Pía Barros: escritura, compromiso y vehemencia

Feminista por convicción y doctrina, la escritora chilena cree que “la literatura cambia el entorno que toca”.

La escritora chilena Pía Barros. ARCHIVO
La escritora chilena Pía Barros. ARCHIVO

Cuando Pía Barros estaba en la Facultad de Letras de la Universidad de Santiago de Chile, en plena época de clandestinidad, junto con sus pares escribían cuentos de dos líneas, hacían copias y las pegaban en los baños del centro docente y en los bares. Pero, además, dejaban en las paredes consignas escritas en papas. Así como suena. Partían en dos una papa, con un cortaplumas calaban una palabra escrita del revés en cada mitad. En una ponían “Democracia”; en la otra, “Ahora”. Después las entintaban y, como si fueran sellos, las estampaban en los muros. “Trabajabas mucho en escribir unas líneas y necesitabas varias papas. Si te llevaban presa no tenías una imprenta en el bolsillo, pero sí papas. El método era super eficiente”, rememora hoy, varias décadas más tarde.

Aquella generación de jóvenes escribía microcuentos sin saberlo, sin registrar que era un género literario en sí mismo. Les permitía leer un cuento brevísimo en los mítines relámpago, editarlo, pegarlo, volantearlo. Fue el grito de rebeldía de la dictadura latinoamericana, ese cuento de dos líneas que anunciaba algo o dejaba en el aire una situación en un minuto de protesta. Era un grito social y a la vez una historia, un microcuento.

Pía Barros (Melipilla, 1956) es, sin duda, una de las figuras más importantes de la narrativa chilena actual. Sin embargo, cuando se le pide su currículum vitae, en lugar de redactar una hoja de vida que refleje su extensa trayectoria, apenas envía una escueta línea: feminista, tallerista y directora del proyecto internacional ¡Basta!

Más allá de ser una de las exponentes más destacadas de la Generación de los 80 en su país, de sus 14 libros publicados, de que sus novelas y cuentos hayan sido traducidos a múltiples idiomas, ella da por sobreentendido que ser escritora es su estar en el mundo, entonces se presenta con aquellas cosas que son el eje de su vida y el motor de su creación. Tampoco se preocupa en mencionar que dicta seminarios para diversas universidades de Estados Unidos o que es convocada en congresos internacionales para conferenciar sobre temas como la mujer en la literatura, la microficción, el feminismo y los derechos humanos, entre otros.

Esos tres conceptos —feminista, tallerista y ¡Basta!— le alcanzan para abrir el portal de ingreso a su poética y su militancia.

El sentido de comunidad, el ser con otros es maravilloso

Pía Barros se dice feminista por convicción y por doctrina, incluso antes de conocer la palabra, puesto que desde siempre se pronunció por la igualdad de condiciones para la mujer. Se presenta de esa manera para dar cuenta de un comportamiento, de un sentido de la ética y de la última utopía que todavía sobrevive, “el anhelo de un mítico universo no sexista donde todas las personas seamos imprescindibles”. Predica un feminismo sororo que pretende una refundación de los imaginarios sociales, un volver a pensarnos como comunidad. “Puede haber múltiples feminismos, muchas disidencias, todas son necesarias, pero lo más importante es que, principalmente, las feministas entendemos a la comunidad como una forma de salvarnos como sociedad. Ese es un tremendo aporte y es el sueño que me ha quedado. Los demás se me cayeron”.

Todas las acciones de Pía Barros tienen un hondo sentido comunitario. Sus talleres, que imparte desde que era muy joven, son mucho más que el oficio que se inventó. Empezó a dictarlos en 1977 con un sentido pedagógico y político. Enseñaba a las mujeres a escribir cartas a Amnistía Internacional y a organismos de Derechos Humanos para explicarles por qué habían desaparecido sus maridos o sus hermanos. Esa lucha derivó en un taller literario porque las asistentes querían seguir escribiendo y entonces Pía les transmitía lo que iba aprendiendo en la universidad. Es decir, traducía lo aprendido en una suerte de “cómo se hace un cuento”. La metodología, intuitiva en sus comienzos, sistematizada después, se convertiría en el actual taller de técnicas narrativas focalizadas, en su oficio, en su profesión.

