La familia, esa organización tantas veces disfuncional que invariablemente tiene un peso determinante en la conducta de las personas, es un tema que la literatura ha abordado desde siempre. Basta con un leve esfuerzo de la memoria para que aparezcan referentes incuestionables: Los hermanos Karamazov, El ruido y la furia, La casa de Bernarda Alba, Los Buddenbrook, Hamlet… Obras capitales que abordaron el tema desde diferentes perspectivas: a partir del humor, el rencor, la tragedia o la calidez de la nostalgia evocativa. Cargadas de amor, dolor, ironía o solemnidad. Y que revelaron palmariamente y sin excepciones la fragilidad de una estructura que hoy es cuestionada con insistencia a partir de los nuevos paradigmas de género e identidad.
Aquello que la doxa católica entiende históricamente como “célula básica de la sociedad” es muchas veces, demasiadas quizás, un barco a la deriva que intenta mantenerse a flote a cualquier precio. En el caso de la que conforman los protagonistas de La familia, la atrapante novela que acaba de publicar Sara Mesa (Madrid, 1976) a través del sello Anagrama, se trata de una estructura débil, que definitivamente parece a punto de hundirse. En la portada del libro, de hecho, una casa pequeña, sencilla, de apariencia liviana, se mantiene todavía a flote sobre una superficie algo elusiva. Dos remos asoman por sus diminutas ventanas, un símbolo tangible del esfuerzo que implica cualquier avance.
El ambiente en el que se desarrolla la historia es tenso, opresivo, cargado de situaciones y discursos incómodos que circulan bajo la sombra abrasiva y permanente de una figura paterna que ejerce un control compulsivo sobre personajes que no pueden más que orbitar como satélites a su alrededor. La sensación dominante es la del encierro, ese oprobio que se agudizó para todos en la época lúgubre de la pandemia pero que aparece muy usualmente en el imaginario de esta autora madrileña que hoy vive en Sevilla y que, gracias a novelas como la exitosa Un amor (2020), se ha convertido en una de las voces más celebradas de la literatura española actual. La estructura del libro es fragmentaria, se desarrolla prescindiendo de la linealidad temporal, entretejiendo momentos inquietantes que tienen distintos protagonistas pero establecen sine qua non un clima de terror cotidiano que la escritora sabe cómo instalar con sagacidad y eficacia.
- “Parece una ley: todo lo que se pudre forma una familia”, dice el escritor argentino Fabián Casas en el poema ‘Hace algún tiempo’. ¿Coincide con esa afirmación?
- Yo le daría la vuelta a la afirmación de Fabián Casas: en toda familia algo, siempre, se acaba pudriendo. Bueno, es lo que pasa cuando falta el aire, ¿no?, las cosas se pudren por el encierro y la endogamia. La familia de mi novela se define en gran medida por eso: por el miedo a que el mundo exterior contamine su supuesta pureza.
- ¿Ha utilizado referencias personales, cercanas, para la construcción de los personajes de La familia?
- Todo —personajes, tramas, escenarios— se construye cogiendo de aquí y de allá, como una forma de procesamiento mental, para mí la escritura es justo eso. Así que sí, claro que hay experiencias personales concretas de las que nace este libro. Pero no son interesantes en sí mismas, no son relevantes, lo relevante debería ser el lugar hacia donde confluyen, esto es, el libro.
- ¿Encuentra conexiones entre La familia y sus otras novelas? ¿Cuál diría usted que es el “sello de fábrica” de su literatura?
- El hilo que lo cose todo es el análisis del terror cotidiano, de la perversidad que anida en lo pequeño, del peligro de las buenas intenciones y las trampas del amor, aunque en los últimos tiempos intento no ser tremendista, trato de enfocarlo más desde el lado tragicómico. En cuanto a este libro en concreto, creo que dialoga muy bien con Mala letra, un volumen de cuentos de 2016, donde ya están las semillas que aquí desarrollo. Son libros hermanos, del mismo modo que Cicatriz y Un amor son novelas hermanas.
