Desde octubre de 2019 y hasta año y medio después, cada viernes, los manifestantes se reunían en la plaza Italia de Santiago de Chile, rebautizada como plaza Dignidad, para vandalizar con pintura y disfraces el monumento al general Manuel Baquedano. Su intención era reconvertir el lugar en una plaza a gusto de la ciudadanía, articulando su protesta como una intervención simbólica y material. Pero fue en 2021, cuando llegaron a prenderle fuego y atravesarla con una radial, que el Consejo Nacional de Monumentos decidió retirar la estatua de la plaza: lo hicieron de noche, aprovechando el toque de queda sanitario. Nadie pudo ver cómo se llevaban el símbolo intervenido, una obra de arte, que pertenecía mucho ya más a los manifestantes que al poder que en su origen representaba.
Esta es una de las muchas historias que cuenta el periodista, escritor e historiador del arte Peio H. Riaño (Madrid, 1975) en Decapitados (Ediciones B, 2021) como paradigma de cómo se erigen —y se destruyen después— los símbolos en el espacio público. “Cada viernes la estatua se volvía otra cosa. Adquiría un nuevo significado. A veces era mapuche, otras era feminista, otras un obrero. Los manifestantes se apropiaban de Baquedano, lo disfrazaban, lo resignificaban y lo convertían en uno más, en uno de los suyos”. Con este texto, Riaño nos recuerda que el arte no habita en una esfera autónoma y desligada de la sociedad, donde solo rigen motivos estéticos, sino que está arraigado al contexto en el que aparece y es recibido, atravesado por realidades materiales y relaciones de poder. Igual que ya hizo con Las invisibles (Capitán Swing, 2020), en Decapitados propone abrir un espacio de conversación para desmontar los falsos debates en base a los que se polariza la opinión pública.
- En la introducción de Las invisibles explicabas el momento en el que fuiste consciente de la ausencia de mujeres en el Museo del Prado, lo que supuso la chispa que daría lugar al libro. ¿También hay un momento concreto de despertar político como germen de Decapitados?
- En este caso no lo tengo recogido de una manera tan clara. Sé perfectamente que reacciono ante el nacionalismo español con el tema de Colón y, sobre todo, creo que tiene que ver con lo que ocurrió en Colombia, cuando marcharon hasta la estatua de Sebastián de Benalcázar y se la cargaron: reconocí a la comunidad indígena misak y empecé a darle contexto. En todas estas cuestiones, como con el tema del género dentro del museo, lo que hace falta es contexto, y así es como descubres a una población ofendida con la imposición de una memoria que les agrede. Esta cuestión forma parte de otros falsos debates que tenemos que librar y desmontar estos días: la cultura de la cancelación y el presentismo. Son supuestas disputas que ha montado la parte más conservadora de la población, tanto de la derecha como de la izquierda, para no seguir progresando, para no revisar nuestro pasado.
- ¿Cuál es la tensión histórica que describes exactamente en el libro?
- Qué símbolos queremos que nos representen y cómo es inviable que un símbolo construido hace dos siglos siga representándonos, porque los símbolos nacionales son una máquina de reciclaje que no descansa, igual que no descansa la sociedad. Cada día tratamos de avanzar hacia la igualdad, hacia un mayor respeto con el entorno natural, y para ello nos ponemos unos retos a los que debemos responder. Eso es lo que nos hace progresar como comunidad. Si reivindicamos símbolos de otra época, propios de otra comunidad, el choque que tenemos es un conflicto grave entre la facción conservadora y progresista. En España, todos los símbolos que tienen que ver con la memoria hispana, los que utilizan la hispanidad como referente conservador para retratar Latinoamérica como algo de lo que se apropiaron, no han sido cuestionados. Lo único que hacen es reproducirse constantemente: ¿qué es esta astracanada de Nacho Cano? Una pirámide que reivindica la hispanidad en el año en el que México celebra sus dos siglos de independencia de España.
- Una de las ideas que más repites en Decapitados es que los monumentos no rinden homenajes ni honran la historia de un país, sino que la silencian. ¿Por qué?