‘Ropa usada I’

Un hombre entra a la tienda. La chaqueta de cuero, gastada, sucia, atrapa su mirada de inmediato. La dependienta musita un precio ridículo, como si quisiera regalársela. Sólo porque tiene un orificio justo en el corazón. Sólo porque tras el cuero, el chiporro blanco tiene una mancha rojiza que ningún detergente ha podido sacar. El hombre sale feliz a la calle. A pocos pasos, unos enmascarados disparan desde un callejón. Una bala hace un giro en ciento ochenta grados de su destino original. Se diría que la bala tiene memoria. Se desvía y avanza, gozosa, hasta la chaqueta. Ingresa, conocedora, en el orificio. El hombre congela la sonrisa ante el impacto.
La dependienta corre a desvestirlo y a colgar nuevamente la chaqueta en el perchero.
Lima sus uñas, distraída, aguardando.

(Ropa usada, 2000)

Cuando llegó la democracia a Chile, los talleres de Pía Barros ya eran conocidos Entre sus muchos logros ya se contaban tanto la formación de mujeres que apenas sabían leer y escribir como la iniciación en la narrativa de voces que son parte del canon contemporáneo. Por ejemplo, Pedro Lemebel o Nona Fernández.

En los talleres de Pía Barros hay más que literatura: funciona una red de fraterna solidaridad. Entre las muchas anécdotas y vivencias que tiene para contar, recuerda una de sus primeros talleres: “Coincidieron una alumna de clase social alta, con chófer, Mercedes Benz y políticamente de derechas; con otra que tenía cinco hijos, un marido que había desaparecido y vivía en uno de los barrios que en Chile llamamos poblaciones, un lugar marginal, pobrísimo. Un día, la pobladora se enfermó, y la del Mercedes se dedicó a cocinarle y a usar su tremendo auto para llevarle los hijos a la escuela. Eran amigas en el taller, pero ninguna conocía la realidad de la otra. El concepto de solidaridad de género es muy fuerte, por eso no importa si una tiene un doctorado y la otra recién empieza a probar en la escritura. Tenemos las mismas problemáticas, solo que para algunas están lingüísticamente más elaboradas”.

Cada fin de año, las (y los) asistentes a los talleres de Pía reúnen sus cuentos —un material de cuidada factura, de colección y estudio— para el armado de un libro objeto, artesanal y colaborativo, cuyo hilo conductor es un lema relacionado con la coyuntura.

Asterión, la editorial independiente dirigida por la propia escritora, se ocupa de hacer realidad el libro. Las “Asterionas”, integrantes del comité editor, comparten el espíritu de su directora. Profesan la construcción de un mundo en solidario porque “aprendernos y aprender tiene que ver con ser en otros y que alguien sienta que tú eres en otros. Eso tiene que ver con un sentido de grupo, de colectivo, de trabajo que para nosotras es un orgullo. Entonces, si digo yo, yo es nosotras”.

‘Vaticinio de bares’

A Javier Perucho

Javier, aquí en Valparaíso no hay sirenas. Las que quedan de tiempos remotos, envejecen acodadas en las ventanas de prostíbulos imaginarios, mirando cómo se construyen edificios que impiden su regreso al mar. A veces dejan escamas al caminar por las calles del puerto y solo los niños pueden ver su brillo tornasolado. Pero vendrá el día en que todas recobren su cola de pez, retornen al mar y al mismo tiempo den un coletazo feroz que nos dejará desamparados ante la ola inmensa que está por venir.

(Hebras, 2020)

Escribir es resistir

“Honestamente, nunca hablo mucho de mis textos, algunos me parecen bien, pero ¡Basta! es un orgullo, nuestro orgullo, como equipo”, dice Pía.

¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género es un proyecto internacional. Más que una antología de 100 microficciones escritas por mujeres —consagradas y noveles— es una red literaria y vital que nació en Chile en 2010 y sigue respirando. Tal como declaran en el prólogo: “Nos planteamos la necesidad de enfrentar las diversas formas de la violencia desde la creatividad. Desde la escritura”.

Pero las Asterionas no se conformaron con su territorio, pasaron la posta a otros países. Hoy, otras ocho ediciones de ¡Basta!, elaboradas sin fines de lucro en México, Bolivia, Perú, Venezuela, Colombia, Estados Unidos. Panamá y Argentina, recorren este mundo nuestro. La obra se ha completado con otros dos títulos, ¡Basta! Cien hombres contra la violencia de género y ¡Basta! + de cien cuentos contra el abuso infantil. Y todavía habrá más.

