En 2008, Germán de los Santos trabajaba en el diario Crítica de la Argentina, una experiencia audaz, breve y fallida que dirigió Jorge Lanata y secundó Martín Caparrós. Con la vieja y vigente premisa de hacer periodismo desde el territorio, Germán fue al Barrio Municipal en Rosario —una de las ciudades más importantes del país, ubicada en el sur de la provincia de Santa Fe; cuna de íconos como el Che Guevara y Leo Messi— a reportear el robo de una motocicleta. Lo que encontró le hizo abrir los ojos: la zona estaba tomada por la barra brava del club de fútbol Newell’s Old Boys, liderada entonces por Roberto “Pimpi” Caminos.
—A partir de un hecho muy menor, el robo de una moto, nos topamos con la historia de un chico que lo balean —dice Germán desde Rosario—. Voy al barrio y lo veo prácticamente tomado. Había controles que no sabía que existían en la ciudad. Un fenómeno donde se mezclaban el fútbol, la barra brava del fútbol, la venta de drogas, pero sobre todo la violencia. Ahí la vi por primera vez, en sus distintas facetas, en sus distintas caras.
No era la primera vez que Germán, como periodista, veía de frente el lado oscuro de la luna. Antes de formar parte del dream team del diario Crítica, había trajinado la redacción de El Ciudadano en Rosario y trabajado como corresponsal de guerra en Afganistán en 2001, labor por la cual obtuvo un premio de la Cruz Roja Internacional.
—Era algo nuevo —dice, buscando un punto de inicio en la génesis de la violencia cruel en Rosario—. No estaba muy visible en la ciudad. Sí empezaba a haber hechos de inseguridad. Pero ese tipo de violencia, muy sólida y como forma de estrategia de control de un territorio, no existía.
Lo nuevo que nombra Germán es el fenómeno de la narcocriminalidad en Rosario, una ciudad agroexportadora donde se mezcla la riqueza de la tierra con lo cosmopolita del arte y la cultura, el mito de ser “la Chicago argentina” a fines del siglo XIX y la ambición de convertirse en la Barcelona del Cono Sur a principios del XXI, mediante la gentrificación y el derrame de plata del boom de la soja y el bang de las mafias. Germán de los Santos viene investigando desde hace más de una década la transformación de la ciudad que habita. Primero, desde redacciones locales y corresponsalías nacionales. Luego, para el libro Los Monos (Sudamericana, 2017), sobre el clan familiar que dominó la red de tráfico de drogas local, coescrito con el también periodista Hernán Lascano. Por último, para el libro Rosario (Sudamericana, 2023), escrito por las mismas cuatro manos para narrar, según la bajada de la tapa, “la historia detrás de la mafia narco que se adueñó de la ciudad”.
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Tanto Germán de los Santos como Hernán Lascano no nacieron ni se criaron en Rosario, sin embargo, es el territorio donde eligen vivir y trabajar desde hace más de 20 años. Hernán es porteño, Germán nació en la ciudad de Santa Fe, en 1972. Ambos son rosarinos por adopción desde que se mudaron ahí para estudiar en la Universidad Nacional. Hernán se formó en la sección Policiales del diario La Capital. Germán, en los escritorios de Internacionales y Política.
—No soy de Policiales. No me gusta el término policial, ni la palabra —dice Germán por videollamada, como si estuviese declarando un código ético.
En 2015, los dos empezaron a pensar en un trabajo un poco más profundo, contando la historia de Los Monos, el clan familiar que circula por Rosario como una marca de guerra y terror. Dos años despurés, tras una exhaustiva investigación periodística basada en documentos oficiales y consultas a fuentes judiciales, policiales, gubernamentales y vecinales, el proyecto se materializó en un libro. Los Monos sigue los pasos de una familia que incursionó en el delito en los años noventa robando caballos y, pocos años después, montó una estructura puntillosa para vender drogas 24 horas al día en diferentes puntos de la ciudad. “Búnker”, se llamó popularmente a estos dispensarios de drogas, que eran cuidados por soldaditos armados que acumulaban semanalmente más dinero del que varias manos podían contar.
En Los Monos se señala una fecha clave: el 26 de mayo de 2013. Ese día, mejor dicho, esa noche que empezaba a amanecer, frente a un boliche de Villa Gobernador Gálvez, una ciudad al sur de Santa Fe, desde la ventanilla de un auto salieron las balas que mataron a Claudio “Pájaro” Cantero, el líder indiscutido de Los Monos. Su lugar lo ocupó “Guille” Cantero, su hermano, dándole un perfil vengativo a la organización criminal. Hasta entonces, el clan operaba en la sombra, no a cielo abierto; a la vez que buscaba ampliar sus ingresos mediante la negociación —con policías de diferente rango, con políticos de todos los partidos, con bandas rivales de menor volumen— más que a sangre y bala.