- Lo que hacen los conservadores constantemente es reapropiarse del pasado, construirlo a su manera dejando un relato sin una tacha, una historia impoluta de la grandeza española, pensando que todo aquello que habla de la leyenda negra es mentira. Y cuanto más lejos estamos de ese pasado más posibilidades tienen de reivindicarlo, porque no van a hacerlo con Franco descaradamente, sino que reproducen los símbolos que reivindicó el franquismo: la hispanidad. Símbolos que no parten de la Constitución, sino que que reivindican la España que nace cuando descubren otro país, otro continente. En realidad, el nacimiento de España en su versión conservadora es lo más vulnerable como ideología patria, es un símbolo que depende de otro, es una nación que nace cuando nace Latinoamérica, no cuando nace per se España.
- La crítica más repetida contra la retirada de estos símbolos de la vía pública es que así solo se borra a personajes que, aunque nos avergüencen, existieron.
- Evidentemente, cuando una estatua se retira de la vida pública, la historia no sufre ni un gramo. Lo que cambia es la historia de la propaganda y la publicidad, porque deja de tener efecto en la calle y en la convivencia. La historia está escrita por los historiadores a partir de hechos y documentos, y cada investigación ofrece un nuevo rayo de luz sobre esa historia. Los monumentos lo que hacen es todo lo contrario: engañar a la verdad, construir una historia a su gusto. Esto es un homenaje pero, al contrario, la historia duele horrores. Solo una población soberana y no sometida querrá y aceptará una historia con todos sus fallos cometidos.
Cuando una estatua se retira de la vida pública, la historia no sufre ni un gramo
- ¿No estás juzgando así el pasado con una mirada —feminista, antiracista, anticolonialista— del presente?
- Este es otro falso debate que se han montado los conservadores de la izquierda y la derecha sin tener en cuenta o, mejor dicho, obviando de manera consciente, que sus reivindicaciones del pasado se hacen también desde el presente. Es decir, ¿los homenajes sí sirven pero las denuncias no? Desde que se escribió la primera crónica histórica se hizo desde un presente. Con este debate lo único que tratan de hacer es anular cualquier posibilidad de progresar como sociedad. Están reivindicando no tocar nada, dejarlo todo como estaba, pero es que además: ¿cómo estaba cuándo? ¿Cuándo empiezan las reivindicaciones que ahora se defienden? Pues prácticamente a finales del siglo XIX, cuando España se está destruyendo y se refuerza en esos nacionalismos. Esa es la recuperación del pasado que a VOX, al PP y a Ciudadanos ahora le interesa, volver a la idea del Imperio español argumentando que hay facciones que lo amenazan.
- ¿Cómo de larga puede ser la vida de un monumento entonces?
- Uno propagandístico no cree que pueda tener más de 20 ó 30 años.
- La solución que aportas es que el pueblo decida sus símbolos de forma directa. ¿Deberían todos los monumentos del espacio público someterse a escrutinio a través de las urnas?
- Sí, en un proceso que sea transparente, fomentando que solo se imponga el criterio de la comunidad. Mira, el otro día debatía por ahí con un patrimonialista, por llamarlo de alguna manera, y llegó un momento que se llevó las manos a la cabeza con esta idea. Él cuestionaba que cualquiera pudiera dar su opinión sobre qué monumentos levantar. Todo con un clasismo desconcertante. En realidad, yo solo le preguntaba quien había decidido colocar el nuevo legionario que van a poner en la plaza de Oriente con la excusa de que es un soldado del inicio de la legión y no tiene que ver con los legionarios sanguinarios de 15 años después. Quien ha decidido que tiene que estar ahí no es el pueblo, sino la clase política y sus intereses.
- No creo que fuera ningún disparate pensar que, en Madrid, si se preguntara por la permanencia de la estatua de Colón en la plaza que lleva su nombre, los ciudadanos votaran a favor.
- Al final los monumentos nos retratan. Si hay un movimiento contra el monumento de Colón habrá que escucharlo, tratarlo. Y luego habrá que debatir por qué mantenerlo o por qué retirarlo y aceptar lo que se decida, pero no podemos tener miedo a preguntar ni seguir fomentando la idea de que el pueblo no está capacitado para decidir sobre su propia vida. Yo creo que lo que más nos importa, más que las propias estatuas, es que haya un ejercicio de democracia. La estatua de Colón se colocó ahí por casualidad, y ha ido creciendo en su simbología porque la derecha ha ido modificando su discurso. Ahora mismo es intocable porque la derecha encuentra en el pasado americano una fundación con la que plantear unos términos de reconquista. ¿De qué manera podemos anular ese fomento de un pasado completamente tergiversado y adueñado por la política? Con un planteamiento cívico y ciudadano. Cuestionemos qué ciudad queremos y qué símbolos nos representan.