- La novela tiene una estructura muy particular. ¿Lo tenía decidido antes de empezar a escribirla o tomó esa determinación con parte de la historia ya avanzada?
- Había una parte que tenía decidida: que la historia se articularía a partir de pequeñas historias protagonizadas por los distintos miembros de esta familia e incluso por personajes externos. Otra fue revelándose durante la escritura: los puentes que se tienden entre las distintas historias, el arco narrativo, el principio y el final. A mí me parece que es una estructura que refleja bien lo que yo quería, o necesitaba, hacer. No una novela donde se cuente todo, no una explicación total propia de las sagas familiares, sino un relato a través de destellos, de lo que se ve a través de una rendija. La imagen de la casa es central: entramos en sus habitaciones, una a una, pero siempre hay una parte de misterio inabarcable que apunta a que, en realidad no sabemos casi nada de nadie.
- ¿Cómo fue su primer acercamiento a la literatura? ¿Cuál fue el primer libro que le produjo un impacto de esos que dejan huella?
- De niña solo leía. Leía muchísimo, y era para mí una forma de escape, de consuelo, de gozo. Leía intuitivamente, sin programa y, por supuesto, sin ningún plan de convertirme en escritora, eso vino mucho después. Me cuesta decir un solo libro que haya generado ese impacto. En mi caso fue una suma de libros, una mezcla rara entre la que había tebeos, novelas de Agatha Christie y algunos otros libros que me removieron por dentro, intensamente, como Cumbres borrascosas o Crimen y castigo, aunque apenas los entendiera.
- ¿Qué escritores han sido una influencia clave para usted?
- Por encima de todo, Kafka. Es un escritor que he leído siempre, desde que era una adolescente y hasta hoy mismo, lo leo y releo y siempre hay una parte misteriosa en él que permanece. Sus relatos sobre el choque entre individuo y sociedad me parecen completamente actuales y no sé si me influye (en cierto modo Kafka se agota en sí mismo, es tan especial que no puede tener seguidores), pero desde luego lo tengo en cuenta. En su momento Faulkner fue para mí fundamental, por su manera de tratar la violencia, las atmósferas y la tensión narrativa, y la sensación de pesadilla continua, pero después me di cuenta de que es en general la literatura sureña lo que me atrae, y ahora leo también con devoción a Flannery O’Connor, a Carson McCullers, a Katherine Anne Porter y tantas otras. En los últimos años me he sentido muy atraída también por Fleur Jaeggy y su escritura elusiva, turbia y extrañamente poética. Qué lástima que tenga tan poca obra.
- ¿Recuerda cuándo empezó a sentirse segura como escritora?
- Segura no me siento al cien por cien, y espero no sentirme nunca, sería una especie de final perverso que me impediría seguir buscando. De hecho, fue después de la publicación de varios libros cuando empecé a sentir un pequeño grado de seguridad, antes era imposible, ¿de qué podría sentirme segura si no hay obra?
- ¿Sufre el famoso temor ante la página en blanco?
- La página en blanco nunca ha sido un problema para mí, al revés. Es el mejor momento, cuando todo está por hacer y las posibilidades son infinitas. Arrancar una historia no es lo más difícil. Para mí lo difícil es sostenerla, corregirla, pulirla hasta conseguir de ella lo más posible.
- Usted ha declarado que la imaginación literaria no exige “inventar de la nada”, al menos en su caso. ¿Nunca ha tenido un punto de partida puramente imaginado?
- No creo que haya nada puramente imaginado en casi ningún libro literario. En todos, de manera más o menos visible o invisible, está la experiencia, la memoria, la mirada, la ideología de quien escribe. Lo que yo digo es que la imaginación literaria es el proceso de creación por el cual la realidad —con toda la complejidad de este concepto— se transforma en ficción, en otra cosa. Una novela como Cuatro por cuatro, por ejemplo, ambientada en un internado de élite y protagonizada por personajes extremos, tiene mucho de imaginaria. Yo jamás he estado en un lugar así, pero los cimientos tienen también mucho que ver con mi propia vida.
