La periodista Marta San Miguel (Santander, 1981) ha escrito un libro que invita a subrayar muchas de sus frases. Se trata de Antes del salto, su primera novela, publicada en Libros del Asteroide. Una historia con un protagonista sorprendente: un caballo de nombre Quessant. Es el animal que la autora tuvo de pequeña, y también el catalizador de un relato que tiene como escenario Lisboa, donde la narradora se instala durante un año acompañando a su pareja.
Escuchar hablar a Marta —que, antes de esta novela, ya había escrito los poemarios Meridiano (2010) y El tiempo vertical (2015) y el libro de no ficción Una forma de permanencia (Libros del K.O., 2019)— también es una delicia. Desde aquí le animamos a narrar su propio audiolibro. Le auguramos un gran éxito.
- Tengo que reconocer que, en un primer momento, la idea de que el protagonista de la novela fuera un caballo no me atraía. Pero, tras leerla, una acaba enamorada de Quessant.
- Cuando empecé a escribir, en ningún momento pensé que aquello acabaría siendo un libro. Antes de mandarlo a las editoriales, se lo di a varios amigos que son buenos lectores. Yo les decía que no sabía si les iba a gustar porque salía un caballo. “¿Qué dices? ¿Un caballo? Nadie te lo va a leer”, me aseguraban antes de haberlo leído. A mí me daba miedo que lo tacharan como un libro de pijos, pero es que no es un libro de caballos.
- Para nada...
- La misma persona que me dijo que tenía que quitar la figura del animal, a medida que empezó a leer el libro, me preguntó: “¿No tienes más sobre el caballo?”
- ¡Es que es atrapa! Quieres saber más sobre Quessant, el caballo de la protagonista y el mundo que lo rodea. Como cuando explicas que hay un nombre concreto para cada tipo de marrón de los caballos: “Quessant era alazán (…) pero para los que no hablaban ese idioma, fue solo un caballo marrón”.
- El color alazán es como un marrón anaranjado con visos de cobre. ¡Cuando le da el sol es una pasada!
- ¿Cómo surge la idea del libro?
- El escenario en el que sucede la novela es real. Mi familia y yo nos mudamos a Lisboa durante un tiempo debido al trabajo de mi pareja. En ese tiempo, decido que quiero ‘arreglar’ un manuscrito que tengo en el cajón desde hace cuatro años. Mientras hago la maleta, me pongo a pensar que es la primera vez que podré ponerme a escribir. Había escrito cuentos de cría, estudiado periodismo porqué quería aprender a escribir, presentado a concursos literarios... ¿Cómo podía ser que una identidad forjada y basada en eso tuviera su primera novela guardada en un cajón durante cuatro años? Mi intuición de periodista me dijo que ahí había una historia. Cogí ese manuscrito y me fui a Lisboa. Antes de irme, mis compañeros del periódico [El Diario Montañés] me regalaron una libreta preciosa que me llevaba a todos lados y en la que iba escribiendo como un dietario y pegando los tickets del tranvía, las tarjeta de dónde comíamos…
- Esto lo explicas en la novela. También reflejas la ‘presión’ de tus compañeros por aprovechar la ocasión para escribir
- Eso es. La gente me decía eso y yo pensaba: “Sí, claro, hay que aprovechar el tiempo”. Y de repente, estando allí y escribiendo el libro me dije: “Pero, ¿qué narices? ¿Por qué? ¿Y si quiero estar un año quieta?”. Y todo se empezó a retroalimentar alrededor de lo mismo: “¿De qué manera vivimos para que todo lo que uno hace esté al servicio de algo, con una rentabilidad, con una aplicación, con una inmediatez y con una utilidad”. Y me preguntaba: “¿En qué momento hemos desterrado el ‘quiero’ de esa ecuación?”.
- Hablas de la necesidad de que siempre haya una razón que justifique lo que hagamos (el salto). Y escribes en la novela: “No es suficiente el movimiento sin intención. Tiene que haber una razón para todo”.