Cuestionemos qué ciudad queremos y qué símbolos nos representan
- ¿No existe un límite en esa soberanía? España tiene, por ejemplo, una Ley de Memoria Histórica precisamente para eliminar homenajes franquistas sin pasar por las urnas.
- Claro, hay posibilidad de debate, pero también hay unos valores que están regidos por la ley para regular la convivencia. Entonces, si tú no puedes homenajear un pasado dictatorial, todo lo que tenga que ver con ese pasado y sea un homenaje tiene que desaparecer. Porque, además, eso no forma parte de nosotros. España en 2021 no quiere homenajear a Franco por mucho que nos hagan pensar que hay una parte de la población que está dispuesta a hacerlo. Son debates simbólicos, pero con una trascendencia materialista. Tanto el BOE como los monumentos son importantes para entender qué queremos ser y qué no queremos ser. Y eso es lo que está ahora mismo enfrentándose: la España progresista y la España retrógrada. Un choque donde confluyen elementos simbólicos y culturales.
- “Ya no está Lenin, ahora está Harry Potter. Del comunismo al consumismo, el nuevo ideario identitario se resume en un selfie”, escribes en Decapitados. ¿Crees que las estatuas del líder bolchevique y las del personaje literario de J.K. Rowling representan del mismo modo a las ideologías que hay detrás?
- A lo que me refiero ahí es que el dominio del espacio público no puede ser ni de lo económico ni de lo político, el espacio público es de todos. Entonces, si quieren intervenir en la calle habrá que preguntar y cuestionar cómo se interviene. Evidentemente un gobierno es la representación del pueblo, sí, pero, como decía, creo que tenemos que empezar a valorar una democracia más directa en la en la que se pregunte a las bases, a la calle, qué quiere hacer. Tanto Las invisibles como Decapitados tienen que ver con esto, con generar una lectura crítica de nuestro entorno. En el municipalismo madrileño existen verdaderos estragos, está el tema de Harry Potter o de las Meninas esas espantosas: todo es una cuestión de provecho y beneficio, también económico. Utilizan la calle como si fuera suya, sin ningún cuestionamiento ni planteamiento, y al final el ciudadano es el que menos pinta en todo esto. Esa es la reivindicación del libro, la toma de conciencia de que el arte se está utilizando para generar una ideología que no nos representa.
- Pero Harry Potter es el personaje de un libro con millones de lectores, un símbolo cultural del presente.
- Harry Potter es el producto de una industria, ¿a mí me representa socialmente? No. Está muy bien que esté en los libros y que venda millones de ejemplares, pero de ahí a convertirlo en un mito, en un icono, hay una distancia. Como estrategia de marketing de la empresa para que el visitante se haga un selfie me parece estupendo, pero el poder público debe resistirse a esas cuestiones.
El arte se está utilizando para generar una ideología que no nos representa
- Cuando hablas de la estatua de Manuel Baquedano en Santiago de Chile consideras positivo que el pueblo cambie su significado a su antojo pintándolo y destrozándolo. La acción en sí misma, sin tener en cuenta la ideología, podría compararse con quienes vandalizaron el mural feminista del barrio de la Concepción en Madrid el pasado marzo. ¿Por qué una es una resignificación legítima y la otra una violencia injustificada?
- Esta es una parte del debate muy interesante y que empieza con la pregunta: ¿con qué fines se destruye? Hay una parte de la población en Chile que quiere deshacerse de los símbolos que le han sometido como ciudadanía, se levantan en contra, lo queman, lo pintan, lo denigran. A mí me parece que lo valioso de ese gesto es no restaurar un monumento que tras las protestas simboliza la reivindicación de la democracia y del progreso, de una sociedad más justa y más igualitaria. ¿Qué diferencia hay entre vandalizar a Baquedano y vandalizar el mural feminista para hacer retroceder al país? Creo que es evidente en la misma pregunta. Cuando alguien ataca un mural feminista, lo que está atacando no es solo un posicionamiento ideológico, también ataca a las mujeres. Es un movimiento de agresión a una parte de la población que quiere una sociedad más justa. Llevándolo a nuestro contexto, no es lo mismo el primer ataque contra una escultura de Franco en Valencia en 1983 para hacer progresar al país y los ataques a la estatua de Colón.
