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Rodrigo Rey Rosa ajusta cuentas consigo mismo

El autor guatemalteco cree que “cambiar de nombre altera lo que uno escribe”. Su heterónimo, Rupert Ranke, reaparece ahora en ‘Metempsicosis’.

El escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa. CASA DE AMÉRICA

Puede que Pessoa sea el autor con heterónimos más conocidos —Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Ricardo Reis—, aunque ese es un juego con el que se ha divertido mucha gente, desde los autores de bolsilibros de la editorial Bruguera hasta J.K. Rowling o Stephen King, pasando por artistas más jóvenes como el Colectivo Juan de Madre Presenta. ¿Es algo más que un divertimento? Pessoa explicaba que los heterónimos eran desdoblamientos de su personalidad, aunque también pueden ser una herramienta del autor para ajustar cuentas consigo mismo.

Rodrigo Rey Rosa nació en Guatemala en 1958. Bolaño hablaba maravillas de él, y muchos periodistas lo consideran un secreto de la literatura latinoamericana. Su obra le ha valido el reconocimiento unánime de la crítica internacional y, entre otros, el Premio Nacional de Literatura de Guatemala Miguel Ángel Asturias en 2004 y el Premio Iberoamericano de las Letras José Donoso en 2015. Entre sus novelas recientes figuran Fábula asiática (2016), El país de Toó (2018) y Carta de un ateo guatemalteco al Santo Padre (2020) —estas dos últimas son impresionantes indagaciones en las razones por las que su país es un territorio martirizado por la amenaza de la violencia y la muerte—, y ahora publica Metempsicosis en Alfaguara.

Como al salvadoreño Horacio Castellanos Moya, a Rodrigo Rey Rosa le dijeron que con lo que contaba nadie iba a querer ir a su país. De hecho, él lo abandonó en 1979 debido al clima de violencia y se instaló en Nueva York, donde empezó a estudiar cine hasta que lo dejó. De ahí fue a Marruecos, donde conoció al escritor estadounidense Paul Bowles, quien traduciría sus primeros tres libros al inglés. A Bowles precisamente el escritor le dedicó una película, Lo que soñó Sebastián (2004), basada en su novela homónima y dirigida por él mismo.

Suya fue también la novela Manuscrito hallado en la calle Sócrates (2021), firmada como Rupert Ranke. ¿Rodrigo Rey Rosa o Rupert Ranke? ¿Quién es quién? En Metempsicosis, Ranke despierta en un cuarto amplio con grandes ventanas que dan al mar, una habitación blanca y tranquila de la que no puede salir. Está en un hospital psiquiátrico en Grecia y no recuerda nada, pero en su mesita de noche encuentra un manuscrito que explica cómo llegó hasta ahí. Había pasado varios días deambulando por Atenas, empeñado en traducir unos antiguos documentos protegidos por dos hermanos siniestros y conversando sobre la vida después de la muerte con un vagabundo vestido con túnica de filósofo en pleno invierno, hasta que ha tenido un brote psiquiátrico porque decía ser el papa Francisco y lo han encerrado. Rey Rosa vive, efectivamente, en Grecia, pero hablamos por teléfono cuando visita España.

- Conforme uno avanza en la lectura de Metempsicosis, descubre que es un manuscrito de Rodrigo Rey Rosa. ¿Por qué el autor, que en el texto es Rupert Ranke, dice que es un ajuste de cuentas?

- Porque es un poco el enfrentamiento del personaje con el autor, si te haces una idea pirandeliana de los personajes confrontando al autor y quejándose de esto y aquello. Pero también hay un ajuste de cuentas en el sentido contable, porque el autor nunca le manda regalías del libro. Es un juego: la típica historia en la que uno cuenta la historia y otro la escribe, y luego se lleva las regalías solo quien la contó. Ese tipo de conflicto entre autores de un texto me interesa.

- Yo a veces escribo con otros nombres, reservo el apellido Gómez solo para la prensa.