“Tres de cada cuatro de nosotras hemos padecido violencia física o psicológica en algún minuto por el hecho de ser mujer. La estadística está en tu taller, en tu casa, en la calle. Fue una voluntad y una rabia lo que impulsó la idea de los ¡Basta! Estamos hasta la coronilla de los abusos, pero no podemos permitir que la rabia nos desgaste. La rabia tiene que movilizar hacia el amor, no hacia la destrucción”, explica Pía.

El modo de financiar ¡Basta! es otra anécdota que cuenta con divertido desenfado: “Nadie quería darnos dinero para el libro; nos decían que no había en Chile más de veinte personas interesadas en el tema. Entones fui al casino, gané y pudimos imprimir”.

‘Presentes amatorios’

Me regaló una flor violeta y derramó su sonrisa de dientes perfectos sobre mi soledad.
Pero vino la ráfaga del invierno y la ternura quedó sepultada cara abajo tras la almohada. Ahora vago con el rostro oculto hacia las veredas. Nadie cree que es una flor aquello tatuado a golpes sobre mi rostro.

(Las Tristes, 2015)

Contar el cuento

Pía fuma su enésimo cigarrillo diario mientras repasa: “Lo mío es el cuento. Siempre me ha gustado el límite para romperlo, por eso me encanta que el cuento sea tan complejo en el desarrollo. Las limitaciones del cuento, la ferocidad, la velocidad, la intensidad que tiene son un desafío. Y me encanta que el cuento lo puedas recontar y que cumpla esa vieja función de ser contado a otros. Yo me rayo con los cuentos porque es la forma más intensa; y con el microcuento, porque es la compresión máxima de sentido que tu puedas hacer”. Menciona su último libro de microcuentos, Costras, editado este año por Asterión. Y sentencia con su tono de sabia de la tribu: “Contamos cuentos desde la cuna hasta la muerte, si no, no podríamos sobrevivir a una realidad tan adversa y machista como la que vivimos. Entonces contamos cuentos, y nos contamos el cuento”.

El microcuento es el eje fundamental en la narrativa de la escritora chilena, aunque hay uno en particular que se ha transformado en carta de presentación, un texto de infinita potencia que ocupa sólo tres líneas.

‘Golpe’

—Mamá —dijo el niño— ¿qué es un golpe?
—Algo que duele muchísimo y deja amoratado el lugar donde te dio.
El niño fue hasta la puerta de casa. Todo el país que le cupo en la mirada tenía un tinte violáceo.

(Miedos transitorios, 1986)

El impacto, el efecto que provoca este micro más allá de su temporalidad siempre queda manifiesto. Durante el estallido social que sacudió Chile en 2019, los jóvenes se lo apropiaron para resignificarlo. De alguna manera, la misma Pía lo actualizó en una microficción que dedicó a dos personas que quedaron ciegas por balazos de las fuerzas policiales. Fabiola Campillai, una mujer que se dirigía a la fábrica donde trabajaba, y Gustavo Gatica, un estudiante que estaba tomando fotografías y se transformó en emblema.

‘Ojos de Santiago’

El balín dio de lleno en su ojo derecho. Cayó echando sangre por la cuenca. Se puso de pie y levantó las manos, volvió a caminar. Esta vez el balín le arrebató el ojo izquierdo. Solo aceptó la ayuda de los otros estudiantes que lo sostenían en esa marcha infinita.
—Soy el país —dijo sangrando sin dejar de avanzar hacia mañana.

(Hebras, 2020)

 

Pero junto al alto contenido que ofrecen estos textos breves de contingencia y memoria, la narrativa de Pía Barros también alberga textos de mayor extensión. Una antología insumisa (2022, elaborada por Macarena Lobos y Andrea Jeftanovic) reúne esos cuentos menos frecuentados y difíciles de encontrar. “Leer largo” a Pía proporciona otro marco de referencia con respecto al tempo, a los efectos de lectura. Propone otra disposición para degustar su fraseo, la dosis de poesía que se desliza en su narrativa, la musicalidad de las palabras, aunque siempre encontraremos el anclaje en su poética rebelde. Son cuentos que compendian su visión de mundo y sus tópicos: el erotismo, el deseo, el feminismo, la memoria.

De madres, familias, dolores y tristezas

Comprometida en palabra y acción, generosa, sorora, crítica y maestra, Pía Barros está convencida de que “la literatura cambia el entorno que toca, ya sea por reflexión, efecto espejo o simplemente por la belleza”. En todo lo que dice hay vehemencia, en la que se mezclan por partes iguales la rabia y la ternura.