- Una de las propuestas más interesantes que planteas también es la desmonumentalización, ¿qué significa?
- Desmonumentalizar la tropa alta que sigue funcionando activamente en la calle desde hace al menos dos siglos, esa propaganda que se resignifica, que cada comunidad hace suya y que hereda un nuevo valor y una nueva lectura. Colón no significa lo mismo hoy que hace dos siglos. Entonces, esos símbolos de los que se apropia cada generación con sus lecturas deben ser revisados. Desmonumentalizar es pensar qué queremos en nuestras ciudades y pueblos, ¿preferimos reivindicar a Lorca o a Colón?
- ¿Y qué ocurriría si no hubiera nada parecido a un monumento que honre homenaje a un solo hombre? Ni Lorca ni Colón.
- Pero es que se honra a una sola persona. Cuando se construye el símbolo de Colón, no se homenajea al hombre explorador y aventurero: esa es la excusa para no tocar la figura. Lo que se honra es el símbolo, lo que no ves: la invasión, el genocidio, la apropiación, todo lo que ofende porque es un pasado que no está resuelto. No me preocupa tanto que suceda una cosa u otra, sustituirla o quitarla, como que haya un serio debate. Y luego vemos si la eliminamos o la llevamos a un almacén o a un museo donde ponerle un contexto para que quede completamente anulada como herramienta publicitaria de una idea. Cuando se desmonumentaliza la ciudad de publicidad barata política lo que se hace es generar un espacio libre y abierto al debate. ¿Qué representa Lorca? La libertad, y, desde luego, Colón, no.
La obra de arte no tiene que responder políticamente ante nadie
- Ahora mismo está sucediendo un caso en Ciudad de México que viene a ejemplificar estas disputas: la jefa de Gobierno de la Ciudad, Claudia Sheinbaum, anunció en septiembre la sustitución de la estatua de Colón en Paseo de la Reforma, que ya fue retirada hace un año, por la representación de una mujer indígena. ¿Qué opinas?
- La ciudadanía lo llevaba reclamando desde el quinto centenario, en 1992. La estatua había sido vandalizada varias veces porque era una imagen insoportable y, finalmente, se han atrevido a dar el paso a desmontarla. Primero la han trasladado a otro sitio, cosa que ya parece un error, pero es que además todo ha sucedido sin ningún planteamiento de debate o reconstrucción consensuada: una decisión política ha creado por motu propio el nuevo símbolo que va a sustituir al anterior. La idea de origen de la alcaldesa parecía estupenda, pero las críticas vienen porque la escultura de una mujer originaria estaba hecha por un hombre muy cercano al presidente. La sustitución ahora ya está condicionada por un error político. Ni teniendo las mejores intenciones se hacen así las cosas. No terminamos de entender que la construcción de un símbolo interpela a la población, no es un capricho político como ha sido durante toda su historia.
- La escritora Yásnaya Elena Aguilar Gil criticaba la decisión en El País por un motivo similar al que te comentaba anteriormente sobre ampliar las posibilidades del arte en el espacio público: “La propuesta de colocar la estatua de una mujer indígena en el lugar en la que estaba la estatua de Colón en Paseo de la Reforma evidencia la falta de imaginación que lleve a considerar otro tipo de memoriales. Se abre además otra pregunta: ¿cómo se representa a una mujer indígena?”.
- Al final, yo creo que somos máquinas de generar símbolos, y si durante dos siglos la sociedad mexicana ha estado sometida a unas estatuas que no le satisficieron, ¿cómo vamos a reprimir ahora la construcción de símbolos que están pendientes de reconocer apelando a la imaginación y al arte inofensivo? Llámalo como quieras pero aquí veo esta concepción repetida de que la obra de arte no tiene que responder políticamente ante nadie, de que una obra de arte actúa per se sobre la mirada de las generaciones y no a la inversa: una obra de arte sin la mirada de quien lo lee no es nada. El arte per se solo es una técnica.