Los tentáculos de H.P. Lovecraft, el maestro de horror cósmico, se extienden hasta el tuétano de varias generaciones de autores y autoras latinos de fantasía, terror y ciencia ficción.
Desde el materialismo cientificista a la creación de mitologías propias, pasando por las distintas razas protagonistas de los Mitos de Cthulhu, hay toda una serie de elementos vinculados al escritor estadounidense que son fáciles de señalar en la ficción de género contemporánea producida en Latinoamérica.
Para charlar sobre la larga sombra del Soñador de Providence, reunimos a tres autores de trayectorias dispares, pero unidos por el interés por el legado lovecraftiano: Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973), considerada una de las escritoras de terror en español más relevantes de la actualidad; Ramiro Sanchiz (Montevideo, 1978), prolífico representante del nuevo weird sudamericano; y Gerardo Bloomerfield (Montevideo, 1974) escritor de cuentos de horror que también ejerce como guionista independiente.
La influencia personal
Enríquez aclara de entrada que no le gusta el estilo de Lovecraft, por lo que no se puede hablar de que el autor de En las montañas de la locura ejerciera una influencia directa en su forma de escribir, pero no por eso dejan de obsesionarle determinados aspectos de su figura, como “su capacidad como mitólogo y su concepción absolutamente pesimista”.
Por su parte, Sanchiz, que se volvió un fan acérrimo del escritor tras leer sistemáticamente su obra y la de muchos de sus seguidores y teóricos, prefiere hablar en su caso de “contaminación” o “contagio”, en lugar del concepto literario de “influencia”. El autor uruguayo explica que los textos de Lovecraft “hackearon definitivamente” su escritura a partir de 2016, cuando publicó su novela Verde e inició la serie de relatos Árboles en la noche. “Esta ‘aparición’ de un núcleo denso de contagio pasa por reconocer la inevitabilidad de Lovecraft, hasta el punto que su catálogo de recursos y figuras se vuelve una verdadera caja de herramientas para el pensamiento y la escritura”, dice.
A Bloomerfield, en cambio, el impacto de la obra de Lovecraft le llegó a través de su discípulo Robert Bloch, quien le hizo comprender que “presentar situaciones y personajes horrendos sin una larga explicación de su origen que les preceda” era una técnica literaria muy efectiva.
La influencia latina
Al abordar la huella de Lovecraft en América Latina, Mariana Enríquez recuerda a admiradores argentinos como Borges —“lo fascinaba como creador de mundos especialmente”—, Juan Jacobo Bajarlía —un intelectual “que investigaba asuntos poco convencionales” y que en 1959 publicó el ensayo Lovecraft, el horror sobrenatural— y Luciano Lamberti —“hizo una novela que está entre el costumbrismo y el horror cósmico, La maestra rural”—. Y añade: “Su influencia se mete de manera intersticial porque, claro, es mucha la traducción cultural que hay que hacer desde aquí para apropiárselo. Y, al mismo tiempo, no: sus dioses estaban en el Pacífico, cerca de Perú, y las Montañas de la Locura están en la Antártida, un territorio que Chile y Argentina exploran hace muchísimos años y casi son parte de nuestros países”.
El uruguayo Gerardo Bloomerfield cree que “el maestro Lovecraft goza de buena salud” en Latinoamérica, al igual que la literatura de horror: “El cosmicismo ha influenciado la obra de autores más pop, como es el caso de Angel David Revilla y su Libro negro, que, siendo de horror cósmico, fue best-seller en varios países de habla hispana”.
Y Ramiro Sanchiz remata el asunto: “Lovecraft nos invita a pensar por fuera del antropocentrismo y el humanismo más rancio”. Según el escritor, ante “el discurso hegemónico eurocéntrico-colonialista-humanista de la modernidad ilustrada”, hay lugar “para un posthumanismo de impronta lovecraftiana que apunte a que siempre habremos de haber sido aliens”. En ese sentido, cree que para buena parte de los autores latinoamericanos recientes ha sido más cómodo apoyarse en Lovecraft para dar la espalda al colonialismo eurocéntrico, apostando por cierta narrativa extraña. “Pienso en Luis Carlos Barragán, Mariana Enríquez y Maximiliano Barrientos, algo así como una unholy trinity del weird latinoamericano contemporáneo”.
