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Pedro Burruezo: ardor periférico

El músico español es un “saltimbanqui cultural” al que le gusta cruzar géneros y disciplinas. Ahora debuta en la novela con ‘Auto-Sufí-Ciencia’.

Barcelona
El músico español Pedro Burruezo. CORTESÍA

Piedra en el zapato del mundo moderno, trovador más que músico, compositor de melodías atípicas —rayanas lo imposible—; eterno aspirante a mourid sufí y ecologista de los de verdad, de los que jamás verás con el ridículo circulito multicolor en la solapa de la chaqueta, pero sí cultivando sus propios alimentos. Pedro Burruezo (Barcelona, 1964) ha trazado una carrera singular, y quizás incómoda para muchos estratos de un mundo que no está hecho para tener principios. Y menos, los suyos.

Pero ahí sigue, más de 40 años de trayectoria musical iniciados en su día al frente de los incomprendidos (aunque hoy míticos) Claustrofobia. Una trayectoria vital y artística que ha proseguido con una irredenta, incansable y coherente persecución de los sonidos de la tradición, de las morales cada vez más situadas en las periferias de un mundo materialista donde nuestro hombre no busca evangelizar, pero sí compartir. Cantar y escribir sobre las verdades que no se ven, pero que también están ahí. Con ardor, con luz, aunque sea un destello.

Ahora, el alma mater de Burruezo & Nur Camerata suma un paso más en su faceta de agitador de conciencias con su novela Auto-Sufí-Ciencia. Una historia de gnósticos, gitanos, irredentos y otros periféricos (Mandala, 2024), tan inclasificable como su obra musical; mezcla de narración de ficción, historia de las músicas que unen el acervo sonoro magrebí o el árabe con la Cataluña rumbera, pasando por los palos y colores del jondo cultivado en Andalucía y Extremadura; ensayo sobre el sufismo y panorámica —a momentos desasosegante— del mundo actual.

- Se diría que Auto-Sufí-Ciencia tiene algo de aspiracional. En su trayectoria vital, Txell, la protagonista femenina, alcanza una elevada espiritualidad, un diálogo con Dios ascético, absoluto. Por su parte, Manuel, el protagonista masculino, alcanza un arte total, en el que su ego desaparece y a través de su canto sólo brilla lo divino. ¿Son esas las dos grandes metas vitales de Pedro Burruezo?

- ¡Ostras, empiezas fuerte! Yo diría que Txell y Manuel son personajes arquetípicos, que es algo que salió así, sin premeditación. Sus caminos vitales también lo son: son sendas matriciales. Y llegan a lo más elevado porque se abandonan, en cierta forma, a los designios divinos. Olvidan el mundo y, de algún modo, el universo se pone a sus pies. Yo, personalmente, no puedo aspirar a tanto, porque soy muy consciente de mis múltiples carencias y apegos, de mis limitaciones.

Ahora bien, lo que importa no es tanto la meta, sino el camino. De hecho, este tema aparece de forma recurrente en el libro: el camino como meta en sí mismo. Un personaje anónimo del libro, un pescador, lo deja muy claro: no sabe si pescará o no, pero lo importante es estar allí, lanzar la caña, experimentar el mar y su inmensidad, la emocionante espera… El otro día, hablamos de este mismo asunto con el gran [actor barcelonés] Albert Vidal. El camino trasciende per se. ¿Qué importa lo que pase luego? El pretérito ya pasó y el futuro es una entelequia. Sólo existe el presente.

- El libro alude constantemente a cómo la modernidad ha borrado cualquier rasgo de espiritualidad en el hombre. Pero, pese a los racionalistas, la modernidad también ha tenido contrapesos intelectuales en la figura de un Nietzsche o un Kierkegaard. ¿No sería más bien la posmodernidad, con su levedad, con su postulado de fin de la historia de Fukuyama, el verdadero problema?

