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Simón López Trujillo explora ‘El vasto territorio’

El autor chileno mezcla hongos, extractivismo forestal y religión en su novela de debut, escrita “robando tiempo al dios del capitalismo”.

El escritor chileno Simón López Trujillo. CONSTANZA ROSMAN

Karen Barad, la pionera feminista, ha dedicado gran parte de su trabajo a demostrar que lo humano está compuesto de agencias inhumanas (bacterias, aminoácidos, feromonas, electrones y átomos). Otra pionera, Donna Haraway, ha señalado numerosas veces la necesidad de nuevos parentescos animales y vegetales. Esas dos sensibilidades, ambas muy ecologistas, atraviesan el debut literario de Simón López Trujillo (Santiago de Chile, 1994), El vasto territorio, que en 2023 editó Caja Negra tras su publicación original en Alfaguara. 

La novela tiene dos protagonistas: Giovanna, una científica que estudia los hongos, y Pedro, que abandona a sus hijos cuando una secta lo trata de mesías al infectarse con un hongo que aparece en las plantaciones extensivas de eucalipto en Curanilahue, territorio azotado por la violencia que el extractivismo ejerce sobre el entorno y las comunidades locales. Esa explotación de los recursos naturales es una constante en el sur de Chile, donde grandes empresas han abusado de la relación con comunidades indígenas, como sucede en las áreas del conflicto mapuche. Las condiciones laborales de los trabajadores es algo que también está sobre la mesa en un texto rico en lecturas políticas, escrito durante el estallido social y la pandemia.

Autor reconocido con premios como el Roberto Bolaño y el Municipal de Literatura de Santiago, López Trujillo emerge con El vasto territorio como una de las figuras más prometedoras de las letras chilenas. Cuenta que de adolescente quería ser músico, y que empezó a leer cuando estudió Filosofía en la universidad, principalmente poesía. De hecho, la mayoría de sus amigos son poetas que forman colectivos y talleres. Hay algo que le inspira de todo ello, porque cree que la poesía está a salvo del mercado. Uno escribe poesía “todavía a cambio de nada”, dice.

Ahora está terminando una colección de cuentos y está trabajando en una novela desde hace ocho años, una reescritura de la historia de Jemmy Buton, aunque nuestra conversación se centra en la obra que lo ha dado a conocer internacionalmente.

- ¿Cómo empezó la idea de El vasto territorio?

- Una vez, viendo un documental sobre hongos, me enteré sobre uno que es capaz de infectar a las personas con resultados fatales y que es endémico de los eucaliptos. Pensé qué pasaría en Chile, donde hay tres millones de hectáreas de superficie forestal cuyo monocultivo básico es el pino y el eucalipto, allí estuvo el detonante. Por ello la novela está ambientada en una comuna cerca de Concepción, cuyo 90% de la superficie son plantaciones forestales.

También la novela me permitió estudiar un montón de temas que me interesaban: la relación de las forestales con la dictadura chilena, la crisis en términos de violencia con el cuerpo mapuche, la violencia de las forestales con sus propios trabajadores y, en paralelo, la investigación sobre hongos, que en su momento no estaba tan en boga. También están las lecturas de Spinoza, que inspiran las distintas religiones que emergen en la novela. La escribí de 2018 a 2019 y vino un momento que fue el estallido social chileno y la pandemia. Entonces, fue un libro que se vio afectado por esas circunstancias.

- ¿Cómo fueron las condiciones de la escritura esos dos años?

- Comencé esta novela mientras trabajaba en una librería en el centro de Santiago. Me llevaba el computador en la mochila y en los ratos muertos avanzaba en el libro e investigaba. Al final tuve un periodo de unos tres o cuatro meses en los que todos los días abría el documento, aunque fuera para cambiar una coma o revisar una oración. En la escritura de las novelas sucede que hay que habitar el texto. Uno empieza a sumergirse en los personajes, las voces y el tono, y uno habita esto. Hay una cita que me gusta mucho de Guadalupe Santacruz que dice: “No escribo, hago jardines”. Hay un proceso de gestación en la conciencia y en el cuerpo. Aprovechaba esos tiempos robando tiempo al dios del capitalismo.

- Es una novela muy ecologista, dedicada al sindicalista Rodrigo Cisterna, asesinado en una protesta laboral. ¿Cómo se mezclan política y literatura?

- No tengo una respuesta definitoria, es algo que se va viendo en cada obra, depende de lo que exige cada texto. En particular, en este texto era muy importante esta pregunta, ya que atravesaba momentos con enorme violencia de la estructura del Estado: la revuelta popular de octubre [de 2019], decenas de muertos y personas cegadas, violaciones de los derechos humanos que seguían impunes... Me pasó que quise hacer una novela de denuncia. Le pasé a mi editora un borrador que tenía cien páginas más, con un montón de información sobre la violencia forestal, y explicaba en detalle el caso de Rodrigo Cisterna. Ella me dijo, “estás perdiendo el tono”. Me di cuenta de que al saturar el texto de información, se rompía. Si no eres cuidadoso, puedes hacer que pierda fuerza el potencial político de la literatura.

La novela está dedicada a Rodrigo Cisterna, que es un trabajador forestal asesinado el 3 de mayo de 2007 por los pacos, los carabineros de Chile, en el contexto de una toma donde los trabajadores pedían algo tan básico como el reajuste salarial. En lugar de eso, asesinaron a personas como Rodrigo. En enero de este año hubo un megaincendio en la zona que está situada la novela. No es que el texto predijera nada, es que eso mismo sucedió en 2017 y 2015. Son empresas que naturalizan cosas como la zona de sacrificio. También hay un despojo de las tierras mapuches y una criminalización de sus demandas, así como el arquetipo como terrorista, luego hay violencia sobre los trabajadores de esas zonas.

- ¿Cuáles son tus influencias a nivel experimental?

- Particularmente, en esta novela traté de poner en obra la idea de la conversación de Rosmarie Waldrop y Keith Waldrop, dos poetas de vanguardia que tenían la idea preciosa de la literatura no como un canon, sino como un diálogo entre autores y autoras jóvenes y viejos, vivos y muertos, que permiten que el texto finalmente exista. Hay en el texto reescrituras de Juan Rulfo, influencias de Guadalupe Santacruz o Cynthia Rimsky. Hay relecturas de Spinoza como un pensador latinoamericano. Algunas partes de su Tratado de la reforma del entendimiento son reescritas y mezcladas con trozos del Apologético de Juan de Espinosa Medrano, un poeta barroco del siglo XVIII. Trata de formar un cuerpo textual que hable de otra forma de relacionarse con un dios que es naturaleza y es cuerpo y que no propone una salvación, eso es algo que infecta las creencias de los personajes de la novela. Es una especie de gran reescritura hereje del principal hereje, que era Spinoza, excomulgado y profundamente subversivo.

Es una novela que cita muchísimo a las fuentes que hacen posible su escritura. Quería revisitar cierta tradición del realismo social chileno de vanguardia y me parece importantísimo leer autores como Marta Brunet, Carlos Droguett o Manuel Rojas, que si bien trabajan contenidos sociales también complementan eso con una experimentación formal. Quería tratar de asumir un diálogo con esas formas que fuera más allá de los estereotipos. Luego hay que pensar cómo esas nuevas formas conducen a la acción.

Periodista, traductor y guionista. Autor del ensayo Panero y la antipsiquiatría (2017) y de las novelas Samskara (2019) y Díptico Espiritista (2022).