- ¿Le importa la crítica literaria?
- Me importa y estoy atenta a la crítica. Hay una íntima convicción sobre lo que hago que se mantiene intacta, pero después tengo un montón de dudas y mucho que aprender y mejorar. La buena crítica —es decir, la crítica seria, no la que nace del rencor o el desprecio— me ayuda a descubrirlo.
- La explosión de la cultura digital ha cambiado hábitos e incluso modos de consumo cultural. ¿Cómo siente que impacta esto en la literatura? Parece que es una época que pide relatos más cortos por la atención más dispersa que provoca la enorme cantidad de estímulos que recibimos a diario...
- Yo no estoy tan segura de que la época sea propicia para los relatos cortos, de hecho el auge de las series televisivas y el sostenimiento del best seller de larga extensión desmienten esto. Los relatos cortos, la fragmentariedad, pueden ser reflejo de nuestro tiempo en lo que suponen del rechazo a la mirada hegemónica y de apuesta por la diversidad de la mirada, pero son formatos complicados para los lectores porque, contrariamente a lo que se cree, exigen mucha más atención.
- En Silencio administrativo (2019) mostró una cara oscura de la burocracia estatal española. Y también los efectos tremendos de la inequidad en el capitalismo contemporáneo. ¿Cómo ve la España actual? ¿Es pesimista respecto del futuro?
- Últimamente he leído más libros sobre burocracia, desde ensayos como La utopía de las normas de David Graeber hasta obras de ficción como la monumental El rey pálido de David Foster Wallace, y me temo que el problema no es solo en España. De hecho, Silencio administrativo cuenta una historia que ocurre en muchas sociedades occidentales, algo que tiene que ver con la monstruosidad de las instituciones complejas. Yo no soy pesimista, o trato de no serlo, pero estoy convencida de que la estupidez humana a veces es más perniciosa que la maldad, y está más extendida.
- ¿Cómo vive los cambios que estamos experimentando socialmente a partir de las conquistas del feminismo?
- Se ha avanzado mucho en los últimos años, esto es innegable, y cosas que antes tomábamos (o soportábamos) como normales hoy son intolerables. Todas, absolutamente todas las mujeres, hemos padecido agresiones machistas de mayor o menor calibre, físicas o mentales. Y hoy estamos más mentalizadas y tenemos más herramientas para resistir. Pero también creo que hay mucha resistencia subterránea, no visible, dispuesta a arrebatarnos al menor descuido nuestros derechos, y en los últimos tiempos, también, mucha violencia ya directa, numerosos ataques al feminismo que están empezando a normalizarse e incluso a jalearse. Así que no podemos todavía cantar victoria, queda mucho trabajo por delante.
- ¿La fluidez de género es un tema que podría aparecer en su narrativa?
- Quién sabe. De niña pensaba que hubiera sido mejor ser un niño, al modo de Jorge, la Jorgina de Los Cinco. Pero a lo mejor lo que yo estaba deseando era saltar por encima de todas las imposiciones que teníamos que aguantar las niñas.
- Supongamos que tiene que darle un consejo a alguien que quiere iniciarse en la literatura, ¿qué debería tener presente inexorablemente para hacerlo?
- Leer mucho, prestar atención, ser paciente, tener ambición y ser humilde. Todo a la vez.
- ¿Qué otros intereses tiene al margen de la literatura? ¿Para qué cosa quisiera tener más tiempo?
- Me gusta mucho el cine y, por supuesto, creo que también tiene una influencia en mi narrativa. Me interesan las plantas (en otra vida probaré a ser botánica) y los animales, es decir, las otras formas de vida. Pero si tuviera más tiempo lo emplearía en leer más.