El terror es una sensación y también un género. Las dos acepciones aplican para el caso de Vengo de ese miedo, el impactante libro de Miguel Ángel Oeste publicado hace unos meses por Tusquets y recién nominado a los Premios Finestres de Narrativa 2022, un ejercicio de catarsis que provoca escozor y que remite, justamente por esas emociones que activa, a los espeluznantes relatos que han forjado toda una tradición en la historia de la literatura, de Edgar Allan Poe a Stephen King. Sí, Vengo de ese miedo es a su manera una novela de terror, aunque la figura que asusta no es un monstruo usual, sino un padre de familia violento y abusivo, un personaje decadente e inmoral que marcó a fuego la vida del autor, como queda bien claro al leerla.
“Yo lo concebí como un libro que habla sobre el problema de la escritura o de cómo se aborda la escritura para hablar de algo tan difícil como el miedo. Porque el miedo siempre está presente en el ser humano, muta y se hace visible de maneras insospechadas”, explica Oeste (Málaga, 1973) a COOLT. También es evidente que el proceso de elaboración (otra palabra que encierra más de un significado, uno de los cuales, el de la jerga psicoanalítica, nos viene aquí como anillo al dedo) de esta novela no fue fácil ni fluido, como nos cuenta el narrador en algunos pasajes que funcionan a la manera de un diario personal: el fundido a negro, la parálisis que produce normalmente la angustia adherida como musgo a los fantasmas del pasado.
“A lo mejor está ahí el quid del perdón, en olvidar, en echar tierra sobre el campo de la memoria”, leemos en un momento inicial del relato. “Tal vez por eso también escribo este libro. Para reconstruir lo que se ha ido. Lo que nadie parece haber registrado y yo quiero recuperar”, encontramos setenta páginas después, como reflejo patente de las dudas, la zozobra, las marchas y contramarchas que enfrentó el autor para darle forma a un proyecto que necesariamente habrá tenido su efecto terapéutico.
Licenciado en Historia y en Comunicación, Miguel Ángel Oeste colabora en diversos medios, es director y guionista de documentales y forma parte del comité de dirección del Festival de Cine de Málaga y de la Semana de Cine de Melilla. Vengo del miedo es su cuarta novela y (hacemos entrar en escena otra vez al psicoanálisis) habla muy pronto y sin ambages de “matar al padre”. No parece una amenaza puramente simbólica: es, más bien, el deseo reprimido de alguien que razona agobiado por el temor, que intenta reconstruir la odisea familiar con otras voces, testimonios ajenos que, explícitamente e incluso por omisión o una complicidad absurda, nos pintan un panorama desolador.
Por fuera de esa negra intimidad aparece la Málaga de los años setenta, sostenida por el dinero del turismo europeo y sembrada de refugios que el protagonista usó para forjar un imaginario cultural rico, colorido y, sobre todo, muy necesario para suspender al menos por instantes una realidad insoportable. Películas, cómics y literatura para completar el mundo, para aliviar tanto sufrimiento y seguir adelante. Oeste libró su propia guerra. Y sobrevivió para contarlo en un libro conmovedor.
- Vengo de ese miedo es una novela muy particular, por estilo y estructura. ¿Cómo la definiría usted? ¿Cómo trabajó el entramado de memoria documental y ficción?
- No soy de definir libros, eso es reducirlos. No sólo pasa con los libros, que conste. Quizás es una tendencia de hoy, o de siempre… pero qué pena, ¿no? Soy enemigo de las etiquetas y las clasificaciones. Desde el inicio y hasta el final se trata de que el libro funcione y llegue al lector más allá de esa necesidad de definir cada libro dentro de un género. Tal vez habría que dejárselo a alguien de marketing… Y claro que he modificado y cambiado sucesos para que encajaran en el relato y que fuese verosímil para los lectores. Eso es algo inevitable. Cuando leo que la denominan como una novela sin ficción, sonrío.
- ¿Qué sensaciones recuerda hoy del proceso de escritura del libro? En un momento, cuenta en la novela, tuvo que detenerse...
- Para mí el proceso de escritura es algo muy placentero. Puedo estar narrando la salvajada más grande e igual lo disfruto. Ese viaje de exploración siempre me resulta gratificante. Pienso que los libros no terminan nunca. Uno los da por cerrados en un momento pero, si volviese a ellos, los retomaría para cambiarlos. Creo que una de las singularidades de Vengo de ese miedo es que es una novela en marcha, escrita al compás del tiempo. Aunque también es cierto que durante determinados momentos del proceso de escritura, tal y como se cuenta en la narración, tuve momentos difíciles y de agitación interior.
- ¿La imagen que tiene de su padre ahora, terminado y publicado el libro, es distinta a la que tenía antes de empezarlo?
