¿De dónde salió Tamara Tenenbaum? ¿Por qué llegó a ser leída por tanta gente? ¿Cómo es que esta joven nacida en 1989 en el barrio judío del Once, en la ciudad de Buenos Aires, está interpelando a toda una camada de chicas que encuentran en su obra las respuestas a las preguntas que se estaban haciendo?
Tamara se crió en el interior de una familia judía ortodoxa, tradición con la que rompió en su adolescencia. Vivió con su madre y sus dos hermanas, porque su padre murió sorpresivamente en el atentado a la AMIA de 1994, cuando ella era apenas una niña. Estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires, donde dicta clases. Pero sobre todo es una escritora anfibia que puede intervenir desde el ensayo, volverse personaje de ficción en sus novelas y cuentos o firmar textos teatrales que se estrenan con éxito en las tablas. Además, es periodista —tiene una columna dominical en elDiarioAR y un podcast semanal, Algo prestado—, y traduce para distintas editoriales libros de teoría feminista.
A juzgar por el vuelo de sus intervenciones y por sus seguidores en redes sociales, su opinión importa. Y no solo eso: Tamara consigue que muchas otras personas se identifiquen con sus escritos, se los apropien, reconozcan en ellos algo que sentían y no sabían nombrar. Sin embargo, a ella el mote de “referente del feminismo” le molesta: “Trato de negar el rol de referente todo lo que puedo. Me interesa involucrarme en actividades de militancia y de hecho en otro momento de mi vida milité de manera más activa, pero hoy por hoy ese lugar le corresponde a otra gente. Sería una usurpación absurda decir que soy una referente. A mí me gusta escribir y mi ambición y mi vocación es esa”, dice.
Tampoco es una influencer que se vale de acuerdos con marcas para armar su comunidad y vender productos. Más bien es lo que hoy podríamos llamar “formadora de opinión”, un mote que antiguamente estaba destinado a ciertos intelectuales que intervenían en la arena pública sentando posiciones que otros después adoptaban como propias. En el siglo XXI, no siempre quienes forman opinión desde las redes, por ejemplo, son quienes tienen más cosas para decir ni quienes mejor se expresan. En tiempos de consumos fragmentarios y dispersos, Tamara se maneja con mucha soltura, haciendo un delicado equilibrio entre la interpretación crítica y cultural de ciertos temas que le importan, y el comentario sobre su propia vida, la de una chica blanca y rubia de clase media en una ciudad tan intensa como Buenos Aires. Ella sabe que es leída por miles de personas —desde adolescentes hasta señoras mayores— y no le rehúye a la interacción ni al debate. “Me importa mucho discutir y conversar, ser una ‘ciudadana del Ágora’, aunque suena un poco raro decirlo así. Quiero participar de la conversación pública y sentir que la mejoro activamente”, agrega. Y, efectivamente, trata de ofrecer una mirada propia sobre, por caso, el poliamor, el consentimiento, la cancelación, el devenir de las relaciones sexoafectivas en el presente. Con su libro El fin del amor (Ariel, 2019) —que ya lleva vendidas muchísimas ediciones en Argentina, y otras tantas en México y España, además de una traducción al italiano— se involucró hasta el fondo. Y ahora prepara la adaptación en formato serie que estrenará mundialmente el próximo agosto Amazon Prime.
De lo que implica convertirse en personaje, del judaísmo, de escritores y escritoras que lee con fruición y del periodismo y la traducción como trampolines para debatir ideas habla en esta conversación.
- El fin del amor hizo un largo camino desde su publicación en Argentina en 2019. El libro revisa las relaciones sexoafectivas en el siglo XXI a partir de los aportes del feminismo tanto en la teoría como en la práctica cotidiana. Y a la vez es un ensayo escrito en primera persona, en el que a través de anécdotas de infancia y adolescencia derribas mitos sobre el consentimiento, la maternidad, el poliamor, etc. ¿Por qué te parece que se convirtió en una especie de manual de supervivencia para querer y coger en el siglo XXI, que se expande por el mundo aunque lo hayas escrito desde Buenos Aires?