- Personalmente, con la modernidad y la posmodernidad me pierdo un poco. Lo explicaré de otra forma: las sociedades tradicionales, pese a sus diferencias, tenían su razón de ser, siempre, en lo divino, en lo sagrado, en lo metafísico. Y, por la imperfección humana, las personas de esas sociedades cometían todo tipo de errores y meteduras de pata, pero al menos no presumían de ello. En la sociedad materialista, llámese moderna o posmoderna, los escrúpulos brillan por su ausencia y el personal ha perdido todo tipo de vergüenza. El usurero se jacta de haber ganado millones en la nota de prensa de su banco, mientras su pueblo se muere de hambre; el chapero presume de ser puto por placer y no por obligación, como si fuera un honor. El esposo infiel alardea en las redes de sus aventuras. El que contamina emite un informe diciendo que su producto es inocuo y no siente remordimientos. El asesino psicópata que protagoniza un genocidio sin parangón habla de “daños colaterales”. Es una sociedad infame de mentirosos, pajilleros, adictos de toda índole y creadores de ídolos de todo tipo. Es todo un despropósito. Txell, Manuel y toda su tropa se oponen radicalmente a este sinsentido. Fundan una sociedad nueva, en su tribu, presidida por la luz, la honestidad, la verdad, los buenos modales y el rigor. Y fuera, que arda Troya. Duermen poco, porque se pasan las noches recordando al Amado, pero duermen tranquilos.

- Desde la teosofía hasta el hippismo, el libro abomina de varias formas de (pseudo)misticismo occidentales. ¿Se basa esa crítica en experiencias vividas en primera persona?

- He conocido, sí, a unos cuantos cantamañanas. Son peligrosísimos. Y, en la medida en que el caos civilizatorio avanza, los mentirosos y los embusteros abundan más. Y sacan provecho de todo tipo: económico, sexual o de poder. Desvían a muchas personas, buscadoras bienintencionadas, de los caminos certeros que conducen a la paz y al sosiego en medio del desorden.

Los hippies no significaron ninguna revolución, sino que fueron la punta de lanza de un sistema globalizador y totalitario que está conduciendo a la humanidad hacia un camino de autodestucción: abrieron la puerta a muchas adicciones y a una sociedad completamente dopada. Ojo, he conocido a muchos que son muy buena gente y con los que incluso comparto algunos ideales, pero no su ingenuidad. La new age es un fraude para ególatras incapaces de comprometerse con nada. Por otro lado, conocí a un aspirante a teósofo que montó una secta sólo para endiosarse a sí mismo. Es el caos absoluto. Y, claro, en el país de los ciegos el tuerto es el rey.

Los protagonistas de la novela llevan a cabo una búsqueda sincera. Sus corazones, a pesar de haber vivido en el límite, mantienen aún una cierta pureza. No buscan estados magnánimos de fenomenología espiritual, sino ser almas humildes abatidas en Dios. Y lo consiguen, vaya que sí. El proceso es excitante. Para mí ha sido muy emocionante escribirlo. Pero, atención: hay que decir que el caos que lo inunda todo ha llegado también al mundo místico, y el sufismo no se salva. Hay que andar con mucho cuidado a la hora de escoger un maestro y no olvidar en ningún momento que somos los califas de nuestra vida: somos responsables de nuestros actos.

- El libro también plantea un islam que es más forma de vida, postura del hombre frente a Dios, que como una religión. ¿Canonizar los textos sagrados es el gran problema de la fe?

- El libro aspira a recoger la quintaesencia de las ciencias del amor, mahabbat, ajenas a las lecturas demasiado literalistas. Pero, como se aclara en diversos momentos del relato, la ley externa no va a ningún sitio sin la ley interna. Y viceversa. Esoterismo y exoterismo están condenados a entenderse para llevar a buen término el camino espiritual del novicio.

- Errr… creo que aquí me pierdo un poco.

- Te pondré un símil artístico. Un artista sin duende no tiene razón de ser. Sólo es técnica sin alma. Pero un artista con duende y sin ninguna técnica no puede aspirar a ningún mérito creativo. Pura locura. Islam nació como algo extraño por su extraordinaria profundidad y su sencillez para facilitar la entrega al Amado. Pero, como ya se profetizó en su día, llegarían la involución y la corrupción del mundo, un tiempo en que islam volvería a ser algo extraño para las gentes, incluso para muchos musulmanes. Estamos en ese momento histórico. Y se agravará.

Los protagonistas del libro son conscientes de todo esto. Ellos exceden la ley exterior, pero por arriba, nunca por abajo. Y son muy rigurosos consigo mismos, pero muy compasivos y comprensivos con los demás. No puede ser de otra forma. Son un ejemplo a seguir por su dulzura. Y, en su camino, el estereotipo y los lugares comunes brillan por su ausencia. El verdadero camino del amor tiene poco que ver con lo que la mayoría de las personas entiende por “senda religiosa”. Islam no es una “religión histórica” para árabes y barbudos. Es un mensaje universal, atemporal, el sello de la profecía, el último eslabón de un mensaje eterno. Para nuestros protagonistas, la postración es hoy la mayor revolución posible y el grado más alto de amor.

