Libros

El Traspatio: libros como archipiélagos

Con pocos metros pero una oferta infinita, la librería fundada por Mara Rahab en Morelia ejemplifica la vitalidad del circuito independiente mexicano.

Ciudad de México
La librería El Traspatio, en la ciudad mexicana de Morelia. PAULA MÓNACO FELIPE

Chéjov te da la bienvenida y Margo Glantz te ladra.

Aunque suene a experiencia mística, no son los escritores ni sus ánimas quienes reciben en la librería El Traspatio, en la ciudad de Morelia, la capital del estado mexicano de Michoacán. Chaparritos de nariz chata, Chéjov y Margo Glantz son dos perros pug, una raza de origen chino que oficialmente se llama doguillo o carlino. Aguardan detrás de una puertita de madera que, al ser atravesada, abre paso a un lugar tan pequeño como mágico.  

El Traspatio tiene sólo 80 metros cuadrados que incluyen un pasillo, dos cuartitos y un patio con un par de mesas. Como en un rompecabezas imposible, en esa suma de pequeños espacios hay cerca de 9.000 libros. Pero no se siente encerrado ni agobiante, por el contrario, se respira la familiaridad de una biblioteca querida con plantas y adornos. No se siente negocio, sino casa de una tía, una abuela buena onda, la amiga que siempre tiene una novela para prestar.

Hay libreros convencionales, pero también cajones de madera colgados para aprovechar cada muro. También estantes donde los niveles han ido creciendo con ladrillos; un nivel y luego otro y otro. Brotan libros incluso desde dentro de los huecos de los ladrillos. Ahí caben ediciones pequeñas, algún libro-objeto o miniaturas de diseño.

Cada vez que visitas El Traspatio encuentras nuevos estantes o libreros; los centímetros van poblándose. Y el pasillo, de por sí angosto, tal vez pronto se transforme en un lugar donde apenas puedas avanzar de lado, porque ya tiene una larga mesa de libros pegada a la pared, estantes y más cajones.

El Traspatio también tiene mesas chiquitas con sillas para sentarse a leer. Café en mano o con algún pan dulce, porque no es librería de prohibiciones, más bien un lugar de esos donde parece que siempre te están esperando. Y el público también es inmejorable: estudiantes, señoras mayores, jovencites que viven sin encorsetarse en etiquetas.

Desde la primera sala, con ventanas antiguas piso-techo, se puede mirar quién pasa por la calle. Renovar esa costumbre de todo pueblo o ciudad chica. La segunda sala da hacia el patio techado y está cooptada casi completamente por libros infantiles. 

—¿Buscas algo para adolescentes? ¿Algo que empiece a tratar asuntos de sexualidad sin tono moral?

Te recomiendan libros que nunca antes habías oído nombrar.

Mara Rahab Bautista López, su hija Karla Rahab y un equipo de siete personas son quienes sostienen esta maravillosa librería en el centro de la también maravillosa ciudad de Morelia. En la calle Bartolomé de las Casas, número 533. Imposible no verla, su fachada está cubierta con un mural que mezcla a un flamenco bien rosado con un perro salchicha, una mujer, café y libros. Lánguidos, felices, derramándose. La pared irradia alegría.

Mara es gestora cultural con décadas de trabajo en administración pública. Estudió la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas. Por varios años soñó con tener una librería, hasta que se animó a concretar su deseo. Fue en octubre de 2016 cuando abrió con 70 títulos.

Karla es chef. Además de coordinar el funcionamiento de la librería junto a su mamá, hace posible que en ese pequeño patio se sirvan delicias mientras se asiste a talleres, presentaciones, eventos varios.

En el catálogo de El Traspatio se encuentran los clásicos más irrenunciables pero también lo más nuevo de la literatura mexicana. Tanto de sellos comerciales como de editoriales independientes. Títulos recién salidos de imprenta, que todavía huelen a tinta; también joyas que hace tiempo se agotaron en otros lugares pero Mara y Karla aún tienen. ¿Será que guardan libros en algún lugar secreto?

—Llévate Tarantela, de Abril Castillo —recomienda la editora (y escritora) Marina Azahua en voz baja, como quien está dando el número que ganará la lotería. Y así compro una novela divina en su edición primera (Antílope, 2019).

Al igual que sus colegas de tantas otras librerías independientes que han brotado —y siguen brotando— en México, Mara y Karla no sólo se ocupan de atender su negocio. Llaman a las editoriales, escriben a sus editores o a los escritores. Pagan el envío de cajas a la medida de su posibilidad, viajan por el país cazando libros que trasladan en su carro. Así mantienen un catálogo de verdad brillante. Enfocado en feminismos, movimientos sociales, agenda trans, negritud, defensa de derechos (todos), pero también arriesgado a impresiones no convencionales, cartones o literatura infantil.

Su proyecto implica también que la librería sea sede de talleres y presentaciones extraordinarios. No pocos: han logrado hacer cerca de 600 eventos en sólo ocho años. Porque a ese laberinto de libros en cuartos pequeños llegan las novedades en voz de las autoras más buscadas del momento como la lingüista mixe Yásnaya Aguilar o las escritoras Jazmina Barrera, Daniela Rea y Elvira Liceaga, por mencionar algunas que han abarrotado el lugar. Durante esos eventos el rompecabezas se torna de verdad irreal: 80 metros, casi 9.000 libros y hasta 70 personas de público acomodándose como se pueda. Hay quienes llegan una hora antes para apartar lugar.