- Lo que pasó con El fin del amor me sorprende mucho. Era un libro indie, un libro para mí y para mis amigas. No creí que podía ser hitero. Tampoco estaba tan de moda hablar de estas cosas en primera persona pero con muchas notas al pie en cada capítulo y mucha bibliografía. Esa combinación podía salir mal. Todavía me parece un misterio lo que sucedió. Evidentemente hay algo sobre el tema de “sufrir por amor” que no pasa de moda y que a todas nos importa mucho. Había en el aire una necesidad de darle a esas conversaciones que estábamos teniendo sobre lo difícil que era enamorarse en el siglo XXI un espacio donde tomarlas en serio. Muchas chicas y mujeres se sentían estúpidas por estar pensando tanto en esto. Y cuando lo usás como tema en un contexto político, filosófico, sociológico deja de ser banalizado y pasa a ser un fenómeno social, algo que habla de ciertas prácticas subjetivas y tiene otra dignidad teórica. Creo que muchas chicas querían leer algo que le diera dignidad a lo que les estaba pasando.
- El fin del amor se convertirá próximamente en serie para Amazon Prime. ¿Qué rol tuviste en el proceso artístico y de producción y de filmación? ¿Y qué podés adelantar del resultado final?
- En la serie estuve muy presente. Los guiones los escribimos con Erika Halvorsen, que es la showrunner, y yo soy también productora ejecutiva, un rol que puede significar muchas cosas. En mi caso, estuve casi todos los días en el rodaje, y también muy presente a la hora de tomar decisiones junto con otras diez personas. En el set estuve con actores, actrices y directores explicándoles cosas de mi universo, repensando los textos a la luz de lo que me preguntaban. Me gusta mucho cómo está quedando. Estamos en pleno proceso de montaje. Hubo tres directores involucrados: el primer bloque lo dirigió Leticia Dolera; el segundo, Constanza Novick; y el tercero, Daniel Barone. Los tres fueron súper respetuosos e hicieron cosas geniales. Fueron generosos conmigo y propusieron sus versiones estéticas y artísticas, y modificaciones al guión que sumaron un montón. Se estrena en agosto.
- Una figura tan rutilante del espectáculo como Lali Espósito te interpreta en la ficción. ¿Cómo fue tu construcción en personaje? ¿Te afectó verte representada por otra mujer?
- Lali Espósito es la protagonista y se llama Tamara Tenenbaum en la ficción. En un momento pensé en cambiarle el nombre, pero no tenía tanto sentido hacerlo, porque de todas formas se sabe que hace de mí. Con ella nos llevamos muy bien, nos hicimos amigas. Es muy inteligente como actriz y como persona. Interactuamos mucho durante el rodaje y fuera de él. Al principio había una voluntad mimética y muchos juegos con la imitación. Tenía el desafío de interpretar a alguien que no fue nunca el centro de atención. Alguien de bajo perfil, académico. Ella tiene escenas en las que por ejemplo tiene que dar clase en la Facultad y tuvo que hacer todo un trabajo sobre cómo es el histrionismo de una profesora a diferencia del de una actriz. Son cosas que conversamos mucho. A su vez ella es una estrella. Eso me sirvió a mí para despegarme de la situación y entender que es Lali haciendo de mí como personaje. El personaje de Tamara es más odioso y más audaz que yo: le subimos el volumen a algunas cosas y se lo bajamos en otras. Además de Lali Espósito, hay otras actrices importantes involucradas como Verónica Llinás, Vera Spinetta, Candela Vetrano, Mariana Genesio y Lorena Vega; y otras menos conocidas como Julieta Zapiola y Brenda Kreizerman, que fueron excelentes. Me gusta que además de nombres consagrados haya caras nuevas que aparecieron en los castings.
El judaísmo me dio un mundo y una poesía y un universo que no puedo evitar usar
- ¿Qué sensaciones te despertó transformar tu escrito en material audiovisual para las grandes audiencias?
