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“Una mirada que se transforma en voz”: escritura LGTBIQ+ al sur de América

Una escritora chilena, un escritor peruano y un editor argentino reflexionan sobre la literatura desde la disidencia sexogenérica.

Santiago de Chile
Bandera arcoíris en una manifestación de la comunidad LGTBIQ+. EFE/IDREES MOHAMMED

“Toda experiencia que uno narra implica, al mismo tiempo, limitaciones y posibilidades”, dice el escritor peruano Juan Carlos Cortázar en una de las salas dedicadas a charlas en la pasada Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, acompañado por la autora chilena Ariel Florencia Richards y el editor argentino Diego Manso. La cita se tituló de una forma interesante, con dos preguntas que incluso suenan —sobre todo la segunda— algo desafiantes: “Disidencias, ¿un nuevo encasillamiento literario? La necesidad de hacer visibles las problemáticas LGTBIQ+, ¿eclipsa los valores intrínsecamente literarios de las obras?”.

“Más allá de la literatura, remar contra la heteronorma patriarcal es ser disidente de un centro. Supongo que el término se traspasa también a lo que uno hace y escribe”, dice Cortázar (Lima, 1964). “Yo no siento que eso me imponga ningún límite particular, más que cualquier otra experiencia de vida que uno narre. Sí es verdad y lo sabemos, es algo que he conversado con varios amigos que publican en Perú, que a uno lo invitan a estas mesas a hablar de esto —no es una crítica, está muy bien— y no de la estructura del cuento; quizás hay un sesgo ahí. Después, cuando a uno le toca dar entrevistas, supongo que a ninguna escritora o escritor hetero le preguntan cómo fue su proceso o cuándo fue la primera vez que... En cambio, el periodista promedio que entrevista, transita rápidamente del libro a la persona y eso es una licencia, porque claro, es raro, es extraño””, agrega el autor peruano.

Y Cortázar habla sobre las expectativas que existen cuando una persona escribe desde o sobre esta experiencia de diversidad sexogenérica. Él piensa que esto no ocurre solo con personas disidentes, sino también, quizás, en los feminismos. “Hay una expectativa de que uno tenga una escritura orientada a una causa. Eso de ‘tu novela es buena porque visibiliza’. A mí me gustaría que me digan primero que es buena porque está bien escrita. Si lo que hacemos visibiliza determinadas realidades es otra cosa, pero no el propósito. Yo no escribo para visibilizar. Si quiero hacerlo, hago un manifiesto, escribo un ensayo, milito o me convierto en activista”, dice.

“Creo que hay un cierto traslape de esta expectativa que sí hace que, a veces, cuando uno escribe desde estas perspectivas, comienza a haber un juicio sobre quien escribe. Eres o no eres, porque escribes de algo que sí eres o no eres. Ahí todo se enreda”, dice el autor de Como si nos tuvieran miedo. “Por supuesto, no me estoy comparando, pero, por ejemplo, Shakespeare nunca estuvo en Venecia, nunca salió de Londres. Y Cervantes jamás fue un terrateniente en medio de Castilla. Y, sin embargo, inventó lo que inventó. A ratos me da un poco de temor que esa expectativa desde la causa, desde lo activista o militante sí puede terminar imponiendo alguna pretensión de tratamiento o de esto se habla y de esto no”.

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Inacabada, la novela de Ariel Florencia Richards, comienza con un prólogo de la autora. En esta conversación, Diego Manso la cita:

“Tengo un amigo sicólogo que está dedicado a acompañar a adolescentes y adultos durante su tránsito. A lo largo de su carrera, ha detectado una necesidad entre las personas trans de explorar con la escritura. Es que transitar también tiene que ver con enfrentarnos a las palabras que elegimos para reconstituirnos. En su tesis doctoral, él sugiere que hay algo que nos falta en la transformación de nuestros cuerpos de un género a otro, que puede completarse a través de la narrativa. Y, vistas así, las palabras son también una tecnología que nos permite encarnarnos en nuestros cuerpos de otra manera de la que se espera”.

Y luego, Manso pregunta sobre esa “tragedia epistémica”: “Tenemos un largo momento de la vida en el que no tenemos elementos conceptuales para nombrar lo que somos ¿no?”.

“Pienso que las palabras pueden ser herramientas con las que podemos construir o destruir cosas”, responde Richards (Santiago, 1981). “bell hooks dice que hay un momento en la adultez de los hombres en que no tienen palabras para expresar lo que les pasa, porque son una especie de analfabetos emocionales. Entonces, pienso que las palabras sí pueden construir identidades, en la medida en que las ocupamos para eso. Y también nombrar cosas que hasta hace poco no tenían nombre. Yo estudio a artistas que hacían performance en los setenta y no tenían ni idea de la palabra performance, ni de la palabra queer, ni sabían de discursos de género y, sin embargo, estaban trabajando con esos conceptos”.