El Traspatio tiene probablemente mejor programación cultural que muchas librerías del circuito comercial nacional, o incluso que algunas ferias del libro. Desde su rincón, Mara y Karla hacen un trabajo fuera de serie.

Mara y Karla Rahab, con uno de sus perros, en El Traspatio. P. M. F.

* * * *

—A mí me gusta el papel bond, pero ¡cómo pesa! —dice una voz.

—De la primera edición a esta lo cambié y pude bajar 150 gramos —dice otra.

La tercera advierte que el bond liviano está bien, pero se quiebra y se hace polvo. Una cuarta tranquiliza:

—Si no le da el sol, no ocurre.

Son editores independientes mexicanos. Están sentados alrededor de una mesa, tomando el café de la mañana bajo la sombra de un árbol de guayabas. Platican Marina Azahua, una de las almas impulsoras de Ediciones Antílope; Genoveva Muñoz y Carlos González, quienes editan La Cifra desde 2007; Cecilia Castro y Daniel Flores, de La Polilla, que es una librería-editorial nueva.

Hablan del orgullo por cada publicación, de la gran odisea que implica distribuir literatura independiente, del sentir complejo cuando terminan un libro porque “te resignas el día que lo mandas a imprenta, pero no lo abandonas, no lo terminas”, dice Marina.

Hablan desde una confianza ¿o generosidad? inusual. Porque resulta imposible imaginar a los líderes del duopolio editorial hispanoparlante sentados a una mesa hablando con tal franqueza. Estos editores independientes, en cambio, comparten datos, se dan consejos, piensan juntos. Alguno se queja del fracaso con un impresor en el cual confiaban, enseguida una voz le recomienda probar con tal otro. 

Y más allá de la generosidad de cada quién, hoy están juntos porque los reúne la librería El Traspatio. Los trae a participar del quinto Encuentro de Editoriales Independientes. Durante varios días de 2024, en Morelia se juntan editores, escritores y gestores de librerías independientes de México. Es decir, quienes hacen libros más allá del puro interés comercial.

Llegan Vivian Avenshushan y Luigi Amara, de la mítica Tumbona Ediciones, que fue vanguardia desde los años noventa. Pero también los que se están lanzando ahora mismo a ese universo, como Luis Castro, de U-Tópicas, librería que ha empezado a publicar sus propios títulos. Vanessa López, que imprime manualmente sus trabajos de La Duplicadora en una máquina que se llama “riso”, término básico en vocabulario de todos por aquí. Andrea Ancira, que es experta en archivos, traducción y artivismo. Abril Castillo, que escribe, es ilustradora, lleva su editorial Alacraña y ahora también explora el mundo gastronómico. Andrea Fuentes Silva y Alejandro Cruz Atienza, que hace algunos años impulsaron su editorial independiente La Caja de Cerillos y ahora hablan desde la experiencia de encabezar publicaciones de grandes instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México y el Colegio Nacional. 

Hay pláticas, talleres, mesas de trabajo, pero la conversación no para nunca. Es como si el café de la mañana se extendiera eterno. Siguen hablando tal vez porque aquí nadie es una sola cosa: escritores que luego mutan en editores, en libreros, distribuidores. Escriben, editan, publican, venden. Piensan juntos desde lo básico, por qué hacer libros y qué editar —o no— hasta cómo colarse en el mercado, cómo librar los pantanos de la industria gigantesca.

—Nosotros dijimos: ¿por qué no podemos editar a nuestros amigos? —dice la escritora Olivia Teroba en un ejercicio de franqueza, porque las grandes editoriales también hacen eso, aunque disimulando.

—Hagamos una editorial para publicarnos entre nosotros. Y vamos a asumir que no vamos a ganar dinero, que vamos a sacar para los gastos de imprimir y ya —completa Andrea Muriel, también escritora y editora en Osa Menor.

—Yo hago pedidos gigantescos de 20.000 pesos —dice Mara Rahab—, y a los tres meses me dicen devuélvelo. ¿Cómo hago? Aquí el ritmo de venta es lento, no es la capital.

—La estrategia está en aquellos parecidos a nosotros. No vamos a pedirle a Océano que se federalice —responde Agustina Villella, de la librería independiente El Entusiasmo, en la ciudad de Xalapa, estado de Veracruz. Junto a ella está Francesca Di Saint Pierre, fundadora de la librería La Cosecha, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

—Yo llevo tiempo tirando hate a Gandhi [una de las más poderosas librerías mexicanas] y ahora quiero que mis libros estén en su mesa de novedades —admite riendo Luis Castro, de U-Tópicas.

Se hacen infinitas las pláticas por días. Se lamentan juntos, trenzan caminos también. “Estoy en esto porque no lo puedo dejar”, confiesa Genoveva Muñoz; y Alejandro Cruz Atienza agrega que ser editor “es adictivo porque cada proyecto es una aventura”.

“La verdad es que sí gozamos la libertad de decir y hacer”, apunta alguien, pero yo no apunto quién fue que lo dijo. Lo que sí anoto: avanzan sobre la idea de no ser islas, sino archipiélago, porque ninguna librería se salva sola.

Periodista. Ha publicado en medios como The New York Times, NeewsweekGatopardo y La Jornada. Autora del libro Ayotzinapa, horas eternas (2015), una crónica del asesinato de los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala, y coautora de las antologías periodísticas Palabras como golpes, como balas (2019), Let's talk about your wall (2020) y Ya no somos las mismas, y aquí sigue la guerra (2020).