- En general aprendí muchísimo de todo esto sobre lo posible, lo deseable y lo real. La negociación con las plataformas es algo que una nunca hace cuando escribe. No sé si otra gente o un escritor de bestsellers accede a las presiones de otro. Yo siempre tuve el poder sobre mi obra, pero cuando se convierte en serie el poder es menor, por la forma de trabajar de las plataformas y porque hay mucha más gente involucrada en el proceso de conversión que tiene sus propias ideas. Pueden enriquecer, pero también distanciarte de tu obra. Fue un golpe al ego que me vino bárbaro. También me hizo aprender cosas sobre las convenciones y tensiones narrativas, sobre construcción de personajes.
- Pasemos a tu primera novela, Todas nuestras maldiciones se cumplieron (Emecé, 2021). A diferencia de tu libro de cuentos anterior, Nadie vive tan cerca de nadie, aquí tu propia vida está en primer plano. Por primera vez hablás de la muerte de tu papá en el atentado a la AMIA y de tu infancia con tus hermanas y tu mamá. También de las indemnizaciones que pagó el Estado, de cómo viviste la transición de la infancia a la juventud, y qué tipo de rupturas simbólicas y reales fuiste haciendo para armar tu propio camino. El estilo del libro es bastante seco y cortante, nada sentimental. Las imágenes más tristes o desoladoras son rematadas con dosis de humor negro. ¿De dónde viene ese tono?
- Viene de la forma en la que hablo y de la forma en la que pienso. Me gusta contrastarlo con el tono de El fin del amor, que es más emotivo. Pero el de la novela está más cerca del tono con el que me hablo a mí misma. Me llega quizás de la herencia del judaísmo, del humor judío con el que me crié, y de la obra de autores como Vivian Gornick o Philip Roth, que me encantan y donde reconozco ese tono. Es seco, pero puede haber algo emotivo en ese narrador que no se anima a emocionarse. Hay algo que empuja al lector a un lugar incómodo, y eso me interesaba y creo que lo logré hacer. Mi tono no es emotivo ni sentimental, pero sí es emocional porque te lleva a un lugar en el que te preguntás qué le pasa a esta narradora, qué la toca, qué la interpela. A mí, la frialdad de, por ejemplo, Joan Didion, me parece la cosa más emotiva del mundo.
- Las mujeres de esta novela tienen matices, son poderosas, valientes, indecisas o frágiles, ya sean de tu familia o tus amigas. Pero los hombres tienen presencias más fantasmales y desdibujadas. ¿Qué podés decir de esos roles en el libro?
- Esto es algo que no pensé tanto mientras lo escribía sino que lo vi después. Esta presencia fantasmal de los varones es la forma en la que aparece la muerte de mi papá en la novela. Está siempre en el trasfondo o apenas mencionada, pero no tematizada. Esa presencia espectral es como quise inscribir su ausencia. La narradora no aprendió a tratar a los varones, solo a hacer como si no existieran porque en cualquier momento se pueden ir, porque no son los que sostienen la vida. En la novela ella busca la aventura sexual y la vida en pareja e insiste en que no quiere ser como su madre, pero hay algo en lo que indefectiblemente se parece a ella y es en el hecho de pensar que los varones se van a ir.
- Ya pasaste más tiempo de tu vida fuera que dentro del judaísmo ortodoxo y sin embargo seguís hablando sobre el tema. Gracias a escribir sobre tus orígenes y tu familia, te convertiste en una suerte de vocera de las costumbres y las disidencias ahí adentro. A la vez, creo que lo llevás con mucha soltura y humor. ¿Por qué el judaísmo te sigue interpelando?
- El judaísmo es algo que yo odié durante mucho tiempo y ahora no lo puedo odiar porque me dio un mundo y una poesía y un universo que no puedo evitar usar. Sería un desperdicio saber todo lo que sé y no usarlo. Por otro lado, hay algo innegable de los judíos —y recuerdo eternas discusiones de mis abuelos sobre esto— respecto de que no es una identidad autopercibida, sino una identidad seleccionada por otros. Y por eso me sigue interpelando para pensar la identidad y me conecta con algo que no tiene que ver con la frivolidad del presente. Es una herencia que me ayuda a salir de ciertos lugares comunes de mi vida y me conecta con universos medievales, con el Talmud y otras formas de vida que no son las mías. A mí venir del barrio de Once me salva de creer que soy una cheta de Palermo, aunque quizás hoy pueda llegar a serlo. Y es algo que me interesa sostener.
