Rodrigo Fresán, a la caza del origen de la escritura

El autor argentino, que publica ‘Melvill’, habla de las relaciones de padres e hijos, la homosexualidad en ‘Moby Dick’ y el rock como música de museo.

El escritor argentino Rodrigo Fresán, autor de 'Melvill'. ALFREDO GARÓFANO
El escritor argentino Rodrigo Fresán, autor de 'Melvill'. ALFREDO GARÓFANO

Es la noche del 10 de diciembre de 1831, y Allan Melvill cruza el congelado río Hudson para llegar a casa y ver a su familia. Poco tiempo después, enferma, y su hijo, Herman, es testigo involuntario de su agonía y sus últimos delirios. Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) recrea en su nueva novela, Melvill (Literatura Random House, 2022), la incógnita de ese encuentro misterioso y terrible entre padre e hijo, del que, como una estrella de varias puntas, surgirían luego algunas de las obras más importantes de la literatura universal, caso de Moby Dick y Bartleby, el escribiente.

Después de la trilogía La parte inventada, La parte soñada y La parte recordada, con un total de 2.001 páginas sobre los procesos mentales de un escritor que se precipitaron desde el cielo como el proverbial monolito en un panorama narrativo que no tiene poco de simiesco, Melvill, con sus menos de 300 páginas y basado en esa anécdota inicial, incide en las obsesiones de su autor: el origen de la escritura, el milagro perverso y no necesariamente benigno de la creación.

Una conversación con Fresán —que, por motivos de público conocimiento, es virtual— ofrece un resquicio a un pensamiento tan torrencial y arborescente como el de sus libros, una suerte de caos controlado donde todo, finalmente, remite a la escritura.

- En Melvill encuentro un tono muy tuyo, muy personal, que es el mismo que desarrollas en toda tu obra y que alcanzó su máxima expresión, quizá, en la trilogía.

- Yo creo que la carrera de un escritor es la carrera por un estilo propio. Cada vez hay más narradores, algunos muy buenos, pero cada vez menos escritores. Hace unos años, [el novelista irlandés John] Banville me dijo una frase que recuerdo siempre: mientras el estilo avanza dando zancadas, la trama va por detrás, arrastrando los piecitos. Yo también pienso que es posible que el estilo dé media vuelta, recoja a la trama y la lleve en brazos. Se puede aspirar a lo mejor de ambos mundos.

- En este caso, hay una decisión explícita de que la trama se centre en una historia muy limitada y determinada: el momento en que Herman Melville, el autor de Moby Dick, es testigo de la muerte de su padre.

- Me atrajo la idea de que, si la trilogía anterior consistía en el universo entero buscando un punto de definición, aquí se produjera un movimiento inverso: un punto específico, el del cruce del río congelado y la posterior agonía del padre, expandiéndose en el universo, como una suerte de contracción y expansión que va en ambos sentidos. Y se trata de una anécdota verídica, que me impresionó mucho cuando la leí en un libro sobre Melville: es cierto que su padre cruzó el río a pie. Como murió cuando Herman tenía 12 años, la figura de Melvill ocupa muy poco espacio en las biografías habituales del escritor. Han quedado registrados sus fracasos en su actividad comercial y el cruce del río, tras el que enferma y, en una época en la que no había penicilina ni antibióticos ni nada, sufre una agonía tremenda. También es cierto que sacaron al pequeño Herman del colegio y lo pusieron a los pies de la cama de Melvill, casi como un perro guardián, donde vio delirar a su padre. Pero no hay ningún dato respecto del contenido de esos delirios; eso me lo inventé todo.

Ilustración de I.W. Taber (1902) para el 'Moby Dick' de Herman Melville. ARCHIVO
Ilustración de I.W. Taber (1902) para el 'Moby Dick' de Herman Melville. ARCHIVO

- ¿Y qué hay de esa relación vampírica y cuasi homosexual de Allan Melvill con Nico C., una especie de roquero avant la lettre que alude a Nick Cave pero que tal vez se parezca más a David Bowie?

