Libros

Se necesitan dos para el tarot

Marianne Costa, tarotista de referencia, habla de sus crisis de juventud, sus años con Jodorowsky y su conexión con el tango.

Buenos Aires
Marianne Costa, un referente en el mundo del tarot. TASYA MENAKER

En la sala Carlos Gorostiza, en el predio de la Rural, ubicado en el barrio de Palermo, Buenos Aires, hay un ventilador que hace ruido. A ese ruido, sutil y continuo, un poco molesto, se le suma el bullicio lejano de la gente que pasea un jueves por la tarde por la Feria del Libro, uno de los eventos más convocantes que tiene la ciudad. Más ruidos: el micrófono que no anda bien, hay 300 personas agrupadas en sillas rojas y, de nuevo, el ventilador que vuelve a la carga y que Marianne Costa (Château Thierry, Francia, 1966), una de las tarotistas y psicomagas más importantes de la actualidad, no cesa de señalar:

—El hecho de hablar en esta feria con este ventilador… que lo quiero matar —dice, y la sala estalla en risas—. ¡Me está quitando la conexión con el duende!

Marianne, desde su altura y su pelo rubio peinado como una actriz de la nouvelle vague, mira hacia el ventilador con recelo. Elegante y esbelta, parece sentirse en casa. Viene seguido a Buenos Aires. Acá aprendió a bailar tango en una esquina de la placita Dorrego, barrio de San Telmo. Y hay más conexiones. Uno de sus maestros espirituales fue Luis Ansa, pintor y pensador nacido en la provincia de Mendoza, que se volcó al sufismo y fue discípulo del pensador y compositor ruso George Gurdjieff, padre del espiritualismo moderno. La gente mira a Marianne con embeleso. Tiene estrella —ella dice duende, un palabra que en la “tangología” aparece con frecuencia, sobre todo en las letras de Homero Manzi—, y para quienes asisten a la presentación de su libro El tarot paso a paso (Grijalbo, 2021) es una referente en su profesión.

Tarotistas en su mayoría, aspirantes a psicomagos, seguidores de Gurdjieff y de las terapias alternativas que sacudieron el suelo (y el sueño) occidental a mediados de los sesenta, todos quieren no sólo escuchar a Marianne sino verla. Tenerla cerca, a pocos metros. “Ella es especial. Sabe un montón de tarot y además la tiene clara”, dice una chica de unos veintiocho años que viajó 900 kilómetros, desde las sierras cordobesas, para celebrar la llegada de su ídola y tener en su ejemplar la firma de su impronta. “Es la mejor” dice un chico que espera en la fila con su libro entre las manos.  

El ventilador vuelve a sonar, el duende no aparece. El rictus de Marianne se tensa hasta que una sonrisa la relaja. Aferrada a su mazo de cartas de tarot de Marsella, saca una y la muestra a su público devoto. Pregunta:

—¿Quién quiere hacerle al tarot una pregunta?

* * * *

La pregunta es, ¿por qué?

Por qué una chica de buena familia de clase media parisina, graduada con los más altos honores en Lengua y Literatura Francesa; una joven con una promisoria carrera como novelista, una cartera de contactos en la televisión y el cine a su disposición, con inquietudes estéticas y críticas, se volcó a ese otro mundo considerado anticientífico, aparentemente poco serio, un mundo poblado por supuestas habladurías, arribistas, manosantas y charlatanes. Ese otro universo llamado “terapias alternativas” donde el tarot es una contraseña que circula como moneda corriente.

Son varias las respuestas que da Marianne al respecto. Cuando era joven quería provocar a su familia. Mientras estudiaba Letras, tomaba lecciones de canto, hacía danza y también había empezado a incursionar en el teatro. Con los años llegó a ser cantante de rock y a formar parte de una compañía teatral, de la cual fue expulsada muchos años después, en el año 2012. Su familia esperaba de ella una carrera académica.

Pero Marianne da una respuesta más profunda al respecto. En 1997 tuvo una crisis con su profesión y con su estilo de vida. A unos kilómetros de su casa en París, en el este del continente europeo, se había desatado un conflicto bélico entre los países que conformaban la antigua Yugoslavia soviética. La guerra de los Balcanes comenzó en 1992 y terminó en 1997. Fue una de las más cruentas que se desataron en Europa, en donde se produjeron violaciones masivas, se intentó hacer una limpieza étnica y hubo persecución religiosa e ideológica.