- En 2021 incursionaste en el teatro con un monólogo tuyo que se convirtió en unipersonal. Una casa llena de agua, protagonizada por Violeta Urtizberea y dirigida por Andrea Garrote, se estrenó con éxito y continúa todavía con funciones en Buenos Aires durante 2022. ¿Qué tuvo de particular la experiencia de escribir un texto sabiendo que iba a ser representado?
- Me gusta muchísimo el teatro. Mi último novio era actor y él me llevó al teatro a partir de 2015 de manera compulsiva. La primera obra la escribí con la supervisión del director Mariano Tenconi Blanco, que es mi amigo. Él me ayudó muchísimo. Al igual que con los guiones, en el teatro tuve que entender que el texto tiene que estar incompleto. La expresión de los actores, la puesta, todo completa lo que pasa con el lenguaje. No puede estar todo dicho en el texto, y eso me parece de lo más interesante. Es hermoso escribir algo y verlo representado. La primera vez que Violeta Urtizberea leyó en voz alta el texto de Una casa llena de agua dije: “No hay nada mejor que esto”. Me encanta ver lo que otros hacen con mis cosas. No soy nada celosa en ese sentido.
- ¿Pensás seguir probándote en la escritura de textos teatrales? ¿Estás con algún otro proyecto de esa índole?
- Estoy con otro proyecto teatral, de hecho. Es un díptico del cual ya tengo escrita la primera obra. Van a ser en homenaje a El Dibuk, que es la obra más conocida del teatro idish. Una es toda de mujeres y otra es toda de varones. Es que es algo muy habitual en la tradición judía separarse para hacer algunas cosas. La va a dirigir este año Mariana Chaud con un elenco muy estelar que todavía no puedo revelar. Y en 2023 queremos hacer la obra de los varones. Veremos cómo sale.
- Además de escribir y enseñar, también te dedicás a la traducción. Tradujiste últimamente dos libros de teoría feminista de autoras que están pensando el feminismo desde la práctica cotidiana. Me refiero a Vivir una vida feminista, de Sara Ahmed (Caja Negra, 2021) y a Ver como feminista, de Nivedita Menon (Consonni, 2020). ¿Qué te reporta este trabajo tan cercano con sus obras?
- Traducir es lo más cercano a un trabajo que puedo hacer sin poner en juego mis propias ideas. Es muy fácil marearse dentro de tu propia cabeza. Cuando iba a la Facultad y cursaba Lógica, yo, que nunca había sido buena en Matemáticas, la aprobé con 10. Pero no era que me gustara, sino que en una carrera tan discursiva como Filosofía, en Lógica se trataba solamente de sentarse a hacer ejercicios. Hoy para mí traducir es eso. No es mecánico, pero es pensar en resolver problemas. Por otro lado, me doy cuenta de que me sirve para pensar en la escritura desde un lugar muy cercano. Tomo muchas cosas que aprendo traduciendo, porque nunca se lee con tanto detenimiento como cuando estás pasándolo de una lengua a otra. Hay libros que traduje de los que no me acuerdo tanto de las ideas pero sí de los fraseos, de la musicalidad de cada autor.
- ¿Y entonces cómo se imbrica lo que traducís en tu propia producción?