- No ha cambiado sustancialmente. Si algo ha cambiado, he sido yo. No es que haya curado heridas, como alguien me ha preguntado, pero sí creo que ha sido positivo para mí haber dado salida a todo ese miedo ancestral acumulado.
- ¿Cómo trabajó formalmente el libro, su cadencia, su estructura? ¿Tenía ese aspecto ya decidido cuando empezó a escribir o lo fue ajustando a medida que escribía?
- El libro es ante todo un artefacto estético en el que prima la construcción y el estilo. Un estilo que debe adecuarse a la historia que se cuenta. En cada uno de mis libros, el estilo se somete a la historia. Importa más el continente que el contenido, a pesar de que este último sea el que llame la atención. Y es que precisamente la forma, el cómo se cuenta la historia, es lo que más me interesa del libro. De hecho, aparte del tema de la violencia familiar, creo que el gran tema de Vengo de ese miedo es la escritura y sus efectos, tanto sobre quien escribe como sobre quien lee. Es una novela en la que, en cierto modo, hablo de los límites de la escritura. Si la hubiera escrito en tercera persona, sería la misma historia, pero un libro completamente distinto. A la vez, hay un juego con los géneros, porque en Vengo de ese miedo puedes encontrar novela testimonial, terror, suspense, crónica familiar, policíaco… No obstante, para mí lo importante, más allá del género, es generar emoción en el lector desde la honestidad.
- Ahora mismo hay bastante discusión en torno a la llamada “literatura del yo”, sobre todo después del gran suceso de la saga Mi lucha, del noruego Karl Ove Knausgard, que es un éxito pero también ha tenido obstinados detractores. ¿Ha leído libros de este tipo? ¿Qué le han parecido?
- A mí este debate me parece estéril desde el minuto cero. Hay libros extraordinarios y libros que no me interesan, pero pasa también con cualquier tipo de propuestas más o menos ficcionales, más o menos de género. A Knausgard no lo he leído, pero sí a Ernaux, Carrère, De Vigan, Kureishi, Vilas, Giralt Torrente... Y a muchos otros.
- Usted revela que hubo libros y cómics que lo acompañaron durante los peores momentos, esos que además forjaron su educación sentimental y su personalidad. ¿Cómo llegaba a ellos?
- A los cómics llegaba buscando obsesivamente en los quioscos de Málaga, porque en mi época no había librerías de cómics especializadas y en las librerías no era frecuente que hubiera tebeos. La lectura de tebeos no estaba bien vista. Incluso ahora, depende de con quién hables. Y los libros los encontraba en bibliotecas, librerías y quioscos a partir de cualquier referencia.
- Hablemos un poco de su relación con el cine. De cómo nació y cómo evolucionó, de sus películas favoritas y de por qué lo son.
- El cine siempre ha estado en mi vida. Me encerraba en mi cuarto y en mi televisión Condor 14 pulgadas veía los clásicos en La 2 de TVE, y también en vídeo VHS, de los que tenía más de tres mil películas, entre grabadas y compradas. Veo todo tipo de películas. Pero mi formación fue el cine clásico norteamericano y español. Películas favoritas tengo demasiadas y van cambiando según el día, claro: ahora me vienen a la mente El mundo sigue, Carta a una desconocida, Los sobornados, En un lugar solitario, La mujer pantera, Drácula, Manos peligrosas, Cuentos de Tokio, Busca tu refugio, Río Bravo… Pero podría seguir durante días.
- ¿Cómo ve el panorama para el cine luego de la explosión de las plataformas de streaming? ¿Qué criterios utiliza para seleccionar películas para los festivales con los que colabora?
- El cine antes de la pandemia ya estaba tocado. Después sigue estándolo, quizás más. No sé cómo devolver a los espectadores a las salas de cine, una de las experiencias más placenteras que existen y un acto social. Antes las parejas iban al cine, era un acto de intimidad, una manera de acercamiento, ahora son excepción, al menos en los horarios que yo manejo. La única forma de combatir esta tendencia es haciendo buen cine, con mayúsculas, no las mismas propuestas que abarrotan las plataformas. Siempre habrá películas que deseemos seguir viendo en el cine.
- Se viene hablando mucho del buen momento del cine español. ¿Comparte la idea?
- Películas como Alcarràs, As Bestas, Cinco lobitos, Un año, una noche, Modelo 77, Alegría o Las gentiles demuestran ese buen momento del que se habla y que sin duda comparto. Hay una diversidad de propuestas y miradas que sólo deben encontrar su público, pero estamos en un momento complicado.
- ¿Tiene algún nuevo proyecto literario?
- Siempre estoy con varias cosas. Pero soy lento. Cada vez más.
- ¿Cuál atesora como el mayor momento de felicidad de su vida y por qué?
- El nacimiento de mis hijas, verlas crecer día a día y que sonrían y estén a gusto con ellas mismas.