- Todos estos seudovampiros del rock descienden de David Bowie. No me di cuenta de que Nicolás Cueva se traducía como Nick Cave, e incluso pensé en cambiarlo. Lo que buscaba era un nombre que sonara muy argentino. Nicolás Cueva era perfecto, es casi un personaje de Sábato o de Bioy Casares, o puede ser un malevo de Borges. En realidad, no hay ningún dato que aluda específicamente a una homosexualidad de Allan Melvill. Alrededor de Herman Melville, su hijo, siempre aparece una especie de perfume homosexual, como en su adoración por Hawthorne, pero eso también es relativo. En el caso de Moby Dick, ¿qué es la homosexualidad en el contexto de una vida en un barco? En esa novela hay muchas alusiones al respecto, como la escena de comunión con el semen de la ballena, pero Melville no lo entiende como homosexualidad, sino como camaradería. A mí me interesó que el concepto apareciera en un episodio de la vida de Alan Melvill que transcurre en Venecia, para que funcionara como culpa, pero en la novela tampoco queda claro si sucedió o no. Me gusta esa ambigüedad, la misma que se puede encontrar en toda historia de vampiros y en las novelas con un trasfondo gay no estrictamente testimonial, que son las que más me interesan, donde lo homosexual es un ingrediente más, no lo que define el libro. Como esa “figura en el tapiz” a la que aludía Henry James. De todas maneras, cuando se trata de figuras históricas, lo que yo quiero es jugar.

- Tus novelas funcionan también como guía de lectura. Si la trilogía dejaba con ganas de leer a Scott Fitzgerald y Nabokov, después de Melvill, quien no haya leído Moby Dick puede pensar que tiene una asignatura pendiente.

- Me considero un poco evangelista: me gusta que mis libros lleven a otros libros, la idea de que uno sea nada más que un eslabón de una cadena. Incluso también que lleven a otros libros míos; en Melvill hay alusiones a Historia argentina y aparecen temáticas recurrentes mías, mis lugares comunes formativos y deformativos.

- Como el rock, por ejemplo, que aquí son los Beatles, en especial el ‘álbum blanco’.

- Que es el Moby Dick del pop, el disco que recrea todo lo anterior y propone todo lo que vendrá. De todas maneras, el rock ya es música de museo, si se tiene en cuenta lo que se escucha ahora. Yo me puse muy contento cuando me enteré de que salió un disco de Elvis Costello, pero no sé cuánta gente se pone contenta. Son todos de mi edad, como mínimo. Nos entusiasmamos porque salió un álbum nuevo, que es una antigüedad absoluta. Ahora salen canciones sueltas, colaboraciones, todos graban con todos, hay como una especie de promiscuidad, todo tiene autotune, todo suena más o menos igual. Y con la literatura también pasa un poco eso. Ahora todo es cada vez más uniformado y amorfo.

Mis grandes experiencias como lector siempre han sido libros que me brindaron algún tipo de dificultad

- Tu libro, en cambio, exige bastante del lector.

- Sé que exijo un poco y que propongo una cierta dificultad, pero mis grandes experiencias como lector siempre han sido libros que me brindaron algún tipo de dificultad o incomodidad o complejidad. Para las cosas fáciles está Netflix, donde hay material bueno también. De todas maneras, respecto de Melvill, está el precedente de Moby Dick y de otras novelas de Melville, que son libros muy complicados. Y en ese sentido me gusta la figura de Melville resignado a ser un francotirador que sabía que iba a recibir palos a diestra y siniestra, incluso habiendo empezado como un escritor de best sellers, haciendo libros de viaje para consumo de gente que se movía poco. En cierto modo, Melville es un escritor que murió por nuestros pecados futuros. Alguien que llega prematuramente, es crucificado y después resucita como figura divina. Porque, como escritor, es tremendamente moderno, anticipa todas las maniobras formales, centrifuga todo lo que está por venir. A mí me gusta esa anécdota de Nabokov de cuando envía un cuento a The New Yorker y se lo rechazan porque lo consideran demasiado difícil. Y Nabokov responde: “A mí no me parece tan mal que cueste un poco leer algo que a mí me costó mucho escribir”.

