Desde antes de comenzar a leer de lleno Narcocultura. Masculinidad precaria, violencia y espectáculo (Paidós, 2024), de la investigadora chilena Ainhoa Vásquez Mejías, la curiosidad y ganas de saber más asaltan. Solo basta un paseo rápido por el índice: “El video que lo cambió todo: la historia del Güero Palma”, “El Blog del Narco, la red social de los criminales”, “El narcotrap chileno”, “Narcofunerales: morir sin ley”, “Narcomausoleos: las animitas fastuosas”, “Narcogramática”, “Narcosatánicos de México y el mundo”, “De otras narco-Barbies, narcorreinas y líderes mediáticas”. Y así muchos otros temas desplegados a través de sus casi doscientas páginas.
¿Cómo comprender la narcocultura? Dos de los primeros conceptos que aparecen al comenzar la lectura del libro son los de “macho en propiedad” y “macho en precario”. Este último término, reconoce Ainhoa, puede prestarse a confusión. “Cuando he hablado de esto en entrevistas, a veces se quedan con la idea de que un macho en propiedad es algo positivo y no, ninguno de los dos [conceptos] lo son”, aclara.
“Esto es algo que trabaja mucho [el sociólogo Josep] Vincent Marqués”, explica la investigadora. “Él dice, bueno, antes vivíamos en un patriarcado muy establecido, en donde los hombres no necesitaban demostrar nada, porque ellos sabían que tenían la autoridad y que eran los dominantes. Por otra parte, toda la sociedad estaba a favor de ellos, no había mayores cuestionamientos respecto a su masculinidad, porque existía esta idea de ‘yo nací hombre y por lo tanto, soy una persona importante’. Pero también existían hombres que no interiorizaban este mensaje de la misma manera. Y vivían con precariedad, porque sentían que el ser hombres era algo que se tenían que ganar, como estando siempre bajo la sospecha de no serlo lo suficiente. Y esa es un poco la lógica de lo que pasa con el narcotráfico”.
La académica, que investiga la narcocultura y violencia de género desde hace más de una década, cree que “principalmente en Chile, más que en otros países y más que en México incluso”, existe esa tendencia “a no sentirse lo suficientemente hombres”. Eso lleva a demostrar constantemente la masculinidad “a través de una visibilización extrema y una violencia extrema”. En ese sentido, Ainthora recupera una idea lanzada por la antropóloga argentina Rita Segato: “Los hombres en precario son mucho más peligrosos que los hombres en propiedad”. Ainhoa, precisamente, llegó a investigar el mundo narco mientras estudiaba los feminicidios. “Me di cuenta de que estos hombres, que esto sí era algo trabajado plenamente por Rita Segato, son los hombres en precario que matan mujeres en Ciudad Juárez. Y me dije, ¿no es exactamente la misma lógica? Es el ímpetu por reforzar esta masculinidad que necesita hacerse visible porque ellos mismos sienten, probablemente, que no están dando el ancho”.
Hay otro cambio expuesto en el libro, en relación a cómo se mostraban o dejaban de hacerlo los narcotraficantes antes y cómo lo hacen ahora. Ainhoa dice que cambió el deseo de visibilidad, “porque parte de la performance de la masculinidad precaria es mostrarse como un sujeto peligroso. Que el resto te tenga miedo”. Antes, explica, la gente sabía que los narcos eran peligrosos “pero también existía un paternalismo mucho más exacerbado. Los narcos, tanto chilenos como mexicanos, mostraban una preocupación por la gente, obviamente con muchas intenciones ocultas, como ganarse la lealtad de una comunidad, pero tratando de pasar más desapercibido, como es el caso del Cabro Carrera en Chile”.
Es en el capítulo ‘Una historia antigua, los narcos de bajo perfil’ donde se menciona la historia de Mario Silva Leiva, el Cabro Carrera, primer capo chileno reconocido internacionalmente. Al mismo tiempo que realizaba negocios ilícitos, este narco tenía empresas de telas, galerías comerciales y caballos. Vestía de forma elegante pero no ostentosa, y ayudaba a las personas de su comunidad, en el barrio Franklin de Santiago, a resolver problemas. Incluso organizaba fiestas de navidad para los niños. Su funeral en 1999 fue masivo, con cientos de personas en procesión hasta el Cementerio General. “Se sabía que el tipo era narcotraficante, pero hacia afuera la versión es que era un empresario, una persona muy correcta. La gente lo quería mucho y por eso su funeral fue multitudinario”, explica Ainhoa. “Era otro tipo de masculinidad, una paternalista, que pareciera que se ha perdido por completo. Ahora la única que va quedando es la de mostrarse como sujetos peligrosos, que todos sepan lo machos que son y que están dispuestos a usar las armas en cualquier momento, no tanto contra el enemigo, sino contra el Gobierno y la misma población civil”.
Otros conceptos interesantes que se despliegan en Narcocultura son los de “narcoficciones” y “narconarrativas”. Ainhoa explica que, mientras “narcocultura” refiere al modo de vida de los narcos y, por tanto, no nos pertenece a nosotros como personas que están fuera de ese mundo, las “narcoficciones” y “narconarrativas” están hechas por personas que no forman parte del narcotráfico para un público que quiere asistir a ese mundo de manera externa. “Narcoficciones son las series de televisión, el cine o la literatura, por ejemplo, pero las narrativas no son ficción, generalmente son producciones periodísticas o académicas que abordan un tema de manera real. Por eso yo catalogo mi libro como una narconarrativa”, explica.