Ariel también dice que en la experiencia transgénero hay una palabra que es “elusiva”: “Diría que es la palabra con la que una se autodenomina. Es una palabra que construye toda su demora. Y en esa construcción de demora hay miedo, hay vergüenza. Y no es una experiencia trans exclusivamente. Decir ‘te amo’ puede dar miedo también, y eso no es exclusivo de nadie, digamos, porque nos enfrentamos a un abismo”.

Ariel Florencia Richards, Diego Manso y Juan Carlos Cortázar, en la mesa sobre escritura LGTBIQ+ de la 47ª Feria del Libro de Buenos Aires. CORTESÍA

Donde tampoco existían las palabras que ahora sí existen era en Tarapoto, al norte de Perú, el 31 de mayo de 1989, durante la guerra interna que se desarrolló en el país desde inicios de la década. Ese día, un contingente armado del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru ingresó a la discoteca Las Gardenias y mató a ocho personas homosexuales y trans. “En esa época, más allá de maricones, camionas y travestis, no había lenguaje. Entonces, en la prensa decían ‘mataron maricones’. Luego ocurrió que cuando se elaboró el informe de la Comisión de la Verdad que escarbó en todos estos casos, los crímenes contra la comunidad LGTB no fueron recogidos más que en un párrafo que alguien se dio cuenta de que faltaba”, dice Juan Carlos Cortázar. Fue a partir del atentado en la discoteca Pulse de Orlando en 2016 que el escritor comenzó a investigar sobre hechos de violencia contra la comunidad LGBTQI+ en su país y llegó a este episodio. “Eso está invisibilizado: esa violencia política que también castigó, persiguió y mató a personas del colectivo”, explica.

Esos hechos de violencia hacia el colectivo, separados por décadas y geografía, fueron el punto de partida de la escritura de Como si nos tuvieran miedo, la tercera y última novela de Cortázar, publicada en 2020. Allí, el autor escribe sobre la experiencia trans. Angie y Miluska son dos mujeres transgénero que administran un salón de belleza en un barrio pobre en Lima, durante los años del conflicto armado peruano.

Cortázar explica que su motivación principal a la hora de escribir esta historia fue la de explorar una voz diferente a la suya, “una voz que no fuese cisgénero, masculina y blanca”, dice. “Entonces, comencé a investigar y pensé en quizás trabajar con la mirada de una voz lésbica, pero me resultaba demasiado lejana. Yo vivo en Chile, donde el mundo travesti está muy cercano al mundo gay. Todo el arco trans y travesti está mucho más cerca. Y pensé en trabajar con la voz de mujeres trans, porque había un punto que me hacía más cercano. Me di cuenta que ese punto era el objeto de deseo. Si son de orientación hetero, las mujeres trans desean hombres. En la medida en que se trate de una mujer que desea hombres, más allá de que sea una mujer cisgénero o transgénero, hay un punto de encuentro con un hombre gay, que es que te permite anclar una experiencia con el deseo, que es clave para la escritura”.

Y de hablar sobre la voz, Diego, Ariel y Juan Carlos pasan a conversar sobre la mirada. Ariel explica que le gusta la idea de la transparencia, de lo traslúcido. “La cuestión de la transparencia es muy queer”, dice. “Yo pienso que la gran novela queer argentina es Los fantasmas de César Aira, porque pone en evidencia el edificio a medio construir, los cimientos de un edificio sin fachada. En este estado intermedio en que este edificio es a la vez una ruina y un posible edificio que se está construyendo, me parece que hay un guiño al núcleo de una identidad”.

Justo antes de sentarse a conversar con estos dos escritores, la chilena se encontraba en una maratón de lectura de la poesía de Gabriela Mistral, dentro de la misma feria. “Y pensaba allí en lo queer que era ella, no solo en su pulsión romántica, sino también en dónde pone el ojo, en las cosas que le interesan. Le encantan las orillas”, dice.

“Es muy importante lo que dicen sobre la mirada”, agrega Juan Carlos. “Me doy cuenta que escribir es, en el fondo, una mirada que se transforma en voz. Y en el mundo de este colectivo el cómo miramos es clave, porque allí es donde está la libertad: ¿dónde miramos? ¿Qué miramos? ¿Qué nos llama la atención? Creo que eso es muy rico. Bueno, el famoso dicho ‘ojo de loca, no se equivoca’ existe por algo. Para mí fue una experiencia muy enriquecedora, incluso personalmente, tratar de acercarme un poquito a una mirada que difiere de la mía como persona. Ese es un ejercicio que la literatura permite”. 

Periodista especializada en música pop y feminismo. Directora de la revista digital POTQ Magazine y fundadora de la web Es Mi Fiesta. Organizadora del festival Santiago Popfest. En 2020 publicó Amigas de lo ajeno, libro que da voz a algunas de las artistas más representativas de la música chilena.