Las antologías
Tanto en el mercado anglosajón como en España, las antologías han contribuido a extender el legado de Lovecraft. En Latinoamérica, en cambio, apenas se han llevado a cabo proyectos de este tipo.
Enríquez señala que en el continente no es habitual hacerlas porque el mercado no está tan segmentado. Una idea en la que también incide Sanchiz: “Las antologías surgen como pauta emergente del mercado y sus circuitos; el mercado ‘pan-latinoamericano’, por otra parte, apenas empezó a configurarse desde hace pocos años, así que aún no ha habido tiempo para que emerjan pautas claras”.
Bloomerfield por su parte recuerda su experiencia a la hora de armar junto a una docena de escritores latinos la antología El Horror que vino del Sur:, con la que se quería rendir homenaje al autor británico Ramsey Campbell, enlace viviente con Lovecraft: “A veces nos falta esa chispa, una buena excusa, una mejor integración, una mayor comunicación entre los que bebimos del maestro. Es paradójico que en una era de tanta conectividad estemos todos tan desconectados. En ese sentido sí tenemos que aprender mucho todavía de los autores estadounidenses, que siempre se están organizando para hacer proyectos conjuntos y eventos para todo lo que consideren una pasión en común”.
Los discípulos a tener en cuenta
Preguntamos también a los tres entrevistados a qué autores conviene seguirles la pista si quisiéramos convertir este artículo en un doctorado sobre la influencia latina de Lovecraft.
Ramiro Sanchiz se extiende en la respuesta: “Si pensamos en la tradición contemporánea de escrituras influidas por el new weird de principios de los dosmiles (T.P. Mira-Echeverría, Karen Reyes, Gabriela Damián, algunos textos de Laura Ponce y Maielis González), o por el bizarro, el biopunk y el splatterpunk (Hank T. Cohen, Flor Canosa), o por el slipstream (Pablo Dobrinin, Marilinda Guerrero), o por el reciclaje de todos estos géneros en la ciencia ficción (Néstor Darío Figueras, Alejandro Alonso, Jorge Baradit, algunos textos de Alberto Chimal), entonces se proyecta la idea de que el presente de los géneros no-miméticos en América Latina es weird y, por tanto, lovecraftiano”.
Bloomerfield señala por su parte a la peruana Tania Huerta, mientras que Enríquez, que coincide con algunos de los autores ya mencionados, añade el nombre de la ecuatoriana Solange Rodríguez Pappe.
La mirada al futuro
¿Y qué le espera a Lovecraft en el futuro? ¿Mantendrá su relevancia?
“Mientras continúe la relectura y entender que esos mitos ya son de todos, no de él, y que están ahí para que usemos como metáforas de lo que convenga a nuestras ficciones, tendrá un destino muy bueno”, dice Enríquez, que también detecta algún nubarrón en el horizonte: “Estuve en Providence, y es muy rechazado en su lugar natal, por sus ideas rascistas y yo diría de extrema derecha. Así que es complejo, porque si también continúa ese rechazo, cada vez será menos leído”.
Sanchiz nos deja con algo de terror cósmico en el cuerpo: “Ese futuro ya llegó, de hecho. O, mejor dicho, habrá siempre de haber llegado ya. Como los Grandes Antiguos. Si Ballard, con sus ficciones de la muerte del futuro y el agotamiento del tiempo, fue la figura central de la era hauntológica (2002-2016), Lovecraft podría serlo de la subsiguiente época weird, en la que seguramente ya estamos inmersos. ¿Qué es una pandemia viral sino un recordatorio de que el planeta no está regido por nosotros? ¿De que nuestro ‘control’ sobre nuestros destinos —y, en definitiva, nuestra agencia colectiva— no es más que un espejismo hipersticional, un relato que nos venimos contando desde hace miles de años? ¿De que es desde afuera de la vida —como queda definida por ese ‘nosotros’ humano al que deseamos en control—, desde los virus, que ha mutado irreversiblemente el mundo?”.