela Mistral a México en 1922, invitada por el mítico ministro de Cultura José Vasconcelos, es el punto donde colocan el cartel de “continuará” las casi 500 páginas del primer tomo (de tres) de la biografía que Elizabeth Horan ha publicado en Lumen. El volumen se titula Mistral. Una vida y lleva un subtítulo que es un verso: Solo me halla quien me ama.
Con un doctorado en Literatura Comparada en la Universidad de California-Santa Cruz, Horan se extrañó muchísimo al no haber escuchado hablar de Gabriela Mistral, una buena poeta, el primer Premio Nobel de Literatura latinoamericano. “Estudiábamos a Lorca en cada clase. No pasa nada, me gusta, pero ¿cómo no había escuchado el nombre de Gabriela Mistral?”, dice la autora en conversación con COOLT. Así comenzó a tirar de un hilo que la llevó a contactar con Doris Dana, albacea de la escritora chilena. “Quería pedir permiso para traducir y me dijo que la visitara la próxima vez que estuviera en Nueva York. Yo tenía 26 años y no sabía cómo entrevistar a nadie, nada del juego de preguntas y respuestas… Recuerdo que le dije: ‘¿Qué debo hacer cuando los norteamericanos me pregunten si era lesbiana?’. Ella me respondió: ‘¿Y por qué ponerla en una caja tan pequeña?’. Ahí me di cuenta de que aquella generación podía ser algo sin hacer ostentación de ello”.
‘Performer’ de sí misma
Gabriela Mistral, el nombre que acabaría adoptando Lucila Godoy Alcayaga, nació en Chile el 7 de abril de 1889, cuando sus padres se estaban desplazando de La Unión a Vicuña. Nació nómada y de nómadas que intentaban ganarse la vida —que no era muy fácil que digamos— en el “remoto y andino valle del Elqui”, como se lee en la biografía de Horan.
Los cambios constantes de casa y una infancia entre mujeres marcaron la infancia de una niña que pronto aprendió a barajar de la mejor forma posible las cartas que la vida le había echado. También aprendió a contarse a sí misma de la forma más provechosa posible, lo cual implicaba modular, variar, omitir detalles o dar lustre a otros según el entorno, los destinatarios de sus narraciones o los fines que buscara. Esto desconcertó en un primer momento a su incipiente biógrafa y luego sirvió como acicate. “Me atraían mucho sus discursos, sus cuentos o anécdotas sobre su vida”, dice Horan. “No tenía idea de cómo iba cambiando los detalles… Era una performer, y bastante talentosa, que seguía la tradición oral y cambiaba la narración según la sesión o performance. De modo que no había una verdad fija para todo aquello que muchos biógrafos habían tomado como si fuera la única verdad. Por otro lado, se trata de cuentos maravillosos, tan atractivos que sería una pena no utilizarlos. Eso me sorprendió y me asustó porque ¿cómo iba yo a encontrar y a probar la verdad? Tengo que decir que no sabemos”.
El don de la oportunidad
Algunos ejemplos. El mito de su nacimiento asilvestrado, del paisaje mismo (“Salí de un laberinto de cerros y algo de ese nudo sin desatadura posible queda en lo que hago, sea verso o sea prosa”); el “mito de la echada” de la escuela de Vicuña, acusada de robo y hasta apedreada, que acabó poniendo flores en la tumba de aquella que la había expulsado; el de la despechada, el de los amores siempre imposibles y, a menudo, trágicos que —a modo de pantalla— encubrían otros intereses y relaciones… Todo ello haría de Gabriela Mistral una personalidad inaprensible basada en los mimbres temblorosos de su propia invención y narración. Imposible llegar a la médula de quién era de verdad. “Tanto como llegar a la médula de cualquier persona”, matiza Horan. “Es que siempre estamos rehaciendo el pasado según vamos caminando por la vida. Pero algo que se convirtió en una constante fue la capacidad de ser testigo directo de los acontecimientos más importantes de su tiempo. Tenía una especie de antena para detectar el momento en el que iba a explotar el conflicto, o cuando estaban ya en él o un poco después… Luego se dirigía hacia allí para contarlo. En Chile, esas primeras décadas del siglo XX fueron una época de mucha conflictividad laboral y social. Marchó a México muy poco después de la Revolución. En España se encuentra con el Bienio Negro, justo antes de la guerra civil y, cuando puede escoger destino, se va a Niza en el 38, donde estaban llegando los refugiados españoles buscando la manera de salir de Europa”.
Antes de llegar a un lugar, Gabriela Mistral preparaba minuciosamente el terreno a base de cartas, cartas, cartas. Cartas que escribió durante toda su vida y que eran una especie de herramienta de trabajo. Buscaba protectores, propiciaba encuentros, agitaba, conectaba… Ayudó mucho y también fue ayudada, hasta el punto de que este hecho es el que destaca Horan como el más importante de la vida de la escritora en el periodo que narra el primer tomo de su biografía. “Creo que no hubiera hecho nada de lo que posteriormente consiguió de no ser por sus amistades. Trató bien a sus amigos y ellos se lo devolvieron. Ayudó a bastante gente y, además tenía la costumbre de hacer un amigo y enseguida entrar a formar parte de su círculo de amistades, que siempre iba creciendo”.