Marianne decidió que su destino estaba ahí. Viajó a Bosnia para dar clases de Lengua y Literatura, vivió de cerca las esquirlas de una guerra sangrienta y se dedicó a aprender el idioma. En una entrevista dijo: “Cuando empiezas a hablar otra lengua durante un año es como volver a adquirir el lenguaje. Toda tu identidad se encuentra purificada y cambiada”.

Volví a Francia y me agarró una depresión fuertísima —cuenta Marianne—, porque vuelves a las mismas condiciones y te vuelve a agarrar la misma realidad. Ahí fue cuando entré en contacto con una persona que iba a tener una influencia profunda en mi vida.

Alejandro Jodorowsky era una persona conocida en Francia y en el mundo entero. Gurú de las terapias alternativas, había desarrollado una teoría psicológica con fundamentos mágicos y tenía una rica experiencia de vida que mezclaba el teatro, el cine, la literatura y la poesía. Vestía trajes que le quedaban un poco grandes y hablaba un francés enroscado, mezclado con un español cuyo acento no era insular sino cordillerano. Ese hombre tiraba las cartas todos los jueves en un café a quien quisiera, y lo hacía gratis. Marianne quedó hechizada por la voz de este personaje exótico.

El interés de Jodorowsky por el tarot era antiguo. En los años cincuenta, había viajado desde su Chile natal hasta Francia porque quería conocer al padre fundador del surrealismo, André Bretón. Fue el poeta quien le dijo: “Si te interesa el tarot, el único tarot es el de Marsella”. Muchos años después, ya instalado definitivamente en París después de una gira vital por distintos países y de fracasar en su anhelo de convertirse en un gran director de cine, uno de esos miércoles en los que tiraba las cartas, un hombre triste y solitario, de unos cuarenta años, apareció ante Jodorowsky. Su nombre era Phillipe Camoin y andaba perdido por la vida. A Jodorowsky se le encendieron los ojos. La familia Camoin era la dueña de la vieja casa de impresión de las cartas de tarot de Marsella. El psicomago usaba unas cartas viejas, ajadas, con los colores marchitos e incompletas. La presencia de Camoin, una tarde de miércoles en su consultorio golondrino, era una señal.

Jodorowsky le propuso a Phillipe recuperar el viejo tarot de Marsella del cual la familia Camoin era la heredera. Traer al presente ese juego oracular del Renacimiento de origen incierto. Un juego que probablemente fuera el último eslabón perdido con una Europa premoderna, anterior al nacimiento de la máquina del vapor, en un continente cuyo pasado medieval había sido borrado por el imperativo categórico de la técnica. Jodorowsky se entusiasmó: recorrerían todos los museos buscando las placas originales de madera, que la familia había donado, y volverían a imprimir las cartas, las verdaderas. El juego regresaría a la vida de la mano de un chileno exiliado y un hombre triste en la crisis de la mediana edad. Y por supuesto, de una mujer inteligente. El tarot, dice Marianne Costa, es el reino de las sincronicidades.

* * * *

¿Qué rol tuvo Marianne? Uno muy importante. Fue quien dio el marco teórico y bajó al papel las ideas de Jodorowsky. Marianne empezó a asistir a las conferencias que Jodorowsky daba sobre psicomagia, tarot y árboles genealógicos. Tres meses después, eran pareja. Él era 37 años mayor.

Se produjo algo muy raro, porque no recuerdo haberme visto enamorada de él, y él, por supuesto, no buscaba a las estudiantes. Estaba ahí. Y fue como que de pronto nos juntamos. Sin ningún deseo: yo no tenía ningún deseo de meterme con un viejo macho chileno, y él no quería meterse con una mujer con un carácter como el mío. Y nos quedamos en esta pareja nueve años. Amándonos, por supuesto.

Marianne Costa y Alejandro Jodorowsky, impartiendo un taller. ARCHIVO

No fue, sin embargo, una pareja armónica, todo lo contrario. Tenían visiones muy distintas sobre la realidad. Él era celoso, posesivo, “un macho patriarca de los Andes”; ella era una mujer libre, consciente de su inteligencia y de sus ambiciones.

Lo que pasó con nosotros es que teníamos una obra que hacer, una obra en común. Y esta obra fue la razón por la cual yo me apasioné por completo.