- Citas dos obras con especial ahínco: Primavera silenciosa, de Rachel L. Carson, y Nuestro futuro robado, de Theo Colborn, John Peterson y Danne Dumanoski. ¿Son el antídoto contra el pseudoecologismo institucional?

- Esas dos son obras maestras que nos alertan sobre cómo los poderes ocultos que gobiernan el mundo están manipulando y enfermando a las masas. Nuestros protagonistas no solamente son seres contemplativos, también son activistas. Se oponen con firmeza a cualquier forma de injusticia y de corrupción. La exposición a químicos tóxicos presentes en pesticidas y retardantes de llama, plásticos o funcigidas, por ejemplo, está provocando una pandemia de cáncer y de infertilidad, de enfermedades degenerativas, asmas, alergias, entre otros males. Pero también están provocando distorsiones en las conductas humanas.

Los científicos más independientes ya no se callan al avisar sobre el peligro de la exposición a disruptores hormonales. Esto está muy presente hacia el final de la novela, y científicos como Nicolás Olea lo dejan muy claro en sus trabajos y ponencias. Estar informados es muy importante. En mi modesta opinión —“robada” de pensadores geniales y visionarios como Vandana Shiva o Edward Goldsmith, de los que me siento discípulo y a los que he tenido la suerte de conocer en persona—, el ecologismo tiene que tener alma, tiene que ser espiritual. El ecologismo normal ha fracasado porque ha intentado combatir al mundo materialista con sus mismas armas, siempre en un contexto cartesiano, materialista, racional. No ha sabido motivar emocional, espiritualmente a la ciudadanía para caminar hacia una sociedad más bella, más justa, más verde y más armónica. 

- Esta es la historia de una familia que se cierra con unas visiones que me conectan, de alguna manera, con el panorama que Jordi Pigem dibuja en sus libros de pérdida de dimensión humana del hombre y, por tanto, pérdida de sí mismo. ¿Te consideras una persona optimista de cara al futuro que nos aguarda?

- Ya sois varios los que, al hablar de Auto-Sufí-Ciencia, mentáis los paralelismos con la obra de Jordi Pigem, lo cual me parece acertado y, además, es para mí todo un honor. Yo creo que, ahora mismo, está creciendo el número de pensadores y artistas que están despertando y viendo con claridad. En islam se dice: “El que se conoce a sí mismo conoce a su señor”. Esa búsqueda de la esencia de la humanidad, vinculada a la sabiduría primordial inmersa en las diferentes tradiciones espirituales desde el principio de los tiempos, de las cuales islam no es más que el último eslabón, es hoy una vanguardia que se opone, con valentía, a una sociedad basada en la mentira, el dinero, la fama y el sexo como gimnasia. Es decir, que esa búsqueda se opone a la incesante creación de ídolos que es la sociedad moderna. Esta oposición es ahora mismo el santo y seña del regreso a una sociedad que es, a la vez, antigua y futura. 

- Un aspecto a mi entender muy valiente es cómo abordas lo que ha ocurrido con el covid-19: cómo se ha tratado de imponer un sistema de vacunas que han tenido y siguen teniendo consecuencias nefastas en la salud de muchas personas.

- Lo triste no es que, desde la tiniebla, se impongan mil mentiras, o verdades a medias, a las masas. Y lo más patético y peligroso es que la muchedumbre acepte estos embustes con total alegría. Las ideologías e ideas corruptoras que son los cimientos de la modernidad han sido acogidas por miles de millones de personas en todo el planeta sin atisbo alguno de crítica al respecto. Y de aquellos barros, estos lodos.

Volviendo al libro, Txell, Manuel, Fátima, Basima, Joseíco y toda esa bonita tribu viven en este mundo moderno, sí, pero se sitúan en su periferia. Son irredentos, libres. Respetan las leyes, pero construyen un mundo al margen, en la medida que pueden o que se les deja. Porque no han asumido como propias ese tipo de ideas. Abominan de la ciencia al servicio de empresas y Estados. Ponen en tela de juicio que esa ciencia y esa tecnología sean inocuas e imparciales. Saben a qué conduce todo ese desvarío. Y se adelantan unos años. Hoy lo vemos con claridad. Al menos, los más despiertos.