- Me importa mucho discutir y conversar, ser una “ciudadana del Ágora”, aunque suena un poco raro decirlo así. Quiero participar de la conversación pública y sentir que la mejoro activamente. No creo en la censura ni en las cancelaciones, ni en las cosas que no se dicen. Y cuando salen con esas cosas, lo que más me gusta decir a mí es que yo estoy en el libre mercado de las ideas. Las ideas se ganan compitiendo, poniendo a circular las mejores ideas. No se trata de esconder las que no están buenas, tampoco de salir a discutir con los materiales feministas que no me gustan, sino que me importa elevar la discusión poniendo a circular materiales que sí me parecen relevantes y que nos dan a las personas nuevos vocabularios para pensar en los problemas de nuestros días. Me gusta traducir para que circulen esos materiales con las palabras que yo siento que son las mejores —ahí sí tengo una mínima arrogancia—. Que esos conceptos salgan al mundo conmigo como persona que introduce esos textos. Me gusta hacerme cargo de esa tarea, y prologarlos, presentarlos, militar esos textos. Me considero una militante de la discusión.
Las ideas se ganan compitiendo, poniendo a circular las mejores
- Todas los domingos escribís una columna de opinión en ElDiario.Ar y una vez por semana se actualiza tu podcast Algo prestado, en el que se comentan consumos culturales. ¿Qué implica para vos este tipo de intervención periodística tan cotidiana?
- No soy una periodista de redacción que produzca notas ni junte información. La columna me sale porque he encontrado un registro para hacerlo, y confío en ese registro. Me cuesta encontrar los temas porque trato de no seguir una agenda y creo que parte de lo que vienen a buscar a la columna es eso. El podcast no me cuesta porque lo que más me gusta en la vida es conversar.
- Entrevistaste, entre otras, a Donna Haraway, a Vivian Gornick, a Jane Lazarre, a Lauren Berlant, todas referentes del feminismo y de la filosofía y la literatura del siglo XX que encontraron su público entre las jóvenes feministas del siglo XXI. ¿Qué te motivó del diálogo con ellas?
- No soy groupie de los autores en general, pero sí me gusta conversar con ellos porque siento que son personas interesantes. El diálogo con Gornick para FILBA en 2020 fue muy natural y siento que conectamos de una manera muy especial, pero después no es que seguimos escribiéndonos. No me interesan los datos sobre su vida ni ser su amiga, pero sí hablar y pasar un buen momento intercambiando pareceres.
- ¿Con qué otras escritoras o filósofas de la actualidad te gustaría conversar e intercambiar ideas?
- Me encantaría entrevistar a Rachel Cusk: la tengo muy leída y me parece inteligentísima. Y también me gustaría hablar con Sara Ahmed, a quien traduje, porque hay puntos en los que no concuerdo con ella y querría discutirlos. Creo que sería muy divertido. Y claro, me hubiera encantado entrevistar a Joan Didion, que es de mis escritoras favoritas, pero ya no será posible. Mi sueño sería hablar con Joni Mitchell, que para mí es una escritora feminista.
- En tus columnas, en tu podcast y en tus perfiles en las redes sociales muchas veces comentás lecturas o series. Quería preguntarte por último qué lecturas te cautivaron últimamente y qué películas o series te sorprendieron.
- Es difícil elegir pocas, así que aquí les dejo tres recomendaciones de libros y tres de series.
El primero es muy argentino, pero a mis amigos fanáticos de Anatomía de un instante de Javier Cercas les gustó. Se llama Diario de una temporada en el quinto piso de Juan Carlos Torre, un sociólogo argentino muy prestigioso. Son sus crónicas durante el gobierno de Alfonsín, el primer presidente del retorno a la democracia. Es la historia de una generación de jóvenes que vuelve a la democracia después de la dictadura y se choca con la realidad de la burocracia. Es un libro inteligente y emotivo, me gusta muchísimo.
También me interesa mucho la obra de Cristina Peri Rossi, la poeta y escritora uruguaya. Cuando ganó el Cervantes conseguí toda su obra y la leí. El que más me gustó de ella es el libro Condición de mujer.
Por último disfruté mucho Aviones sobrevolando un monstruo, del escritor mexicano Daniel Saldaña París. Es su libro de textos sobre distintas ciudades.
Y en cuanto a películas y series, me encantó Licorice Pizza, como a casi todo el mundo. Estoy viendo Euphoria también y me está gustando bastante. Y recomiendo la serie argentina Manual de supervivencia, escrita y dirigida por Victoria Galardi. Para el público español debo confesar que soy fanática de Paquita Salas.