“Hay una idea de Universo, de Tierra, pero en realidad es un puntito, como decía Carl Sagan; y hay una idea de país, pero en realidad lo que nos conmueve es aquella cosa más primaria que es el concepto vincular de la familia, con quién vives, con quién te acercas, con quién funcionas. Todo este mundo de los vínculos, de los afectos es el que nos construye o nos destruye y le da sentido a lo cotidiano”, dice Pía Barros, como para resaltar que, al margen de otras cuestiones, los vínculos entre madres e hijos o hijas adquieren también una importancia que transfiere a sus textos.

“En todos lados va a estar para mí la relación madres e hijos (o padres e hijos, que son pocas, pero las hay). Porque finalmente, en una cama de hospital, botado en la calle o en el terror del infarto, en lo que tú piensas es en el vínculo, no en las grandes decisiones políticas de tu vida o las veces que ocupaste la portada de un diario. Todo eso es secundario, nos importa quién nos toma la mano al momento de morir”, concluye la escritora chilena.

‘Baños de conjuros’

(a mis hijas)

La mujer en la tina se va sacando trocitos de piel que guarda en un cofre para la hija que tendrá. Escamas llenas de historias que la protegerán cuando abra su piel al desgarro del abandono.

(La Grandmother y otros, 2007)

Una y otra vez, las mujeres vuelven a las páginas de los textos de Pía. Las Tristes (2015), un libro de belleza poética proyecta una galería de mujeres y sus vínculos o su vacío. Las Tristes son mujeres siempre buenas, romantizadas por el imaginario amoroso. “Todo el mundo quiere a una Triste pero siempre que esté lejos, nadie quiere a una Triste dentro de la casa. El mundo está lleno de muchachas tristes, las que siempre estamos buscando algo que queda más allá y que no vamos a alcanzar nunca. Cuando todo el mundo ve el festival de petardos a las doce de la noche, las Tristes están mirando a los niños que no pueden jugar, o a los que están quemados por los petardos”, explica, incluyéndose: “Las Tristes siempre estamos viendo otro nivel de cosas”. En el fondo, en muchos de sus pliegues, este libro habla de ausencias, de pérdidas y de mucha nostalgia por algo que no se sabe bien qué es, pero que siempre queda lejos.

‘Andenes’

Todos aman a las tristes de ojos acuosos que parecen pertenecer a andenes, rieles, ventanas y olores del pasado. Las tristes son indefectiblemente jóvenes, usan boinas de fieltro o gorros de lana y las manos pálidas dibujan letras en el vapor de los cristales, que jamás coinciden con la inicial de quien las mira desde el andén.

(Las Tristes, 2015)

Duele (2021) ha sido uno de los últimos libros publicados por Pía, una suerte de antología de dolores mínimos, silenciosos, individuales y universales a la vez. “Algunos de los sueños colectivos se volvieron dolores individuales”, dice. Cada sujeto de dolor cuenta una historia de vida en la que se lee la herida.

“Es un libro que quiero mucho porque tiene todo el estremecimiento que nos dejó la pandemia, ese irnos hacia adentro. Las historias y las formas en que se articulan muestran justamente lo que está detrás de lo oculto, de las mascarillas, de las puertas. Porque en el fondo, lo que duele son las múltiples formas de la ausencia”.

‘Advertencia’

Cuidado, ponlo todo en la maleta, no dejes nada para después. Si viajas a mí, no volverás, de mí no se sale, solo puedes hundirte y naufragar mil veces y volver a embarcarte una y otra vez y zozobrar, asfixiarte, tomar aire, pero te lo advierto, si haces este viaje, ten la certeza de que de mí nunca se regresa.

(Duele, 2021)

Profesora en Letras, escritora, editora, docente y gestora cultural. Se dedica al estudio de la microficción como crítica independiente y ha publicado varias antologías de referencia en el género. Es creadora del Laboratorio de microficciones para el aula (Biblioteca del Congreso de la Nación). Sus microficciones han aparecido publicadas en antologías nacionales y extranjeras. Condujo el programa radiofónico Universos mínimos (Radio Bukowski). A nivel editorial, ha desempeñado cargos de jefatura y gerencia. Su tarea se vincula con la edición de textos educativos, la literatura infantil y juvenil y con la promoción de la lectura como creadora de ciclos y acciones diversas. 

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