El cambio de comando en la cúpula de Los Monos derivó en 10 años en que el índice de homicidios en Rosario triplique el de otras ciudades de Argentina, incluida Buenos Aires. Desde entonces, la rivalidad de ese clan criminal contra otra banda dirigida por Esteban Alvarado dejó secuelas similares a una guerrilla urbana; ese terror, ese miedo, esas balas excedieron al conflicto narco y se derramó de la periferia al centro de la ciudad. La droga empezó a convivir con otra mercancía: el miedo.
—En 2013 el crimen se hace teatral y lo ven todos. Con crímenes y asesinatos a plena luz del día, frente a una escuela, tribunales, etc. Después el fenómeno criminal tiene una evolución que se va acomodando a los tiempos y va marcando la agenda. Al líder de Los Monos lo quieren trasladar de cárcel y empiezan a disparar contra la casa de los jueces, edificios estatales, generando conmoción. Con muy poco, con un chico en moto, con un arma, generan un impacto muy fuerte y después un negocio. Se busca plata con eso. Generaron un commodity, que es el miedo. Ahí empiezan las extorsiones, que incluso se expanden más que la propia venta de drogas, porque tenés el territorio entero de la ciudad para ir a buscar dinero.
El fenómeno de la extorsión está ligado al encarcelamiento de los líderes, tanto de Guille Cantero, que acumula penas por 113 años de prisión, como de Esteban Alvarado, quien, en celdas de máxima seguridad, sueña con cinematográficas fugas en helicóptero. En la cárcel ambos capos tienen ciertas limitaciones para traficar con drogas: se dificulta la logística a pesar de la comodidad y la comunicación que tienen con el exterior mediante el uso de celulares inteligentes.
—La extorsión es mucho más sencilla —dice Germán—. Disparar contra una casa o una empresa es un mensaje. En Rosario las amenazas se cumplen, tiene esa particularidad. Generan una marca: con la mafia no se jode. Y eso es dinero.
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A días de publicar Los Monos, Germán de los Santos y Hernán Lascano presentaron su libro en Rosario, en la sede del Espacio Cultural Universitario. Entre la centena de hombres y mujeres que entraron a la sala, estaba Lorena Verdún, viuda del “Pájaro” Cantero. Cuando Germán empezó a hablar, lo interrumpió a gritos. Entre otras palabras que volaron con el peso de las piedras, dijo: “Ustedes investigaron a mi familia, yo ahora voy a investigar a las de ustedes”.
La amenaza quedó flotando en el aire, en las redes sociales, sobre los cuerpos de los autores. Sin embargo, no los paralizó. Siguieron investigando. Pero esta vez no solo al clan familiar, sino al derrame del dinero de la droga y, sobre todo, a los diferentes actores que lo hacían posible.
—En el libro de Los Monos fue más sencillo porque era la historia de un clan criminal —dice Germán—. Con Rosario no teníamos un protagonista central. No hay un personaje físico que se come el libro, la ciudad es la protagonista. Quisimos contar no solo la parte del narcotráfico, sino también los nuevos actores que fueron apareciendo en esta trama. Eso nos pareció interesante y fue motivante para escribir, estábamos medio cansados de contar las historias criminales del narcotráfico.
Rosario, además de enfocarse sobre las distintas bandas y banditas narcos, se ocupa de los financistas que mueven el dinero que se junta en los búnkers, en actores que socialmente empiezan a escalar en la ciudad, en los arquitectos que construyeron grandes mansiones, en los que se hacen millonarios vendiendoles autos de lujos, en las mutuales que lavan plata, en las empresas legales que hacen de fachada, en la policía que trabaja primero como socio y luego como empleado, en las grietas del poder judicial que filtran información, en los políticos que dejan hacer mientras miran para otro lado.
—Empieza a aparecer un contexto económico que provee a estos nuevos actores que se empiezan a llenar de guita —dice Germán—. Lelo Pérez, por ejemplo, les vendía vehículos. Hablabas con él y decía: “Yo no soy narco pero me hice millonario con ellos”.