Empezaron a colaborar juntos en el año 2000. Alejandro le propuso bajar las clases que él daba sobre tarot a papel y escribir un manual, ya que él decía que su misión era leer las cartas y listo. A ella le interesó la propuesta. Ahí empezó a profundizar en el trabajo pedagógico y a establecer paralelos con los árboles genealógicos. Vinculó el tarot con otras ramas del conocimiento, como el psicoanálisis y la crítica literaria. Así que, a fin de cuentas, los dos tuvieron juntos dos hijos, dice ella. El primero se llamó Metagenealogía y el segundo, La vía del tarot, que dan una mirada total y al mismo tiempo parcial de la experiencia de Jodorowsky.

Mi aporte fue la pregunta, ¿cómo vamos a enseñar a leer el tarot? En general, la gente que se interesa por el tarot hace una lectura literal de las cartas. Pero nosotros empezamos a pensar en las cartas desde un punto de vista relacional. ¿Qué pasa cuando, en lugar de sacar una carta, sacamos dos? ¿Qué vínculos se establecen entre las dos cartas? Porque si hay algo que está comprobado es que no venimos al mundo de un solo elemento. Sino de dos. Siempre dos.

La vía del tarot fue otro éxito de Alejandro Jodorowsky, al igual que su película El topo o el cómic El incal, por el cual obtuvo el prestigioso premio Yellow Kid. Escrito junto a Marianne Costa, fue el primer libro en sistematizar una forma de abordar el juego. Una puerta de entrada a un mundo tan lejano como cercano, organizado por los valores de 78 cartas, con sus arcanos mayores y menores, sus bastos, oros, espadas y sotas.

Cinco años después de publicar el libro, la pareja se separó.

* * * *

—Lo que llamo el tarot es la posibilidad de jugar con imágenes —dice Marianne—. Es la posibilidad de entrar en un lenguaje que no está hecho de palabras, que se puede traducir a números. Es un lenguaje que está hecho de formas que están flotando en el inconsciente colectivo, y decidimos convocar estas formas para generar respuestas y situaciones.

Marianne no esperaba que las cosas se dieran como se fueron dando en los últimos años. Tuvo la necesidad de escribir un libro que fuese aún más accesible para el público. Imaginó una primera parte en donde el lector pudiera recorrer todos los posibles inicios del tarot, su origen desconocido, sus vínculos con la lotería mexicana y las especulaciones que existen alrededor del juego. Una segunda parte en donde explicar la forma y los valores de las cartas. Una tercera parte en donde ofrece claves para una lectura. Y una última en donde el tarot se mezcla con su vida. Para Marianne no hay lecturas objetivas del tarot. La única manera de leer una carta es desde la propia experiencia.

Esa idea se materializó en El tarot paso a paso. Una guía de lectura que pretende ampliar los horizontes siempre fluctuantes del juego. No toma partidos, le arrebata al tarot cualquier tinte de oscurantismo. Saca, como dice ella misma, el tarot de nuevo al barro. Lo que ella quiere es llevarlo a la calle. Hacer que el tarot busque a la gente, y no a la inversa.

—Cuando entrás en conexión con el tarot, lo que yo llamo el tarot, que es esa decisión de jugar, me doy cuenta que es un brazo, una herramienta, un rayo con la divinidad. Es una forma que esa persona decidió para acercarse a la belleza y realización. Tiene algo que lo conecta con eso que es esencial en nuestras vidas. Por eso el tarot tiene que ser humilde, no puede ser algo intelectual; tiene que conectar, bajar y meter las patas en el barro, como en la milonga.

La tarotista Marianne Costa, con la carta de tarot de El Mundo. TASYA MENAKER

* * * *

Es un domingo por la noche en el barrio de San Telmo. Afuera hace un frío que hiela. Empieza lentamente a llegar el invierno desde la costa de Río de la Plata, una brisa cortante, una garúa densa que se acentúa día a día. Marianne Costa ha tenido una semana intensa en la ciudad de Buenos Aires. Luego de presentar su libro en la feria, ha dado un curso intensivo sobre tarot en la tienda El Soplo Divino. Durante tres días, los asistentes han tenido a su admirada maestra solo para ellos y ellas. Después ha dado charlas, entrevistas y conferencias, y estuvo ultimando los detalles de sus últimos dos libros, que saldrán el próximo año por la editorial Grijalbo.

Hoy, domingo, 20.00 horas, es su despedida de Buenos Aires. En el Tasso, ubicado sobre la calle Defensa, enfrente de la plaza Lezama, mítica milonga del nuevo tango argentino, Marianne da un show de tango y tarot. Aprovecha para presentar su tarot “tanguero”, pintado por prestigiosos artistas e ilustradores argentinos, donde vincula a los arcanos con bailarines, cantores y orquestas de tango. El espectáculo es abierto. Sobre el escenario hay unos hilos en donde cuelgan sus cartas, una mesa y una silla. Marianne saluda a su público con sonrisas y besos. La gente —su gente— la ovaciona. Explica la dinámica: el show es hablar, bailar, cantar, y estar todos juntos a la vez.