- Siempre hay una razón para todo menos para nosotros mismos. Si hubiera una razón para ser feliz y realizarte, mi novela no llevaría cuatro años en un cajón.
- ¿Qué pasó con esa novela?
- Los niños empezaron el colegio y yo saqué el boli, el ordenador y empecé a tachar, a quitar, a tachar, a quitar, pero ya no me podía quitar de la cabeza la historia que palpitaba en el cuaderno. Todas las anotaciones escritas en esos días en los que había estado con los críos arriba y abajo. Ahí había una historia. La que quería contar. Cómo nos vamos dejando atrás a nosotros mismos en nombre de un progreso y de una estabilidad, de una rutina en la que sentirnos a salvo, haciendo lo que se supone que tenemos que hacer, sobre todo siendo mujer. Y en un momento te preguntas: ¿en qué momento dejé de saltar cuando era lo que soy? El caballo es la alegoría, pero en el fondo de lo que estoy hablando es de ser yo.
- ¿Qué significa para ti la escritura?
- Para mí es una cuestión identitaria. Creo que vamos dejando de ser nosotros mismos por esos saltos que vamos dando y que son necesarios. La vida es soltar una liana para agarrar la siguiente. Pero, en ese avanzar, te vas dejando cosas tuyas atrás. De vez en cuando es sano pararte y decir: ¿qué es lo que me he dejado atrás? Y mirarlo, no con nostalgia, sino para tomar consciencia de quién eres realmente. ¿Eres una periodista que trabaja 10 horas, recoge a sus niños, se acuesta tarde, duerme poco y sigue al día siguiente? ¿Eres alguien capaz de mantenerte a ti mismo cuatro años en un cajón? Yo me mantuve cuatro años en un cajón. Cuando me quise dar cuenta, abrí un Word y empecé.
- ¿Ese fue el germen de la novela?
- Sí, así empezó. Me salía escribir pequeños capítulos con la estructura que tiene el libro. Porque, en el fondo, la memoria funciona así. No es un relato lineal. Lo que recuerdas es involuntario. Muchas veces hay algo que te interpela, no sabes muy bien porqué, y ¡pum! empieza a salir por fogonazos. Cuando volvimos de Lisboa, volví con un bruto de unos 150 folios que ya era la novela.
- ¿Te costó mucho frenar tu mirada de periodista a la hora de escribir la novela?
- Una de las cosas que más me ha gustado de escribir este libro es justamente que le he dicho a la periodista: “¡Déjame en paz!”. Tras 20 años de rigor, de ser absolutamente fiel a lo que me han contado otros, a lo que yo he visto, llegó un momento en que era incapaz de salirme de ese carril. Siempre he entendido que, en la novela, mandamos a la mierda al periodista que hay dentro de nosotros. Es tan bruto el presente, todo lo que nos pasa, que somos incapaces de asimilarlo. Y creo que esa memoria nos la narramos para encontrarle sentido a las cosas que pasan. Por eso todos somos narradores en potencia: porque nos contamos a nosotros mismos. Lo que yo he hecho no es nada ni raro ni novedoso. Todos ficcionamos nuestra propia vida. En el fondo, recordar es ficcionar. Es algo que hacemos todos en la intimidad sin darnos cuenta.
- ¿Las personas de tu entorno entienden que mezcles realidad y ficción?
- Mis hermanas me decían: “Pero ¡Marta! ¡Que esto no ha pasado así!”. O: “Aquí faltan no sé cuantas partes”. Y yo: “Bueno, es que no es una biografía”. No me considero tan importante como para escribir sobre mí, ni mucho menos. Sí que es cierto que el hecho de arrancarme a escribir este libro es una consecuencia de haber publicado Una forma de permanencia, una crónica emocional del Racing de Santander con la que ya empecé a toquetear ese género. Lo que pasa es que ahí sí que me ceñí mucho a la realidad porque no dejaba de ser crónica periodística.