- En el caso de la música, que tiene varias páginas dedicadas en tu libro, esta podría ser narcoficción y también narconarrativa: no es lo uno ni lo otro por completo.
- El caso de la música es justamente lo más complejo, porque muchos de estos jóvenes que hacen música, sobre todo en México, se ha asumido que están vinculados con algún cartel por haber hecho canciones para narcotraficantes por encargo. Pero no podemos decir que ellos están vinculados plenamente. No son pagados por la nómina del cartel. Entonces, al mismo tiempo que no son parte de la narcocultura, sí están creando un relato sobre algo que sí pasó en la realidad. Por ejemplo, algunas de las canciones de Peso Pluma son narconarrativas, porque son sobre personas reales, pero también tiene narcoficciones, porque hay canciones en las que él dice ser parte del cartel aunque sabemos que no es verdad. Y no solo [es] él, [hay] canciones en las que jóvenes músicos simulan ser personajes como narcotraficantes o sicarios. Eso en Chile pasa mucho: jóvenes que cantan música urbana, que arriendan armas y autos a los narcotraficantes reales para grabar sus videos, y eso es una ficción.
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El pasado febrero, en Chile se abrió la polémica frente a la presentación del músico mexicano Peso Pluma en el Festival de Viña del Mar. El origen de la controversia fue una columna escrita por el sociólogo Alberto Mayol en la que cuestionaba la inclusión del artista en la parrilla, pues su presencia, como un promotor de la cultura narco, según él, vulneraba el pacto social mínimo.
“No estoy para nada de acuerdo con Mayol”, dice Ainhoa, “pero me parece bien que haya pasado esto y que se haya conversado”. Para ella, “es súper bueno que existan las narcoficciones”, ya que permiten que la sociedad debata. “Si escondemos las cosas debajo de la alfombra, no tenemos cómo solucionarlas. Y la ficción es una forma de propiciar esa conversación. Uno de los primeros que empezó a hacer narcoseries en México se llama Epigmenio Ibarra, y él decía que hacía narcoseries, porque le importaba mucho la pregunta respecto a qué estabas haciendo en tal momento. La gente ve la televisión acompañada y eso hace que la gente converse. ¿En qué estabas tú cuando mataron a Pablo Escobar? ¿Te acuerdas? ¿Qué pasó? ¿Qué sentiste?”.
Ainhoa también explica que cada país está en un momento diferente respecto al fenómeno de la narcoficción, y que en México hay mucho más camino recorrido que en Chile. “En México”, cuenta, “los profesores de escuela primaria y secundaria están trabajando con narcoseries y también con la música. Los analizan juntos. Los niños no son seres pasivos ajenos al mundo, y les preguntan qué piensan respecto a lo que están viendo o escuchando. Eso implica una toma de postura de parte de niños y jóvenes, y una conversación profunda y productiva. Tenemos una gran herramienta en la ficción. La ficción es algo sumamente subversivo y tenemos que aprovecharla”.
- En una parte del libro hablas sobre el juvenicidio en México, y también sobre el estallido social de 2019 en Chile como un momento de juvenicidio, relacionándolo además con la popularización del narcotrap. Fue interesante leerlo, sobre todo porque la música que salió a acompañar esas movilizaciones de forma más general y popular fueron las que cantaba la izquierda local en el siglo XX. Pero el narcotrap es definitivamente algo del siglo XXI.
- El juvenicidio, como el feminicidio, es también todos los elementos previos al asesinato. Es también la criminalización, marginalización y segregación que, en este caso, hay hacia los jóvenes en Chile; principalmente, la criminalización que viene desde los medios de comunicación. Cuando un joven es asesinado, hacen que se vea inmediatamente como sospechoso y culpable. Y es a eso con lo voy mencionando el estallido social. ¿A quiénes se culpa? ¿Quién era el sujeto peligroso? ¿Quiénes estaban en la primera línea de las protestas? Nosotros sabíamos que la primera línea no eran sólo jóvenes, pero la prensa sí lo decía. Que eran todos jóvenes peligrosos, que estaban vinculados al narco; que los saqueos eran jóvenes, que eran jóvenes narcotraficantes o pagados por el narco.
Y Ainhoa cree que esa criminalización generó mucha rabia también en la juventud: “No es que el narcotrap haya surgido ahí, pero el auge que tuvo esta música y también otras del género urbano fue porque a través de ella estos jóvenes mostraban que podían o no ser peligrosos. Plantar la duda, decir ‘tenme respeto’, también como rebeldía. ‘Necesito que me veas, me estás estigmatizando, me estás criminalizando’. Existe un maltrato generalizado hacia los jóvenes y eso es lo que creo que hace también que ellos se sientan con la necesidad de ser vistos, y es a través de la peor manera, simulando ser peligroso, ser criminal”.
- Iniciamos esta conversación hablando del macho en propiedad y el macho precario. ¿No podríamos entonces, quizás, extender esta idea del macho precario ya no solo a hombres, sino a la juventud?
- Sí, por supuesto. A mí me parece que hoy en día la juventud es completamente precaria. En algún momento, la cantante de trap Lizzz dijo algo así como: “Si existe el estigma de que soy prostituta porque soy mujer y me comporto de cierta forma, entonces sí, soy prostituta, me apropio de este estigma también”. Es como una suerte de desafío a todos quienes les han considerado sospechosos y les han criminalizado o marginalizado.