Una pareja de bailarines se sube al escenario y, bajo los compases de un tango compuesto por Osvaldo Pugliese, arma figuras típicas. Marianne sonríe y los aplaude. Luego, el cantor Diego Baiardi junto a Eugenia Guzman en el piano, Juan Otero en la guitarra y Marco Antonio Fernandez en los “fueyes” del bandoneón van tocando la playlist preferida de la tarotista.

Llega el momento para la lectura de cartas. Una chica levanta la mano y con voz temblorosa dice que quiere preguntar por el futuro de su carrera. Marianne hace un gesto con las manos. Le pide que saque una carta. El caballero de espada. Marianne pega un grito en el micrófono y hace su lectura. El caballero de espada es la rectitud, dice. Proyecta una narrativa sobre la carta.

—¡Ah, genial! Ya sabés, ¿no? Saltar al abismo. El caballero de espada tiene esa carita que me encanta. Porque puede ser que dejó ideas antiguas o que se pasea con su duende. Para mí el caballero de espadas está con el duende hablándole al lado. Eso no lo digo en un libro porque me van a tratar de freaky.

Agrega que lo interesante del caballero de espada es que tiene una inteligencia que no es propia, “la lleva como a un pájaro”. Cuenta que el caballero no es un hombre. Es una mujer. Es Juana de Arco. Y agrega un punto de vista, una mirada que, como dice la propia Marianne, dice tanto de la persona que ha sacado la carta como de quien la lee:

—Esa carta ahora para vos tiene que ver con algo… algo… desde una dimensión mucho más ilegítima, en términos académicos, se está poniendo en marcha —se arma un silencio, la gente, apretada en sus sillas y banquetas, con sus comidas y tragos, se queda pensando. Marianne rápidamente cambia el clima y grita—. ¿Qué hora es? ¡Estoy en trance!

Risas y aplausos. Pide a otra persona para que saque una carta. Un chico hace un gesto. Quiere que le alcancen el micrófono. No se escucha lo que dice.

—Tenés que chupar la polla —dice Marianne.

El público, femenino en su mayoría, estalla en risas. Marianne mira a su público con complicidad:

—Me salió, ¡y me salió en Instagram, también!

El chico cuenta que lee el tarot pero que no sabe cómo ser más objetivo. Marianne le contesta que no hace falta, el tarot es también una mirada propia. “Los peligrosos son los que creen que solo tienen intuición divina”, advierte. La gente ríe y aplaude. No hay objetividad.

El chico saca una carta; es el caballero de copas. Marianne dice con seriedad: “Es muy profundo. El caballero está con esta copa que ya es inmaterial”. Para ella, esa carta tiene que ver con aceptar también todo lo que quiebra el corazón. Aceptar lo propio en lo inmaterial.

—Yo conozco muy poco de tarot, y conozco muy poco de tu obra —dice una chica que ha pedido el micrófono y que quiere también su turno para sacar una carta —. Pero veo que sos una persona apasionada. Y veo que decís “amás”. Amo México, amo el tango… ¿Cómo hacés para vivir con tantas pasiones?

Marianne se queda pensando. Es una pregunta interesante. La gente corea la letra “u”.

—Quizás por eso estoy soltera —contesta.

Estallan las risas. Marianne sonríe; súbitamente, se pone seria. Dice:

—Mi maestro espiritual es Arnoud Desjardins. Falleció en el 2011. Él escribió un libro que se llama La audacia de vivir. Ahí dice algo así como “aceptar la vida”. Llueve y no tengo paraguas; bueno, voy a tratar de amar la lluvia. Apostar por eso te rinde. Las emociones personales te comen un montón de energía, entonces, acepta amar lo que se te presenta. Una aceptación positiva —Marianne se queda pensando—. Eso, amar la lluvia.

Cineasta, periodista y escritor. Ha dirigido los documentales, Beatriz Portinari. Un documental sobre Aurora Venturini (2014, Premio Argentores) y El volcán adorado (2018). Es autor del libro de cuentos Bailando con los osos (2013) y del ensayo Una isla artificial: crónicas sobre japoneses en la Argentina (2019). Su último libro, coescrito con Damián Huergo, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), premiado por el Fondo Nacional de las Artes de Argentina.