La torre Aqualina es emblema y metáfora de la transformación de Rosario y, quizás, espejo donde se delinean los rasgos de otras ciudades gentrificadas del mundo. Es el edificio más lujoso de la ciudad, a metros del Monumento a la Bandera y con vista al río desde cada uno de los 40 pisos que contiene. Uno de los primeros inquilinos fue la familia Messi, que en 2009 compró un piso completo, donde en la actualidad vive la hermana del rosarino más reconocido del universo. En esa torre, en ese faro simbólico, subían y bajaban en los mismos ascensores hombres que se habían enriquecido con la plata del “Rey de la efedrina” Mario Segovia, empresarios que manejaron los puertos locales —por donde se exportan legal e ilegalmente el 85% de los granos de Argentina— y financistas que terminaron presos por narcotráfico.
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Rosario aún no figura como un punto estelar en el mapa del narcotráfico internacional. La visibilidad (que va desde balear el supermercado de los suegros de Messi hasta arrojar un cuerpo inocente frente al Coloso Marcelo Bielsa, la cancha de Newell’s), la fragmentación y la precarización de las bandas que se disputan la hegemonía, el amateurismo y crueldad de los jovencísimos sicarios que ven en el crimen la única salida a un destino de pobreza y humillación, entre otros factores, son particularidades de un fenómeno territorial en crecimiento.
La venta de drogas domésticas en la ciudad todavía no se relacionó con los grupos internacionales que operan desde Rosario para sacar cocaína por una ruta nueva que hay a partir de la pandemia, la cual tiene un rol muy protagónico por la hidrovía Paraná-Paraguay.
—El ejemplo más claro es que el año pasado secuestraron 1.500 kilos de cocaína en el barrio más violento de Rosario, en Graneros. Un tesoro de 100 millones de dólares que no tenía custodia. Los operadores logísticos de esa droga, que iba a ir a Dubái para la época del Mundial, no tenían a gente de Rosario trabajando. En el libro ponemos una cita de un hombre de una agencia internacional. Dijo: “Cuando se toquen esos dos universos, empieza a haber gente colgada de los puentes como en México o como ocurrió ahora en Ecuador, donde Los Lobos, que son Los Monos de Ecuador, se tocan con los carteles mexicanos por la salida de los puertos de Guayaquil”. Ahí el problema se hace mucho más grave.
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Germán percibe que el rosarino fue cambiando su modo de vida en pequeñas cosas. Conocedor de su historia, el periodista reconoce que Rosario siempre fue una ciudad brava, “picante” socialmente, con un halo gangsteril y con tradición en crímenes de cuello blanco por su salida portuaria. Pero, como decía el escritor Roberto Fontanarrosa, uno de los rosarinos más emblemáticos, se trataba de una ciudad “humanamente posible para vivir”. Ni tan grande ni muy chica, que tiene —o, mejor dicho, tenía— movida cultural, artística, social y nocturna. Eso se fue terminando, consecuencia del fenómeno de la inseguridad y, sobre todo, de cómo se mueve la gente por sus calles.
En Rosario, como en otras ciudades de Latinoamérica, el ruido de una moto asusta. Y en las últimas semanas, a la saga criminal se le sumaron nuevos episodios encadenados. Como respuesta al gesto del nuevo gobernador provincial de implementar una política de mano dura inspirada en “el método Bukele”, los jefes de las mafias que operan desde la cárceles respondieron con una ola de violencia que hasta el momento se ha saldado con cuatro asesinatos aleatorios de civiles. La intención fue generar miedo, paralizar la ciudad. En palabras de Germán de los Santos, propagar el terrorismo urbano.
Los autores de Rosario utilizan la figura del “alma rota” para dar cuenta tanto del ánimo como de los cambios culturales y sociales en la ciudad.
—Rosario siempre aspiró a ser otra cosa, y se terminó transformando en una ciudad resquebrajada internamente por el fenómeno de la violencia —dice Germán—. Y en el pico de crecimiento, cuando se la pensaba como la Barcelona argentina, se estaba gestando esa ciudad fragmentada que nadie quería ver. Y me parece que ahí se empezó a romper.
Al igual que en el libro, al final de la entrevista Germán sopla un viento de esperanza que se difumina rápidamente. Dice:
—Yo creo que el alma de la ciudad se puede recomponer. Lo que pasa es que no soy muy optimista con el contexto político. Se suma a lo que veníamos. No veo que haya una línea de reconstrucción. Esto no tiene que ver con el número de policías que pongas en la calle, sino con el alma social de Rosario. Eso es lo que está pendiente. Y no veo en el horizonte alguna perspectiva de cambio en ese sentido, sino todo lo contrario.