Portada de la novela 'Melvill', de Rodrigo Fresán. LITERATURA RANDOM HOUSE

- ¿Es como cuando David Simon, creador de la serie The Wire, decía “que se joda el espectador medio”, y que el escritor Jorge Carrión parafrasea con “que se joda el lector medio”?

- No quiero ni pensar en la idea de un lector medio. Yo quiero creer que existe un lector completo y superior que disfruta muchísimo de Stephen King y de un best seller bien hecho, pero que también está capacitado para lo otro. Compartimentar de esa manera es un error o, si no, es apoyar algo que definitivamente va por mal camino y es cada vez peor. No me parece que la denominada “literatura seria” o “alta literatura” corra peligro: los monumentos están muy claros y cada vez van a tener más lectores por una simple expansión demográfica de la raza. Pero lo verdaderamente peligroso es que los best sellers son cada vez peores y están cada vez peor escritos. El valle de las muñecas de Jacqueline Susann es una obra maestra en comparación con las Sombras de Gray, y lo mismo ocurre con Morris West, Irving Wallace, Harold Robbins o León Uris, donde hay un cuidado y desarrollo de los personajes, por no hablar de Somerset Maughan, Chesterton o Dickens o incluso Scott Fitzgerald, que fueron ascendidos merecidamente a clásicos con el tiempo. Antes los best sellers te permitían el pasaje a libros mejores. Ahora, en el mejor de los casos, te llevan a best sellers del mismo autor.

Quiero creer que existe un lector completo que disfruta muchísimo de un ‘best seller’ bien hecho, pero que también está capacitado para lo otro

- En este libro es esencial la relación entre un padre y un hijo, lo que también es una constante de tu obra. ¿Hay algo de tu historia personal, de tu propio papel como padre y como hijo?

- Lo que aparece en todos mis libros es el mundo de la infancia como el Big Bang de absolutamente todo lo que vendrá después. Tengo la idea de que lo que te ocurre en la vida te ocurre hasta los 12 años. Luego hay una coda, que es la experiencia sexual, pero lo que viene después son variaciones de lo que te pasó de niño. Yo tuve una infancia bastante convulsa, pero que también agradezco mucho, porque fue “interesante”, en el sentido de la maldición china. Muy nutricia para alguien que ya sabía que quería ser escritor. Y luego la paternidad es la otra gran experiencia que te reformatea de una manera radical: elimina un montón de archivos inútiles del disco duro y carga unos nuevos muy inquietantes, pero también muy inspiradores. Hay muchísimas grandes novelas de padres e hijos, empezando por la Biblia, la novela de padre e hijo más grande jamás escrita, y en la que aparece un padre que no deja a su hijo en una muy buena posición, por lo que este le dice: “Papá, ¿por qué me has abandonado?”, el reproche más primario e inicial que se le puede hacer a un padre. La cosa bíblica está muy presente en Melville. Su estilo es, básicamente, Biblia más Shakespeare, más El paraíso perdido de Milton. Por eso a mí me interesaba particularmente cuál sería el idioma de mi novela y quería que el personaje de Melville tuviera una voz que no fuera ni de época ni contemporánea, sino un hálito, una letanía elegíaca. No sé si lo conseguí.

Editor, escritor y periodista. Colaborador de medios como Clarín, La Nación, Página 12, La Vanguardia y Cuadernos de Jazz. Autor de la novela Muñeca maldita (2016) y traductor al español de libros de Martin Amis, Saul Bellow, J.M. Coetzee y Woody Allen, entre otros.

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