- La contraportada del libro explica que la novela va de una mujer que se muda a Lisboa con su familia. El libro explica eso, pero es muchísimo más que eso. ¿Cómo describirías de qué va Antes del salto?
- A mí me gusta mucho la imagen del caballo de Troya. Creo que es un libro que te ayuda a recuperar partes de ti que creías olvidadas y por tanto perdidas. Y el caballo, Quessant, funciona como un caballo de Troya. No te das cuenta, te piensas que te estoy hablando de peinar las crines y de cómo se salta, pero te estoy llevando a encontrar lo que has perdido.
- Lisboa es un personaje más de la novela. Me ha fascinado la manera cómo la describes, una “ciudad que te acoge y te expulsa al mismo tiempo”. Consigues hacer sentir al lector lo que supone haber vivido allá.
- Lisboa se enfrenta, como la protagonista del libro, a su propia redefinición. ¿Qué hacemos? ¿Dejamos que el barrio de Alfama se caiga a cachos y se pudra en su propia humedad o permitimos que los grandes fondos de inversión entren, lo recuperen, le den brillo, y perviva para el resto de las generaciones a costa de vaciarlo? ¿Qué hacemos con eso? El fenómeno de la gentrificación está muy presente.
Hago una pregunta muy manida: ¿eres turista o viajero? Nada quiere ser turista. Todos nos sentimos viajeros. Pero todo el mundo viaja con un billete de vuelta. Reivindico mucho el turismo desde el término de los cuidados. Cuidar al que vive allí pero cuidarte tú como turista porque, si yo me comporto de otra manera, no tan agresiva, tan abrasiva con el entorno, igual la experiencia es distinta. Yo no fui a Lisboa ni como turista ni como viajera. Fui a vivir. Entonces estaba en tierra un poco de nadie, era extranjera pero vivía allí. Resultaba agotador estar rodeada permanentemente de gente que está ansiosa por que le pasen cosas. Y eso es el turista. Tú viajas para sentir cosas, para que te interpelen, para hacerte 300 fotos, para probar todos los platos y además, en tres días.
- Me gustaría también destacar la relación de la protagonista con su madre, a quién le dedicas la novela. La manera que tienes de recordarla es conmovedora: cuando dices que lees textos de Vivian Gornick o de Lucia Berlin y que a veces no sabes si los subrayas para ti o para ella.
- Decía que con esta novela lo que quería era recuperar aquello que habíamos dado por perdido. Gracias a haberla escrito, yo recuperé a mi madre. Cuando me preguntan qué autoras me han influido siempre digo que Rosa Montero, Natalia Ginzburg, Vivian Gornick y Rachel Cusk, entre otras. Hay cantidad de mujeres que he ido leyendo y que, obviamente, no han podido sustituir a mi madre. Pero, en todos los grandes momentos de mi vida desde que ella muere, cuando yo tenía 25 años, noto un vacío. Y los libros lo amortiguan. Las experiencias de otras mujeres que para mí son referentes, me han ayudado muchísimo.
- ¿Piensas ya en una segunda novela?
- Me encantaría. Pero no sé cómo lo haré. ¡Mi chico ya me ha dicho que no hay opciones de hacer otro viaje! Ahora me toca tomar otro tipo de decisiones. ¿Hacia dónde sigo? La pregunta ahora es: ¿qué hay después del salto?
- El gran salto de la protagonista parece que sea irse a Lisboa. Pero en realidad llega después. A veces nos pensamos que el gran cambio va a ser el viaje y no, es luego.
- El puro potencial de la vida está antes de que suceda. Antes de irte de vacaciones, antes de salir de noche, antes de una primera cita. Ese cosquilleo de ‘antes de’. Eso es el libro. Ese momento ‘justo antes de’ lo hemos perdido. Creces y lo pierdes. Te vuelves alguien pragmático, útil, práctico, obediente.
- Pero, hasta ese momento, todo está por descubrir…
- Por eso siempre diferencio entre memoria y nostalgia. Recuperemos eso que sentíamos. No dejemos de sentir ese vértigo.