Burruezo reivindica la mística sufí a través de su música y su literatura. CORTESÍA

- El libro está lleno de esas músicas que tú haces. Una red sonora tejida por musulmanes, hebreos, gitanos y otros proscritos. ¿Reivindicar y hacer este tipo de música es, entre otras cosas, también un ejercicio de memoria histórica?

- Al-Ándalus es otro de los personajes del libro. Aunque la acción transcurre entre los años sesenta y los noventa del siglo pasado, los grandes sabios y sabias andalusíes y su legado están siempre muy presentes. Y los protagonistas desmantelan las claves de la falsa historia de España, una historia totalmente inventada con fines políticos y fraudulentos. Hoy, afortunadamente, una nueva generación de historiadores, músicos, artistas, pensadores y poetas mira hacia nuestro pasado con otros prismas. Yo siempre me pregunto, ¿por qué, entre nuestros más grandes poetas, no citamos también a Ibn Arabi de Murcia, al-Mutammid de Sevilla, Abu Backer de Tortosa o Wallada de Granada junto a Lorca, Alberti, Rosalía de Castro, San Juan de la Cruz o Santa Teresa? La historia de España es una mentira. Y es de locos ocultar uno de sus momentos más gloriosos.

- Las presentaciones que haces de la novela no tienen nada que ver con las presentaciones al uso. Hay lecturas dramatizadas, música en directo que recorre una hipotética banda sonora del libro, un cara a cara con el público, diálogos con la editora sobre las filias y fobias de los personajes…

- Efectivamente. Me gusta ser un saltimbanqui cultural que juega a destrozar las fronteras entre géneros y disciplinas. Cada presentación está dividida en tres partes. En la primera, Mercè Diago —la editora literaria, que ha hecho un excelente trabajo— y yo mantenemos una conversación sobre la novela. En la segunda, concierto de Burruezo & Nur Camerata y lectura de fragmentos del libro que van unidos a cada canción en particular. Yo mismo explico qué tiene que ver cada pieza musical con cada fragmento y por qué van unidos. En la tercera parte, tertulia con el público asistente. Y, para cerrar, una pieza más, muy vinculada a la novela, que, de alguna forma, resume toda la obra. Hemos hecho presentaciones muy intensas, se alcanzan momentos muy profundos, sin lugares comunes ni mojigatería.

- ¿Qué queda del Burruezo que hace ahora más de 40 años debutaba al frente de Claustrofobia?

- Bien poco. Yo creía que era muy rebelde el exabrupto y la onomatopeya, pero, como ya he dicho, creo que la mayor revolución posible ahora mismo es la postración, como ha afirmado Angélica Liddell. Yo lo descubrí hace 20 años.

De aquellos días echo de menos, de vez en cuando, mis paseos junto a mi amigo Francisco Casavella. La emoción de los primeros viajes a Madrid. La sensación de incomprensión en mil conciertos donde el público esperaba algo muy fuerte y se encontraba con un grupo que mezclaba los boleros con la música gótica y el sonido robótico con el pasodoble aflamencado... ¡Que un día hasta nos tuvo que venir a proteger la Policía porque el público nos quería linchar (risas)! Pero soy muy poco nostálgico, la verdad. Ahora mismo, me siento mil veces más irredento que entonces. Creo que para mucha gente del mundo del rock y de las supuestas músicas avanzadas esto es difícil de comprender. Pero me da igual. Perder seguidores en el camino es muy sano y muy recomendable. Unos llegan y otros se van. Así es la vida.

Por cierto, Satélite K ha editado los tres primeros discos de Claustrofobia en vinilo. Parece ser que tenemos unos cuantos seguidores en California y Japón, qué locura. Yo me siento lejos de todo aquello, pero hay un público. Ojalá se atrevan a escuchar y leer todo lo que estoy haciendo ahora. Es más salvaje. Los personajes de la novela pertenecen a una orden de caballería. ¡Yo me identifico mucho con ellos!

Periodista y escritor. Colaborador de medios como Ruta 66, Enlace FunkThe New Barcelona Post. Autor de varias novelas del género negro-criminal, entre ellas Soy la venganza del hombre muerto (2019), ganadora Premio de Narrativa Ciudad de Vila-real, y Todos habían dejado de bailar (2022), merecedora del Premio L'H Confidencial.