- Yo nunca lo había hecho antes, pero me pareció algo liberador. Tal vez, más que otros estilos, lo que puedes lograr es otra forma de mirar las cosas. Al saber que uno tiene puesta una máscara, tiene libertad para expresar cosas que no haría sin ella. Es un fenómeno psicológico, a cualquiera le pasaría si lo intenta. No se si a usted le parece también que cambiar de nombre altera lo que uno escribe.

- Definitivamente sí, tengo la impresión de que se puede cultivar otros estilos. Por eso me extraña que su editora pensara que le iban a reconocer si empleaba un pseudónimo, yo eso no lo tengo tan claro.

- Yo tampoco estaba de acuerdo con esa objeción.

- ¿Por qué le interesa la estructura del thriller?

- Cualquier narración debe tener algo de suspenso, de anticipación, es una figura literaria necesaria para mantener el interés. Thriller después de todo quiere decir emoción, eso que tiene el thriller que te hace volver la página es casi una obligación de la novela larga, sin que sea una regla, es de una manera u otra una necesidad del texto. Yo en esta novelita veo poco thriller.

- Pero ha escrito usted mucho thriller, pienso por ejemplo en El material humano.

- Sí, he escrito alrededor de un crimen. Pero insistiría en que le llaman thriller muy fácilmente, creo que hay una especie de marketing que abusa de esa palabra. De cada libro que escribo dicen que es una especie de thriller y yo no estoy de acuerdo, eso en el lector despierta una expectativa como un libro de Patricia Highsmith. Se usa la etiqueta con demasiada libertad.

- Intentaré no usarla. También hay el subtema de aprender el griego en el texto.

- La novela anterior nace de un ejercicio de aprendizaje del griego. Yo sigo estudiando griego y creo que es una experiencia positiva. He dedicado mucho tiempo a aprender lenguas, y algunas las he olvidado, pero la experiencia de aprender un idioma distinto permite leer el mundo de otra manera. Este ha sido el caso más extremo para mí: debí haber empezado a estudiar griego cuando era joven y no tan tarde, pero me absorbió completamente y se ha vuelto el pasatiempo serio más importante. Escribir una historia en griego como ejercicio me llevó a escribir la novela. Es una experiencia transformadora, todavía me quedan unos años de estudio, no digo para dominarlo, sino para que la lengua me domine a mí.

- ¿Qué importancia tiene para usted traducir?

- Yo empecé a traducir poco después de empezar a escribir, y siempre fue con satisfacción. Aprendí mucho del español, y durante los primeros 20 años de dedicarme a esto, intercalaba una traducción con un libro de ficción. Buscaba libros por traducir que no estuvieran en español y que me gustaran a mí para convivir con el texto un rato, como sucede cuando traduces una novela o una colección de cuentos. Así que la traducción ha sido parte del aprendizaje de escribir.

- ¿Cómo ve el panorama cultural en Guatemala?

- Es muy variado. Ha habido altos y bajos a partir de la firma de la paz. Hay pequeñas editoriales que publican cosas muy interesantes que no salen de Guatemala, hay más actividad de la que uno imagina: manifestaciones variadas, no solo en literatura, también en artes plásticas. El cine guatemalteco ha tenido mucha resonancia fuera, ha aportado algo nuevo, aunque es un arte que requiere de muchos medios, pero he podido ver películas en cartelera en París, Estados Unidos… Cosas pequeñas pero muy valiosas.

- El cine fue muy importante en su formación artística. ¿Qué tipo de cine ve ahora, en la época de las plataformas?

- Pues la verdad es que veo poco, porque no me gustan las pantallas pequeñas, me gusta mucho ir al cine. Me veo limitado a lo que se da en salas. Voy en Atenas o donde esté, me gusta mucho ir aunque sean salas un poco viejas y sucias.

Periodista, traductor y guionista. Autor del ensayo Panero y la antipsiquiatría (2017) y de las novelas Samskara (2019) y Díptico Espiritista (2022).