Amigas, amantes, compañeras de vida
En este capítulo merecen un capítulo especial las tres mujeres o secretarias o amigas o compañeras con las que Gabriela Mistral compartió distintos periodos de su vida: Laura Rodig en sus años de Chile; la mexicana Palma Guillén y, por último, la mencionada Doris Dana. Si en algún momento en España se dejó de decir la-amiga-del-rey como sinónimo de amante, ¿no se podría también pasar a esa pantalla en el caso de Gabriela Mistral? Horan responde, “sin ánimo de ser conservadora”, que es probable que Doris Dana fuera su amante, pero que no está tan claro en el caso de Laura Rodig, porque eso habría significado perder sus trabajos y la posibilidad de ganarse la vida. Es decir, “los motivos que ellas tienen para estar a su lado son ventajosos”. “No quiero negar una atracción muy complicada desde un punto de vista emocional, tocando incluso el masoquismo en algunos casos, pero no se deben descartar los otros motivos”, dice la investigadora. “Palma Guillén, por ejemplo, fue una mujer muy ambiciosa. Trabajó 30 años con ella y manejó sus negocios, sus fondos… Llegó a ser embajadora, de hecho, aunque no de forma nominal, mientras Mistral era cónsul de segunda. Es decir, ser la amiga de Mistral traía muchos beneficios, lo cual no significaba que fuera necesariamente su amante”.
Género y sexo están muy presentes en esta biografía escrita desde una gramática queer. “Nos pensamos que hemos inventado la sexualidad no binaria y la androginia… Ella se relacionó con los cuatro sexólogos más importantes de su tiempo y a algunos los conoció en persona, como a Gregorio Marañón, quien usaba, ya en 1916, la palabra intersexualidad”, cuenta Horan. “Conoció también los escritos del argentino José Ingenieros y mantuvo correspondencia con el brasileño Afrânio Peixoto y con el chileno-letón Alejandro Lipschutz”. Mistral leía de forma amplia y este tema, que era de su interés, no iba a ser una excepción. Pero además, la autora pasó a la acción en su escritura tanto pública como privada: “Cuando ella escribe sus cartas tempranas está siempre jugando entre los géneros. Y al final, cuando se refiere a ella misma en masculino en sus cartas a Doris Dana. También juega en su poesía. Las primeras veces que yo leía Desolación, al no ser nativa parlante, andaba buscando el género, y el género no está identificado. Mis amigos me ofrecían sus análisis y yo: ‘No dice eso’. Es que no lo dice, no está indicado el género, y eso lo hace desde bien temprano”.
Una “walkiria india”
En otra de las claves de su escritura, el indigenismo, también hay cierta disputa a la hora de saber cuándo aparece. Dicen que Mistral “se convierte” después de su estancia en México en 1922, pero Horan tiene otra opinión y maneja datos en forma de cartas, que es como está tejida su monumental obra: “Ya en una carta de 1913, o sea, nueve años antes, decía que quería aprender mapuche, trabajar con los indios y enseñar de una forma ‘que no les haga dejenerar’”. Esto con comillas (y con j) lo explica en la biografía, donde Horan cuenta que el discurso de la época postulaba a los pueblos indígenas como “degenerados”. Mistral se manifiesta en desacuerdo y lo marca con esas comillas: de hecho, lo que piensa es exactamente lo contrario. “No buscaba ni luchar, ni civilizar, ni redimir”, escribe Horan en su libro.
En otra carta, Mistral se reivindica a sí misma como “walkiria india”, y lo hace frente al muy afrancesado crítico literario Alone, que será uno de sus más frecuentes interlocutores al otro lado de las cartas. “Lo que sí he encontrado es mucha evidencia —eso formará parte del siguiente volumen— de que no se presenta en forma pública como mestiza hasta que se muere su madre, en 1929”, dice Horan. De todas formas, no deja de ser un fenómeno bastante nuevo esta reivindicación de la voz del indigenismo: la investigadora estadounidense explica que, cuando ella estuvo en Chile en los años ochenta, “nadie decía que Mistral era india”.
Y más cosas que se decía que era. Durante la época de Pinochet, a Mistral “se la representaba como muy católica”. Horan dice que “es algo que pasa si uno escribe tanto como ella escribió: seleccionando bien, se podría hacer una Mistral conservadora, pero también una Mistral de la época de Allende y hasta una de Boric. Es algo que le pasa a cualquier figura importante”. Regresando al terreno de la creencia, lo que sí era y lo fue siempre es una mística, “como buena poeta”, añade Horan. Una poeta de versos encendidos e incendiarios, cuya imagen podría chocar con la persona fría y calculadora que los firmaba.
¿Cómo o quién era realmente Gabriela Mistral? “Ella dice en varios libros que gente que la ha conocido a través de la poesía quedaba sorprendida”, responde Horan. “Encontraban a una persona tranquila, incluso fría, pensando que ella sería intensa como su poesía. No es nada de eso. Tal vez la poesía era una especia de desahogo, o tenía una personalidad para escribir y otra para la vida diaria. Los poetas a veces viven así en sus versos, pero otra cosa muy distinta es cuando se enfrentan a la vida diaria y tienen que soportar lo que una tiene soportar como directora de liceo. Personalmente, encuentro la voz de Mistral, de su persona, en la prosa y en las cartas, no en la poesía. Cuando leo sus versos los leo como la proyección de su persona: es parte de ella, pero no es ella. La poesía siempre es poesía”.